El evangelio de los persuasores

El término propaganda tiene su origen en el siglo XVII, en el año 1622 concretamente, cuando el Papa Gregorio XV creó una congregación llamada «Congregatio de propaganda fide» (Congregación para la propagación de la fe). Existió con ese nombre hasta 1967, cuando Pablo VI se lo cambió por el más aséptico de «Congregatio pro Gentium Evangelisatione» (Congregación para la evangelización de los pueblos). Casualmente la sede de la Congregación para la propagación de la fe estaba en un palazzo de la Plaza de España, no muy lejos de la embajada que le dio nombre a la plaza.

Los Papas querían emplear esa nueva congregación en la lucha contra el protestantismo, pero no en Europa, sino en los países donde no había cristianos. Para los protestantes europeos era mejor la espada, que es lo de lo que se estaban valiendo en esa misma época en la Guerra de los Treinta Años. La expansión comercial de británicos y holandeses por el mundo requería otro tipo de herramientas. A los pueblos paganos de tierras remotas había que convencerles que la variedad católica del cristianismo era mejor que la protestante. Eso requería ciertas habilidades a la hora de transmitir el mensaje.

La propaganda, por tanto, nació como un método no violento de extender una doctrina. Eso implicaba trabajar la imaginería, imprimir gran cantidad de catecismos católicos y hacerlos llegar a todos los rincones de la Tierra. Había también que abrir seminarios y formar a un ejército de misioneros a los que se les fuese suministrando material para lo distribuyesen.

Por su influencia y el gran presupuesto que manejaba, el cardenal encargado de esta congregación llegó a ser tan poderoso que en Roma se le conocía como el «Papa rojo«. Otra afortunada casualidad. Los rojos, es decir, los comunistas serían con el correr de los siglos los inventores de la propaganda contemporánea.

Pero no adelantemos acontecimientos. El diccionario de la Real Academia define propaganda como «acción y efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores«. Luego propaganda es venta y venta implica persuasión, persuasión para vender una idea.

La palabra en sí es amoral. No entra a calificar si lo que se vende es bueno o malo, cierto o falso. Puede emplearse para buenos fines como recolectar fondos tras una catástrofe natural o sensibilizar sobre una enfermedad que apenas se investiga. Pero también para los malos, como apuntalar un régimen político dictatorial o convencernos, como diría Orwell, de que la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud y la ignorancia es la fuerza.

Como el producto de la propaganda son las ideas desde siempre éstas se vendieron mejor con emociones que con razones. Por eso la propaganda efectiva es la emocional. Invocar las emociones no es necesariamente malo. El propagandista puede apelar al miedo, pero también al honor o la valentía. Esto nos viene a decir que nuestro sistema emocional puede ser fácilmente manipulado con fines destructivos para nosotros mismos y para los demás.

Por eso mismo las grandes ideologías del siglo XX, el fascismo y el comunismo, la emplearon con profusión, tanto que al final el término propaganda ha quedado como sinónimo de mentira. Cuando queremos desacreditar a un periodista decimos que es un propagandista o si buscamos arruinar la credibilidad de un medio de comunicación basta con decir que todo lo que da es pura propaganda.

A menudo es cierto. Tanto los primeros como los segundos suelen ser los principales agentes difusores de propaganda porque disponen de los medios y las habilidades. No es casual que el creador de la propaganda política moderna, el alemán Willi Münzenberg, fuese periodista o que los partidos socialistas de hace un siglo tuviesen todos un periódico propio, el llamado órgano de expresión. De expresión y propaganda. Tampoco lo es que en nuestros días regímenes como el del Irán de los ayatolás o el de Putin en Rusia hayan escogido como punta de lanza para promocionarse sendos tinglados multimedia extraordinariamente bien financiados.

¿Cómo sabemos entonces diferenciar cuándo nos están colando propaganda y cuándo información veraz? Simplemente a través de los hechos. La propaganda funciona subordinando los hechos a la agenda que difunde. Unos los oculta y otros los distorsiona. Los hechos son siempre su primera víctima.

Pero, a pesar de que los hechos están ahí para quien quiera verificarlos, la propaganda se impone siempre, más aún en los tiempos que corren de información ubicua y permanentemente disponible. La razón es que se cuela a través de nuestros sentimientos. Los seres humanos pensamos sí, pero también sentimos. Tenemos, además, una serie de sesgos cognitivos que juegan a favor del sentimiento.

El más poderoso de todos ellos es el sesgo de confirmación. Favorecemos y priorizamos la información que confirma nuestras propias creencias. Nos gusta que nos regalen los oídos. El oficio de propagandista consiste en eso mismo, en regalar los oídos al prójimo, en decir lo que el auditorio quiere escuchar.

Francis Bacon, el filósofo inglés, decía que «el entendimiento humano, una vez que ha adoptado una opinión dibuja todo lo demás para apoyar y mostrar conformidad con ella. Y pese a haber un gran número de ejemplos, y de peso, que muestran lo contrario, los ignora o desprecia, prescinde de ellos o los rechaza».

Cuando se pregunte por qué sigue habiendo gente que defiende el marxismo o el nacionalsocialismo recuerde esto de Bacon. Puede poner encima de la mesa todos los hechos que desee que de poco servirá, el propagandista recibirá de ese sesgo una incalculable ayuda. Un regalo que explota al máximo porque, como decía Josep Pla, es más fácil creer que saber.

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