El gordo enfadado

(Aviso para platanitos, el texto es largo, así que tendréis que hacer varias capturas para poderlo pasar entero por Whatsapp, ya lo siento, pero ser un platanito tiene estas servidumbres) España es un país abierto al mundo. De eso creo que no cabe la más mínima duda. Debe seguir siéndolo, claro está, pero eso no obsta para que, de cuando en cuando, se nos cuelen sujetos infames por la frontera, tanto por la terrestre como por la de Barajas.

Aquí un ejemplo de esto último. Se llama Ricardo Castillo Arenales y es algo así como el hijo tonto y con sobrepeso de un influyente cacique guatemalteco. Más información aquí.

Vino a supervisar un negociete «universitario» que tienen por estos pagos. Un negociete ruinoso dicho sea de paso. En un año el número de estudiantes españoles que tienen me comentan que es cero o se aproxima a cero. Se nutren del acarreo de chapines, pero, al parecer, ni con eso les da para cubrir gastos. Diríase que se han abierto un prodigioso agujero financiero en la Villa y Corte, probablemente porque se dejaron asesorar por un ganapán canario que no sabe hacer la o con un canuto pero con buen juego de muñeca.

Y ya que estaba se puso a supervisar el salón del Casino con las manos a la espalda y esos aires de tirano banderas que acojonan (y mucho) a los indios que maltrata en su casa, pero no aquí. Aquí es un ser ridículo, extemporáneo, una caricatura con la corbata amarilla y con el culo dispuesto para sacudirle una buena patada en el mismo para sacarle de nuestro país cuanto antes. Cada minuto que el tal Ricardo Castillo pasa dentro de las lindes del Reino nos estropea el aire con su sola presencia.

Pensaron que esto era Guatemala. No tío gordo, no, esto no es la finca cafetera que pastoreáis desde hace cien años en Centroamérica para desgracia de la pobre gente de allá, esto es un país serio en el que impera el Estado de Derecho y no hay privilegios para borricos. Sucede a menudo. Vienen de las Indias, donde hacen y deshacen a su antojo y en su simpleza creen que todo el monte es orégano. Llegan y se llevan el susto o directamente les despluman porque en España somos pícaros, frailes y boticarios a un tiempo y, como el diablo, sabemos más por viejos que por diablo.

El resultado final es esa cara de mala hostia reconcentrada, la propia de los majaderos que no saben que lo son. A quien todo se lo regalaron en la vida se encuentra de repente con la cruda realidad. Es don Nadie, un simple muerto de hambre en una ciudad que le ignora y que además le está costando dinero. No el suyo, cierto es, pero dinero a fin de cuentas.

Entretanto quedémonos con la fotografía. No la hice yo, la hicieron dentro y me la enviaron con gran gozo. Tengo más, también del enano, que con lo que a él le gusta posar anda huyendo de los objetivos. Nadie los puede ver salvo los que están en cobro o los que aspiran a estarlo. Fue el maestro Escohotado quien llenó ayer ese salón no este hatajo de cuellicortos engreídos. (Aviso para platanitos, aquí termina la captura, gracias por vuestra atención)

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