Ciudadanos o cómo bailar con la más fea

Todos sabíamos que esto iba a suceder. O Podemos y Ciudadanos arrasaban dejando al bipartidismo en la cuneta de la historia –para sustituir a ese mismo bipartidismo, obviamente–, o tendrían que llegar a acuerdos con los partidos del turno. Pasó lo segundo. La moderada alegría con la que riveritas e iglesianos recibieron los resultados en la noche electoral presagiaba el dilema. Unos y otros tenían que elegir entre mantener la pureza o enfangarse en pactos sobre los que habrían de dar infinidad de explicaciones.

Podemos lo tenía más sencillo. La izquierda funciona y siempre funcionó en plan secta, el marxismo, de hecho, es una religión de sustitución. Por esa razón ha habido tanto cura que, tras libar las mieles del materialismo dialéctico, se echaba al monte con la fusa al hombro sin reparar en el menoscabo del quinto mandamiento que ello implicaba. Iglesias puede vender a los suyos cualquier pacto con tal de que sepa encuadrárselo dentro de la lucha contra el gran Satán, es decir, el PP. Pintar de antemano el campo de juego delimitando con esmero el espacio de los buenos absolutos y los malos sin tasa tiene sus ventajas poselectorales. En Madrid, por ejemplo, se han encamado con el Pesoe de Carmona, casta de toda castidad, y nadie se ha inmutado, básicamente porque lo importante era no dejar el ayuntamiento en manos de la derechona. Así cualquiera.

Con Ciudadanos la cosa cambia y ahí ha venido el conflicto. Si actúa como la izquierda, que es lo que ha hecho en Andalucía, mal asunto. Consigno el cabreo general de Despeñaperros para abajo. Se entiende que no quieran poner a Susana Díaz en manos de Podemos, pero eso no quita para que hayan quedado manchados con el asunto de los EREs y se les acuse –con razón– de apuntalar un régimen corrupto hasta la médula y que mantiene a Andalucía en el atraso. En Madrid a la inversa. Han tardado segundo y medio los del otro lado en señalar implacables que Ciudadanos y la Operación Púnica vienen a ser casi lo mismo, o que Rajoy y Rivera reman en el mismo bote al son de tambor que tocan los señores del Ibex.

La imaginería de la izquierda es limitada pero efectista. En su mundo binario y maniqueo el uno y el cero, lo bueno y lo malo no siempre son lo que parecen. Los mantras repetidos con la cadencia adecuada hipnotizan a los creyentes. Veamos. Si los podemitas pactan con la Pesoe estamos ante un proto frente popular dirigido a acabar con la dictadura del PP, digo bien, dictadura, y ahí tenemos a Manuela Carmena afirmando rotunda que con ella vuelve la “democracia” al ayuntamiento. Botella, como todo el mundo sabe, se aupó a la alcaldía tras un sangriento golpe de Estado y metió luego presos a los concejales de la oposición. Para alcanzar la “democracia” carmení, ¿quién no haría ese pequeño sacrificio?, algo perfectamente tolerable, un corto viaje con los tontos útiles de la Pesoe que nos meterá de cabeza en la “sociedad socialista de felicidad”. Esto último tampoco me lo invento, lo dijo Maduro el otro día cuando inauguraba un supermercado. No quiero ni pensar en lo que podría salir de su boca si algún día inaugura un silo de misiles balísticos. Pero, ¡ay!, si es Ciudadanos el que pacta con la Pesoe entonces estamos ante la continuación del odioso régimen del 78 por otros medios. A lo de Andalucía me remito.

Es el tradicional colador con el que nos obsequia la izquierda cuando se siente fuerte. Para ellos la malla gruesa, para el resto malla fina, impenetrable, casi microscópica. Exigen a Ciudadanos la pureza que ellos no practican. A fin de cuentas, representan el bien, todos los demás el mal. Es lógico y hasta razonable que los bienhechores tomen ciertos atajos para llevarnos hasta el paraíso. Nada nuevo, Rivera se lo veía venir la noche de autos, y si no lo vio Rivera lo vio Girauta, que es el más listo del partido. Entiendo lo difícil que lo tenían –y más que lo van a tener a partir de ahora–, pero tampoco era tan costoso mantenerse al margen de los cantos de sirena que de un lado y otro les iban a llegar. Era una cuestión de meses, hasta las generales, cuando se desate la batalla final. Entonces y solo entonces quedará dibujado el nuevo mapa político. Lo suyo es pintarlo con tinta fresca.

Es posible que hayan cometido un error, aunque no las tengo todas conmigo. A pesar de las apelaciones continuas al odio, la intelligentsia podemita no ha terminado de conseguir que la gente de a pie se odie, al menos por ahora. Odia el que ya odiaba antes. Disparates como aquel de “los de arriba y los de abajo” o, peor aún, el de “que el miedo cambie de bando” solo han cuajado en el terreno abonado de los resentidos de siempre. Esto vendría a validar la hipótesis ciudadana de que el español medio se conforma con cambios serenos, reformas que adecenten y pongan al día el edificio del 78. En ese caso los pactos con unos y otros darían estabilidad a un sistema en el que la mayor parte de la sociedad se encuentra a gusto. Eso les ha obligado a ir escogiendo las parejas de baile más feas de todo el salón. De no ser así lo pagarán en noviembre, y bastante caro.

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