Cifuentes y la batalla por el relato

La de Ciudadanos y el Partido Popular en Madrid es la crónica de una muerte anunciada pero que no termina nunca de producirse. La semana pasada, sin embargo, sucedió algo que capturó mi atención de inmediato. Resulta que Cristina Cifuentes e Ignacio Aguado, líder de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, iban a reunirse. Una cosa rutinaria, sin demasiada importancia, simplemente para ir auscultando el cumplimiento del pacto de investidura de 76 puntos que sellaron hace ahora dos años. Pues bien, la presidenta le dejó plantado y lo hizo sin avisar. En su lugar dejó al consejero de Presidencia, que ni siquiera pudo ofrecer a su interlocutor una fecha alternativa, básicamente porque no la tenía.

Cabría preguntarse si Cifuentes estaba indispuesta, pero en ese caso habría avisado. O quizá en un atasco de tráfico, pero eso es imposible porque los políticos tienen prioridad y si es necesario les ponen un helicóptero. No fue a la reunión porque no le vino en gana. En aquel momento estaba en la toma de posesión del nuevo rector de la Universidad Autónoma, algo que ni siquiera estaba incluido en la agenda informativa del día.

Este plantón de Cifuentes es el último episodio de un pacto que hace aguas desde hace tiempo, que está roto por fuera y que ya solo falta que se rompa por dentro. Digo que por dentro sigue entero porque los puntos que pactaron en 2015 se están cumpliendo escrupulosamente. Además, de haberse roto definitivamente la moción de censura que Podemos le puso a Cifuentes el pasado 8 de junio habría salido adelante. Cosa que no sucedió. En la moción el PP y Ciudadanos votaron en contra: 65 escaños ante los que poco podían hacer los 27 de Podemos (el PSOE se abstuvo).

Pero esta sintonía podría tener los días contados. Una vez se haya roto por dentro el acuerdo a la presidenta no le quedarían muchas más opciones que convocar elecciones anticipadas. De lo contrario se encontraría frente a una nueva moción de censura. Y esta vez quizá si prosperaría.

De ahí proviene el runrún que hay en Madrid desde hace semanas a cuento de un posible adelanto electoral. Claro, que una cosa son los rumores y otra bien distinta la realidad. Ante esto cabe preguntarse si es posible que haya elecciones anticipadas o van a seguir así hasta dentro de dos años como un matrimonio de conveniencia y mal avenido pero que, en definitiva, no se quiere separar. Pasar puede pasar de todo, incluido que se arreglen, porque, por mucho que discutan, en política  nada es personal todo son negocios, como en la mafia.

Como negocio fue su pacto de 2015. En aquel entonces se entendieron después de hacer un cálculo estrictamente político. El PP quería seguir en el poder y con los 48 escaños que obtuvo en las elecciones no podía. Se había quedado a 17 escaños de la mayoría absoluta, que eran exactamente (ni uno menos, ni uno más) los que tenía Ciudadanos. Aguado le entregó a Cifuentes el escaño extra que le había faltado a Begoña Villacís en el ayuntamiento y que, en última instancia, motivó que la alcaldesa de Madrid sea hoy Manuela Carmena y no Esperanza Aguirre.

El cálculo de Ciudadanos fue algo más elaborado. Por un lado pregonaban la regeneración del sistema. Por otro la estabilidad del mismo. Dos objetivos difíciles de aunar sin caer en contradicciones. Habían vendido el cambio tranquilo y ese tipo de cambio implicaba pactos que de un modo u otro iban a servir de combustible a Podemos en un extremo o al PP-PSOE en el otro. Si pactaban les iban a acusar de estar con los corruptos y de ser sostenes de un sistema esencialmente maligno. Si no lo hacían les llamarían inmaduros y les señalarían por no escuchar a la ciudadanía y facilitar un Gobierno estable.

