A perro (flauta) todo son pulgas

Estamos ya en junio y sigue lloviendo, y haciendo frío, y el verano que no llega, y la sequía que no se decide a dejarnos secos tal y como el oráculo de Al Gore había vaticinado. Esto después de un invierno de chuzos de punta, una primavera de truenos y pantanos hasta los topes, desaguando alegres desde el Ter hasta el Guadalfeo, que es un río granadino al que no le hace justicia el nombre. Los del lugar se quejan, con razón, de que así no hay quien viva, que esto no es plan, que para ver llover no hacía falta tomar medidas tan urgentes, ni firmar protocolos de Kioto, ni observatorios sobre el cambio climático ni nada de nada.

Han bastado nueve meses para que la pamema del calentamiento global, ese edificio construido con esfuerzo, dedicación y toneladas de dinero ajeno se venga abajo. Al final el tiempo ha hecho lo que lleva eones haciendo: ir a lo suyo, especialmente en España, donde la climatología es tan caótica y caprichosa como el carnavalesco espíritu de sus habitantes. Los difusores de la trola, milenaristas de nuestro tiempo, llevan una década tocando la flauta, con o sin su perro reglamentario, con tal acierto que los socialistas de todos los partidos bailan embobados la tonadilla. Y lo seguirán haciendo aunque ya con menos ritmo y convicción, porque resulta que el fin del mundo nos ha concedido una prórroga.

Por si lo del clima no fuese suficiente, este año trae un regalo envenado para los apóstoles de la falacia insostenible del desarrollo sostenible. Ha quedado claro que no se puede gastar lo que no se tiene, y que poner a una cuadrilla de albañiles a pavimentar aceras que estaban como nuevas no es generar riqueza, sino destruirla. Con las reservas de grasa consumidas, el perro, la flauta y el amo empiezan a advertir que no hay de donde sacar. La tozuda realidad amarga el sueño de los asaltantes de nuestra cartera que, por un momento, se creyeron tomando el Palacio de Invierno a lomos de un Audi A8 tuneado como aquel que Benach se puso para pasearse por Reus.

Sin más Apocalipsis que la presupuestaria, hasta Obama, la gran esperanza negra en la que cifraban la salvación de su tontería congénita, les ha fallado. Al del teleprompter le sale todo mal. Le han quitado su Blackberry y la derechona le monta manifas que, casi, casi, se diría que son antifas. El aborrecido ejército yanqui sigue en Irak y en Afganistán; Guantánamo, por su parte, sigue abierto porque los prisioneros yemeníes prefieren quedarse allí que ser trasladados a un penal de Illinois. Ese otro mundo posible ha terminado siendo demasiado parecido al imposible de los Bushes y los Aznares al que, con bongo y flauta pero sin perro, atacaban sin piedad hace sólo cinco años. Una eternidad.

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