Brexit, un monstruo de mil cabezas

La breve historia del Brexit es bien conocida por todos, aunque solo sea porque estamos viviéndola en primera persona. Hace poco más de un año se celebró un referéndum en el que, por 3,7 puntos de diferencia, los británicos votaron a favor de abandonar la Unión Europea. Fue todo un gesto de afirmación patriótica, una machada decidida en caliente y tras una campaña en la que nadie, a excepción de una minoría con las cosas muy claras, sabía a ciencia cierta lo que defendía.

Acto seguido David Cameron, el artífice del referéndum, dimitió. Le sucedió su ministra de Interior, Theresa May, una apparátchik del Partido Conservador que durante años había sabido estar a bien con tirios y troyanos. Pero una cosa es medrar y prosperar en un partido político, que no deja de ser una simplificación del mundo real, y otra bien distinta hacerlo en el mundo real con toda su casuística y complejidad.

May se decantó por interpretar los resultados en clave maximalista. El leave era sinónimo de un divorcio de esos con muchos abogados de por medio.

No era de extrañar. May quería hacer méritos de puertas adentro para cerrar el paso a sus principales rivales dentro del partido, todos brexiteers convencidos. Además, esta mujer había hecho toda su carrera dentro del país, por lo que hasta cierto punto desconocía la cantidad de vínculos que unen a los socios comunitarios en prácticamente todos los ámbitos.

En muchas más cosas de las que pensamos la Unión Europea es un Estado, un mega Estado de hecho. Hoy los Estados lo ocupan todo y, por lo tanto, son muy difíciles de desgajar. Es posible hacerlo, claro, pero la operación es extremadamente delicada porque el Estado y sus regulaciones todo lo alcanzan.

Pero aún sabiendo esto (digo yo que alguien se lo recordaría) invocó el artículo 50 del Tratado de la UE el pasado mes de marzo. Eso significaba poner el marcha el dispositivo de salida que activa unos plazos muy precisos. Lo hizo antes de tener una postura consensuada en su propio Gobierno en lo referente a la negociación que se avecinaba. Todo lo que había previsto fue una lista de 12 puntos más parecida a una carta a los Reyes Magos que a las bases para una negociación. Con ella en Bruselas se limpiaron el trasero tan pronto como recibieron el documento.

Luego convocó elecciones para refortalecerse de puertas adentro y ganar legitimidad de cara a las negociaciones que se avecinaban, pero perdió escaños en los Comunes y, sobre todo, autoridad. Si ya tenía poca después de las elecciones tiene aún menos.

Lo de May no es más que el reflejo visible de un fenómeno que no está tan a la vista. El Partido Conservador está tan dividido sobre el Brexit que en muchos aspectos no se puede afirmar que sea propiamente un partido. Los hay en contra y a favor. Dentro de estos últimos los que apuestan por un Brexit duro y los que desean un Brexit suave. No han llegado a un acuerdo definitivo sobre cuestiones clave como los derechos de los tres millones de residentes comunitarios en el Reino Unido, o sobre la cantidad de dinero que se le adeuda a la UE, o sobre cuál será el papel del Tribunal de Luxemburgo el día después de la salida. Podríamos pensar que todo esto cambiaría si sale May y entran los laboristas, pero es que éstos andan igual de confundidos.

Con negociación o sin ella

Así no hay quien se presente en Bruselas a negociar nada. Y Michel Barnier, el negociador jefe de la UE, lo sabe a la perfección. Barnier, que tiene 66 años y lleva en política desde 1978, es un perro viejo que les ha tomado la medida. Barnier no tiene más que sostener el reloj y esperar pacientemente. El 29 de marzo de 2019 el Reino Unido estará fuera con negociación o sin ella.

Si es con negociación el acuerdo tendrá que estar firmado y ratificado a finales de 2018, es decir, en menos de año y medio. Podríamos pensar que un año y medio es mucho tiempo. Pero por de pronto ha pasado más de un año desde el referéndum y no se ha hecho nada. El precedente no invita al optimismo.

Desconocemos la estrategia de la premier británica si es que tiene alguna. La de Barnier está a la vista. Esperar y no acordar nada aisladamente. Quiere hacerlo todo de golpe en un acuerdo integral que todo lo contemple en el que espera imponer mucho y ceder poco. ¿Es un malvado? Posiblemente lo sea, pero la política es así y más a ese nivel. A Barnier le pagan (muy bien, por cierto) por defender los intereses de Bruselas y eso es precisamente lo que está haciendo.

Barnier sabe que la posición del Reino Unido es extremadamente débil. No poder acceder al mercado único supondría un coste altísimo, mucho mayor que el que tendría que pagar la UE por no poder acceder al mercado británico, que es de un tamaño mucho menor. Podrían entonces olvidarse del tema, no negociar nada y echar la barrera fronteriza el 29 de marzo. Pero eso sería mucho peor porque colocaría a la economía británica en una condición muy delicada. Quedaría completamente fuera, al mismo nivel que un país extracomunitario, pero no como Noruega o Suiza, que tienen acuerdos puntuales con la UE, sino como los países africanos que se las ven negras para acceder al mercado europeo.

Resumiendo, está entre la espada y la pared. Si aceptan lo que Barnier les pone a la firma malo, si no lo aceptan, peor.

Pero el tiempo pasa y sigue sin hacerse nada. Hay miles de empresas que facturan miles de millones de euros que están a la espera. En unos meses las más grandes empezarán a ponerse nerviosas y eso tendrá consecuencias directas en la economía del país. Una crisis económica que inevitablemente vendría acompañada de una crisis política y quizá nuevas elecciones. Porque si bien Theresa May ha conseguido serenar los ánimos de los nacionalistas escoceses, no ha sucedido lo mismo con los laboristas, que están crecidos desde el mes pasado.

Voy más lejos, unas nuevas elecciones no solucionarían problema alguno porque los laboristas no lo tienen mucho más claro y embrollaría aún más la negociación debilitando la ya de por si frágil posición británica. Celebrar otro referéndum sería casi peor. No se me ocurre solución fácil. No sé, quizá darlo todo por perdido, salir por las bravas y pedir después el reingreso. Pero eso, como todo con el Brexit, está por ver.

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1 Comment

  1. La negociación del brexit entre Londres y Bruxelas será, ya lo está siendo, una frustración británica y una amputación europea. El gobierno británico y la Unión Europea coinciden en que el brexit es un error al que hay que darle forma política, es decir, que parezca que todos ganan. Ahora bien, no hay manera de presentar como un triunfo la desmembración de la Unión Europea ni hay forma de presentar como un triunfo el cierre del mercado prioritario. Lo peor se lo ha de llevar Londres, pues con una Premier que no sabe qué quiere y con quién cuenta, ceder será la tónica.
    Un cordial saludo.

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