Cambio de ciclo en Andalucía

El gran perdedor de las elecciones de este mes en Andalucía fue el PSOE y a no mucha distancia de él el Centro de Investigaciones Sociológicas dirigido por el inefable José Félix Tezanos, un apparátchik del partido desde tiempos del felipense que está disfrutando de una segunda juventud gracias a Sánchez. El CIS arrojaba poco antes de los comicios un escenario muy diferente al que se terminó materializando en las urnas.

Al PSOE le daba un resultado incluso mejor que en 2015. Le auguraba un 37% de los votos y 47 escaños, Susana Díaz hubo de conformarse con un 27,9% y 33 escaños. Al PP le dejaba en 20 escaños y un 18% (obtuvieron finalmente un 21% y 26 escaños). A Podemos le daba un 19,3% y 20 escaños (su resultado fue de un 16,2% y 17 escaños) y a VOX le despachaba con un 3% y un escaño. Los de Santiago Abascal sorprendieron a todos consiguiendo un 11% y 12 escaños.

Cualquier parecido entre el sondeo del CIS y la realidad es pura coincidencia. Semejante patinazo debió saldarse con la dimisión de Tezanos y una auditoría interna. Como era de prever, ninguna de las dos cosas sucedió. El CIS no hace encuestas a precio de ganga, dispone de recursos y personal, es la empresa demoscópica mejor financiada del país porque está enchufada a los presupuestos. Es, además, un organismo público, no un chiringuito y, aunque todos sabemos que, por su titularidad tiene mucho de chiringuito, al menos hasta ahora trataban de guardar las formas.

¿Por qué no dimitió Tezanos? Porque vienen varias citas electorales en unos meses y el Gobierno necesita más que nunca a un tipo así. Eso sí, la credibilidad del CIS, que nunca fue mucha, ha quedado totalmente pulverizada. Podrán seguir inventando, que lo harán, pero ya sólo les creerá quien quiera creerles. Es triste, pero es así. El destrozo ha sido rápido y definitivo.

Aparte del CIS la que se llevó el palo de su vida fue Susana Díaz, todavía presidenta de la Junta y hasta hace sólo un mes la persona más poderosa de Sierra Morena para abajo. Díaz preside Andalucía desde 2013. Llegó hasta ahí por el viejo y confiable método digital, pero digital en su variante latina no tecnológica. Digitus en latín significa dedo, el dedo de José Antonio Griñán para ser más precisos.

Hace cinco se encontraba asediado por el caso de los ERE y la nombró sucesora sin celebrar primarias ni nada parecido. Era previsible. A Díaz no se le conoce otro empleo que el de medrar dentro del PSOE andaluz, era la persona adecuada, una renovación gatopardiana en la no se renovaba absolutamente nada. En 2015 se presentó a las autonómicas que ella misma había convocado anticipadamente y las ganó dejándose, eso sí, algunos votos con respecto a 2012. Pero el PP se vino abajo y eso le permitió mantener el mismo número de escaños: 47.

Se diría que es una mujer con suerte, con buena suerte que el día 2 de diciembre le abandonó justo cuando más la necesitaba. A Díaz en lugar de favorecerle el hecho de que la Moncloa esté en manos de su partido le perjudicaba. Me explico. Pedro Sánchez es un desastre. Lleva seis meses en el Gobierno y vive literalmente al día cercado por los continuos escándalos de su gabinete y por sus propias torpezas, que son muchas.

Se da, además, la circunstancia de que Díaz le venía bien que Rajoy mandase. Tenía un malo oficial, un villano, una coartada para construir su relato electoral. Era de las que con Rajoy vivía mucho mejor. De haber seguido el PP en el poder seguramente sus resultados no habrían sido tan malos. La moción de censura de junio le dejó sin su principal reclamo.

Algo similar le ha sucedido a Podemos. Les coge lo de Andalucía con un desgaste brutal tras cuatro años pisando moqueta. La Teresa Rodríguez de hoy ya no es la de 2015. No es la joven activista gaditana que daba clase de lengua española en un instituto de Puerto Real. Ahora los ujieres del parlamento se dirigen a ella como «su Señoría» y convive maritalmente con el alcalde de Cádiz. Está en la pomada, es una más de esa casta que hace no tanto denunciaban como causante de todos nuestros males.

Sucede también que el partido vive inmerso en una crisis interna crónica y que todas las apuestas que ha hecho en los dos últimos años las ha hecho mal. Su actitud en Cataluña ha sido como pegarse un tiro en el pie en una región como Andalucía, que lleva muy a gala ser la más española de todas. Las entrevistas en la cárcel, la comprensión sin límite con el independentismo más montaraz tenía un coste que están empezando a amortizar ahora. Tanto a Podemos como al PSOE les está pasando factura lo de Cataluña. El electorado ha premiado a los partidos que más firmes se mostraron con ese tema (Ciudadanos y VOX) y ha castigado a los demás.

Pero no sólo eso. No se pueden explicar resultados como los de VOX sin tener en cuenta lo machacona que está la izquierda con los discursos identitarios de género. Llevan así mucho tiempo, pero fue con la llegada al poder de Pedro Sánchez lo que convirtió este asunto en noticia de todos los días. Cuando el poder se alinea sin fisuras con un discurso concreto (en este caso el del feminismo radical) es normal que una parte de la sociedad reaccione. VOX ha hecho de la crítica a esta variante de feminismo una de sus señas definitorias y está recogiendo los frutos.

La cuestión es saber de dónde han salido sus 400.000 votantes. Una parte viene del PP, pero no sólo del PP. VOX ha pasado de 0,45% al 11% y el PP sólo ha perdido seis puntos. Los cinco puntos restantes salen de otro sitio y no precisamente de Ciudadanos, que ha ganado nueve puntos con respecto a 2015. Vienen del PSOE y también del Podemos. El PSOE se ha dejado 7,5 puntos, Podemos 5,5. Se ha producido por tanto un trasvase de votos entre PSOE/Podemos a Ciudadanos/VOX. La participación ha bajado algo, cinco puntos, pero no tanto como para que todo lo que ha perdido la izquierda se haya quedado en casa.

Esto nos viene a decir que acaba de cerrarse un ciclo electoral que se inició en plena crisis, allá por 2012, con las huelgas generales y los sitios al Congreso, y que alcanzó su punto álgido hace tres años con el fulgurante ascenso de Podemos. En política, como en la vida, todo tiene fecha de caducidad. Hay productos que caducan antes, especialmente si no se saben conservar. Podemos es uno de ellos.

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