Al final, sabedores del complicado vals que les había tocado bailar, decidieron apoyar a la lista más votada, que en Andalucía era la del PSOE y en Madrid la del PP. Ese encaje de bolillos suponía (y supone) un coste. Coste que intentaron aligerar no entrando en los Gobiernos y condicionando su apoyo al cumplimiento de un pacto de legislatura estricto y numerado. Pero, ¿quién se acuerda de 2015? Muy pocos, casi nadie. En política han pasado siglos desde aquellas autonómicas y locales de 2015.

De manera que hoy apoyar al PP o al PSOE lo sienten como una mancha. Intuyen, no sin parte de razón, que eso les terminará pasando factura dentro de un par de años. Es decir, quieren reorientar el relato que transmiten introduciendo en él más elementos de regeneración y menos de estabilidad. A fin de cuentas, el votante que prima la estabilidad ya vota al PP y lo seguirá haciendo, no tiene motivo alguno para pasarse a una aproximación.

La ‘solución Soraya’

En el PP por su parte sucede otra cosa bien distinta. El partido por dentro es lo más parecido a un temporal que no termina de convertirse en ciclón tropical porque siguen amarrados al poder. A estas alturas no es ni mucho menos seguro que Rajoy vaya a repetir. De hecho, si Pedro Sánchez y Pablo Iglesias montan una moción de censura como es debido podrían sacarle de la Moncloa antes de lo previsto. Ese escenario les inquieta porque lo saben posible. En ese caso Rajoy podría dejarse matar (cosa que dudo) o adelantar elecciones a las que podría presentarse de nuevo o, presionado por el partido, dejar paso a otro que de apariencia de renovación, esto es, que no de vergüenza ajena.

Y justo ahí es donde entra la ‘solución Soraya‘, que es la solución que ella misma se ha inventado y que lleva persiguiendo con ahínco desde hace años. El problema (uno de los muchos que tiene) de Soraya es que es un ser muy limitado en todo. Sirve para lo que sirve. Sirve para sacarse una oposición en casa de papá clavando codos como una condenada, sirve para decir «si, Buana» a su jefe 300 veces por minuto y sirve para manejar el alcantarillado del poder con ventaja, es decir, siendo ella la pocera. Más allá de todo esto no es nada. Y ella, lógicamente, lo sabe.

Sabe que si le toca competir con otros perdería, por esa razón lleva años eliminando rivales probables e improbables, reales e imaginarios. Como tiene los medios (dicho sea en toda la amplitud del término) y el tiempo no está dejando bicho viviente dentro del partido. Esta es la causa del acojone por destacar en el PP hoy. Al que destaca lo decapitan en el acto. El hacha lo administra Soraya, claro.

Una de esas rivales, probable y real, es Cristina Cifuentes, que da sopas con honda a la vicepresidenta en todo, que ganó las elecciones en Madrid en el peor momento, cuando los demás perdían, y que políticamente ha crecido mucho desde que es presidenta de la Comunidad de Madrid, un escaparate inigualable para ascender a la división de la política nacional. Luego el relato de Cifuentes es el de la mera supervivencia.

Visto así cobra todo el sentido aquel informe de la UCO que el mes pasado ocasionó un choque de trenes entre el PP y la Guardia Civil. Aquello era fuego amigo, o no tan amigo pero dentro de la misma trinchera. En la guerra interna del PP, llamémosla guerrita de Soraya, Ciudadanos es un convidado de piedra, pero podría terminar como invitado principal si la cosa se desmadrase, se adelantaran los comicios y Cifuentes cayese derrotada.

Hoy por hoy todo esto es pura política-ficción, pero no olvidemos que en este negocio del politiqueo se pasa de la ficción a la realidad en un abrir y cerrar de ojos.

Más en La ContraCrónica

Ir a descargar

 

1 Comment

  1. Si la acción política real de C´s demuestra que mientras dependa de ellos aquí no cambiará nada y la acción política real del PP demuestra exactamente lo mismo, está claro que base para el acuerdo tienen. La tensión que quieran escenificar para sus votantes les interesa a sus votantes. Y ante unas nuevas elecciones les atenaza la posibilidad de obtener unos resultados acordes con su imagen o sus méritos. El nivel de nuestros políticos solo augura más de lo mismo, es decir, desaguisados.
    Un cordial saludo.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.