Brexit: diálogo de sordos

Nadie dijo que salir de la Unión Europea iba a ser fácil, pero ni los más pesimistas imaginaban que fuese algo tan difícil. Salir bien, quiero decir, como un señor, sin dar un un portazo y salvando los muebles. El Reino Unido quería desde un principio hacer una salida triunfal y hacer de ello un ejemplo. Esto, que parece lo civilizado, implicaba un riesgo evidente. Si las autoridades comunitarias se lo ponían demasiado fácil sería la mejor invitación para que otros abandonasen el club. Y no es que haya cola para salir de la UE, pero tanto en Holanda como en Alemania hay dos partidos abiertamente partidarios de irse, y los dos cuentan con una importante representación parlamentaria. En Londres tampoco podían irse de cualquier manera porque la victoria de los «brexiteers» fue muy ajustada (sólo 3 puntos), por lo que tenían que hacer ver que no había nada que temer, que todo lo que prometieron en la campaña era cierto, que con la salida se quitarían lo malo de la Unión sin perder lo bueno.

Con dos planteamientos tan divergentes el resultado final no es ya que las negociaciones no avancen, es que no pueden darse ni propiamente como iniciadas. Porque a los problemas de origen hay que sumar algunos más que no estaban previstos como la debilidad de la primera ministra, la presión de la City y las diferentes tendencias dentro del Gobierno británico, en cuyo seno se han formado baronías con agenda propia. Nada de eso sucede en Bruselas. Michel Barnier es un ministro plenipotenciario, a quien tanto la Comisión como el Consejo dicen amén a todo.

Hasta la fecha sólo hay dos cosas claras. La primera que Londres va de cabeza hacia un Brexit duro espoleado por Boris Johnson, ministro de Exteriores. La segunda que quieren negociar hasta 2021, es decir, hasta dentro de cuatro años, dos más de los que contempla en artículo 50 del Tratado de la Unión Europea. Esto, evidentemente, podría ser simple postureo para ocultar sus problemas internos. El Brexit ha conseguido lo contrario de lo que perseguían sus promotores. Ha terminado uniendo más a la UE y desuniendo al Reino Unido. En Europa el caso se está utilizando como ejemplo de lo que podría pasar sino se toman medias firmes. Como muestra ahí tenemos el botón de Merkel, Macron, Gentiloni y Rajoy sonrientes y cogidos de la mano en la cumbre cuatripartita de Versalles a finales de agosto.

[amazon_link asins=’B06XDK92KS’ template=’ProductAd’ store=’f0279-21′ marketplace=’ES’ link_id=’0d070476-b02d-11e7-ab5b-3b86848710f4′]En Bruselas se ven, además, en una posición de fuerza, saben de la situación desesperada del Gobierno británico, cercado por fuera pero también por dentro, donde los laboristas de Jeremy Corbyn no desaprovechan un segundo para hacer la vida imposible a Theresa May. En negociador británico, David Davis, carece de una hoja de ruta clara. Se la dan y luego se la cambian desde arriba, especialmente en las áreas que interesan preferentemente a la UE como la factura del divorcio, el estatus de los comunitarios en en Reino Unido y la frontera terrestre con Irlanda del Norte.

La factura que pide la UE asciende a 60.000 millones de euros, de los cuales el Reino Unido sólo reconoce 20.000 millones, menos de la mitad. La diferencia de pareceres se debe a que Londres considera que sus obligaciones financieras son exclusivamente las del año en curso. En Bruselas les han dicho que no, que, además de lo anterior, hay compromisos de pago plurianuales que gabinetes anteriores a May suscribieron y que tienen que honrar. Respecto a los comunitarios residentes en el Reino Unido (y los británicos en la UE) hay también problemas. Pero no sólo entre Londres y Bruselas, sino dentro del mismo Gobierno británico. Tuvimos ocasión de verlo este verano. En junio anunciaron que los comunitarios necesitarían de un documento especial para residir en el país para dos meses después, en septiembre, retractarse y decir que no, que no haría falta ese documento. Ni entre ellos mismos se aclaran.

Este tipo de bandazos la City los descuenta como testigos del caos que reina en el 10 de Downing street y en Westminster. La City no es cualquier cosa, supone el 12% del PIB británico y en gran medida es responsable de la buena marcha de aquella economía desde hace 30 años. Las grandes firmas de la banca ya habían asumido que el divorcio se iba a producir, pero esperaban que fuese algo bien gestionado desde Londres. Ahora aletea la posibilidad de irse por las buenas sin cerrar acuerdo alguno, que es el escenario que más pánico produce a los banqueros, a los industriales y, en general, a todo el mundo. Normal que todos empiecen a perder los nervios.

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1 Comment

  1. Desde 1973 se han ido entablando una infinidad de intercambios económicos, culturales, políticos y personales entre la Unión europea y el Reino Unido. Desconozco como han ido los intercambios personales aunque supongo que el Brexit los tintará de pena. Los intercambios políticos y culturales han sido ásperos hasta provocar el desencuentro y es de suponer que el Brexit les supondrá un alivio. Ahora bien, los económicos han sido tan intensos y de tal volumen que solo se pueden separar mediante un desgarro, es decir con dolor y pérdida. Teresa tiene que lidiar con la pena, el alivio, el dolor y la pérdida desde una posición de debilidad. En todo caso, cuando la ruptura esté consumada, habrá algo en el aire, triste e inconfundible: la sensación de fracaso.
    Un cordial saludo.

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