El ahora o nunca de Casado

Se acaban de cumplir dos meses y medio de la declaración del estado de alarma. La crisis sanitaria remite y, con infinidad de limitaciones impuestas por el abstruso y arbitrario plan de desescalada del Gobierno, el país va paulatinamente recobrando la normalidad. Donde esa normalidad no ha llegado es a Moncloa ni a las Cortes. La voluntad manifiesta del Gobierno es que no llegue ahí hasta que no estemos en pleno verano. Sánchez y su socio le han cogido gusto a toda esta excepcionalidad y no ya es que quieran prolongarla quince días más, es que exigen que se renueve de golpe hasta el 30 de junio, fecha mágica en la que insisten con tanto denuedo porque ese día acaba el curso parlamentario y no hay que reiniciarlo hasta septiembre. Tendrían así otros dos meses para disponer lo que creyesen oportuno sin control parlamentario.

Si lo consiguen, que eso todavía está por ver, Sánchez habrá pasado seis meses gobernando con poderes semiabsolutos. En septiembre podría producirse un rebrote y nada impediría volver al estado de alarma para contenerlo. Eso o ir directamente a elecciones. La iniciativa, como vemos la tiene él y su equipo desde el minuto uno de esta crisis. ¿Acaso no hay oposición? Haberla hayla, pero Sánchez le ha tomado las medidas al PP, lo cual tampoco es extraño porque Iván Redondo, su jefe de gabinete, trabajaba antes para el PP y sabe bien donde les aprieta el zapato.

Durante el primer mes y medio fue sencillo neutralizarlos, demasiados muertos como para poner pegas al Gobierno. Desde finales de abril la cosa se puso algo más difícil, pero siempre quedaba la carta del patriotismo y, sobre todo, el miedo cerval que los dirigentes del PP tienen a las críticas de la prensa afín al PSOE. Unos medios a los que desde Génova siempre se les dio un plus de credibilidad y prestigio. Todos los presidentes del PP desde Manuel Fraga han tenido pavor a lo que El País diga de ellos. Los sucesivos directores de este diario lo sabían y aprovechaban esta ventaja. Ahora, además de El País, tienen a las televisiones, todas cercanas al PSOE por obra y gracia del PP, que en sus años de Gobierno hizo todo lo que estuvo en su mano para complacer a periodistas y medios que eran tradicionalmente críticos con el partido.

La pesadilla mediática autoinducida, la pandemia, el auge de VOX a su derecha y las pesadas hipotecas del rajoyato tenían a Casado en estado catatónico, es decir, exactamente como deseaba Sánchez. Un PP disminuido e impotente al que poder chulear a modo e incapaz de ensanchar su base electoral por la presencia a ambos lados de VOX y Ciudadanos. Sobre ese esquema había trazado Redondo toda su hoja de ruta. Por muy mal que le saliesen las cosas (y le están saliendo rematadamente mal) Casado no podría aprovecharlo por una mezcla de miedo e impotencia.

La epidemia no ha hecho más que agravar esa situación. Ha regalado a Sánchez el argumento definitivo. Oponerse a él es alinearse con la extrema derecha y, lo que es peor aún, ser responsable de todos lo muertos habidos y por haber. Con semejante planteamiento podía permitirse disparar toda la artillería sin apenas recibir fuego del contrario. Pero no están disparando sin ton ni son. Han elegido bien los objetivos que es prioritario abatir cuanto antes. El PSOE, el Gobierno, sus socios y sus numerosos terminales mediáticos han focalizado toda su atención sobre Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, con intención evidente de convertirla en el chivo expiatorio de la crisis del coronavirus, que ha tenido en Madrid uno de sus focos más activos. Así, una vez eliminado el primer contrapoder efectivo, pueden centrarse en anular a Casado rebajando su calibre todo lo posible, que nadie le vea como alternativa de nada.

Reducido a la condición de mindundi se tendrá que presentar a las elecciones como tal, como un don Nadie que, para colmo de males, tiene en su haber el imperdonable pecado de haber obstaculizado al Gobierno mientras éste se dedicaba a “salvar vidas” a granel. El plan incluía romper la alianza con Ciudadanos, un partido vapuleado en las urnas y ya en crisis terminal, pero que aún conserva diez escaños en la cámara baja y bastante poder autonómico y municipal. Recordemos que el PP gobierna en Madrid y en Andalucía gracias a Ciudadanos. En resumen, un nuevo temor que se añade a todos los anteriores.

El hecho es que el plan le está saliendo redondo a Sánchez, dicho sea lo de redondo con segundas. Queda ahora preguntarse qué será lo siguiente. Aquí entraríamos en un terreno especulativo, pero todo indica que mantendrán la excepcionalidad durante un par de meses más, prometerán en este tiempo todo lo que haga falta sin practicar el más mínimo recorte ni en pensiones ni en salarios públicos. Luego, cuando ya sea inevitable el ajuste, irán a elecciones con el déficit disparado y un solo mensaje: o nosotros y nuestras promesas o estos señores insignificantes, que vienen de la mano de unos exaltados y que os bajarán el suelo y os quitarán las ayudas que el Gobierno de progreso os ha prometido.

Es decir, la consumación del shock chantajeando a los votantes con un falso dilema porque la situación económica es tan apurada que gobierne quien gobierne tendrá que dar un tijeretazo al gasto público. Pero ese ajuste que, como digo, tendrá que hacerlo si o si quien ocupe la Moncloa en los próximos dos años, Sánchez prefiere hacerlo después de unas elecciones plebiscitarias en las que la oposición salga debilitada y él refortalecido tras haber arrebatado a Podemos otro millón de votos. Lo cierto es que no le queda otra. Con los números actuales la legislatura no le sale. No puede aprobar los presupuestos y su socio tiene demasiado poder. Sólo necesita que la situación actual de anormalidad en todos los órdenes se prolongue lo suficiente para poder esponjar el presupuesto y reducir a la oposición a poco menos que una anécdota sin importancia.

Esta última parte del plan maestro es la que se le puede torcer si Casado se niega a interpretar el papel que le han adjudicado en la tragedia. De él depende recuperar el tono y postularse como una verdadera alternativa de Gobierno. Eso implica plantarse ante Sánchez y prepararse para unas elecciones que podrían ser mucho antes de lo que él desearía. Lo primero ya lo ha hecho o está en camino de hacerlo, lo segundo le va a costar algo más porque VOX no va a desaparecer por arte de magia ni el grueso de sus votantes volverán al redil por las buenas. Algo se le tendrá que ocurrir si quiere sacar a Sánchez de la Moncloa. Con mucho tiempo no cuenta pero le ayuda la situación. Tiene a su electorado natural muy movilizado y esperando que mueva ficha y se atreva a liderar una alternativa que el votante de centro-derecha perciba como tal. La duda es si sabrá estar a la altura del desafío que tiene por delante, un desafío que seguramente sea el último porque tres derrotas electorales consecutivas ni Rajoy se pudo permitir.

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