Ajuste de cuentas en Zimbabue

El que más y el que menos ha oído hablar alguna vez de Robert Mugabe. Lleva tanto tiempo en el cargo y ha hecho tantas barrabasadas que, aunque Zimbabue sea un mísero país del sur de África, su presidente goza de fama (que no de reconocimiento) mundial. Hagamos un poco de historia. Mugabe llegó al poder en 1980, justo después de las elecciones que preludiaron la independencia de la república. Fue una de las últimas colonias británicas en independizarse porque el país, conocido entonces como Rodesia del sur (la del norte era la actual Zambia, que se independizó en 1964), albergaba una significativa e influyente minoría blanca.

Los rodesianos blancos capitaneados por Ian Smith constituían aproximadamente el 5% de la población, pero eran los verdaderos dueños de la colonia hasta el extremo de que proclamaron la independencia unilateral en 1965, pero Londres no la reconoció. El asunto se enquistó y pronto se transformó en un problema para el Foreign Office. Surgió una guerrilla de inspiración comunista y, de hecho, financiada por la URSS, que declaró la guerra al Gobierno de su Majestad y a sus representantes en Rodesia. Los ingleses, que se habían despojado ya de todo el imperio, no querían pasar por algo parecido a lo que había sufrido años antes Portugal en las vecinas Angola y Mozambique, de manera que tiraron la toalla y dejaron que se votase permitiendo que el voto de todos los habitantes de la colonia valiese lo mismo.

El primer presidente del país se llamaba Canaan Banana, que escogió como primer ministro a uno de los cabecillas guerrilleros, un maestro marxista llamado Robert Mugabe. El presidente era objeto de infinidad de chistes a causa del apellido Banana por lo que promulgó una ley en 1982 para prohibir las burlas a su costa. Mugabe no hizo bromas con el apellido de su jefe, todo lo contrario, se arrimó bien a su protector, fue ganando apoyos y en 1987 promovió una reforma constitucional. La reforma incluía la fusión de la presidencia y la jefatura de Gobierno. Por descontado la ocuparía él. Para entonces Zimbabue ya era una dictadura de hechuras moscovitas acaudillada por el partido de Banana y Mugabe: la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico, más conocido como ZANU-PF.

En estos últimos treinta años entre Mugabe y el ZANU-PF han dejado al país en la más absoluta ruina. Zimbabue puntúa bajo en todos los índices y tiene la peculiaridad de que empeora cada año. Pero quizá lo que más célebre hizo a Mugabe en el extranjero fue la hiperinflación que devastó el país durante la década pasada. La tasa llegó a un increíble 90.000.000.000%, los precios se duplicaban cada pocas horas. Fue tan severa que la divisa nacional, el dólar zimbabuense, acabó engullida por el proceso inflacionario y desapareció en 2009 dejándonos joyas numismáticas como el billete de 100.000 millones de dólares. Hoy Zimbabue no tiene moneda propia, se usa el dólar, el euro, la libra esterlina, el yen y cualquiera que tenga valor. Hay libertad de elección de moneda de facto y, claro, no hay inflación porque el Gobierno no puede meter mano.

Con el fin de la hiperinflación la economía se recuperó levemente, pero no lo suficiente porque Zimbabue, que tan mala suerte ha tenido con sus gobernantes, disfruta en cambio de un subsuelo bendecido por la naturaleza. Es rico en diamantes, en oro y cuenta con las mayores reservas mundiales de platino. Una vez más la maldición de las materias primas. 15 millones de habitantes con una renta per cápita de poco más de mil dólares al año sometidos a una casta extractiva instalada en el poder con una coartada ideológica y tremendamente sanguinaria. Es imposible no establecer paralelismos con la desventurada Venezuela.

Esa casta, llamémosla revolucionaria, quiere seguir atornillada a la poltrona. Y es ahí donde hay que buscar el origen de los sucesos de la semana pasada. Mugabe es muy mayor (93 años) y, aunque la cabeza le sigue funcionando, todos en el país llevan tiempo planificando el relevo. Empezando por su propia esposa, Grace Mugabe, una mujer 41 años más joven que él con la que se casó en 1996 y que le ha dado tres hijos: Bona, Robert Peter y Chatunga, sí, como la canción de Luis Aguilé. Definitivamente los zimbabuenses tienen un problema con esto de los nombres.

Al parecer Grace lleva años operando en la sombra, valiéndose de su posición en el palacio presidencial para suceder a su marido y fundar así una dinastía. Para ello cuenta con el apoyo de una parte del régimen, del llamado G-40, formado por jerarcas jóvenes que quieren ya ocupar el puesto que creen que les corresponde. Otra parte del régimen tiene otro candidato, Emmerson Mnangagwa, un histórico del partido de 71 años que formó parte de la guerrilla y que a lo largo de los últimos 40 años ha ocupado varios ministerios, incluido el de Seguridad del Estado, muy importante en una dictadura porque es de quien depende la policía política. Hasta este mes era vicepresidente, pero fue cesado por conspirar contra el Gobierno.

Mnangagwa tiene mano en el ejército y exhibe buenas relaciones con el Gobierno chino, de cuyas inversiones Zimbabue es ahora muy dependiente. La relación le viene de lejos. De joven estudió ‘Marxismo’ en la Universidad de Pekín cuando gobernaba Mao Zedong. Luego, con el catecismo aprendido, lo empaquetaron para África y allí se integró en la guerrilla zimbabuense en la que conocería al joven Robert Mugabe. Aquí entra otro elemento. En marzo Mugabe anunció que no renovaría los contratos con las compañías chinas que operan en el país. Grace, que es sudafricana de nacimiento, quizá tenga otros planes al respecto, tanto para las minas como para debilitar a su contrincante.

Y el pueblo zimbabuense, ¿que piensa de todos estos apaños en la cúpula dirigente? No piensa nada, bastante tiene con sobrevivir. Zimbabue padece una crónica escasez de comida a pesar de que es un país fértil y de clima benigno para la agricultura y la ganadería. Cuarenta años de manejo económico desastroso la han puesto a la cola de África que ya de por sí está a la cola del mundo.

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1 Comment

  1. Los ímprobos esfuerzos del nonagenario Roberto para demostrar al mundo que las desdichas del hombre negro no se deben al hombre blanco sino a malos hombres, han sido impresionantes. La vida es este parásito chupón se agota, pero Zimbabue aún no está seco y los siguientes parásitos chupones tienen sed de océanos. Andan tratando en Zimbabue de cambiar a uno de los peores por otro del mismo pelaje sin descartar a una mujer que ha aprendido del mejor. Menudo espectáculo.
    Un cordial saludo.

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