Gürtel, voladura controlada

Tirar de la manta, así, como frase hecha, se puso muy de moda a mediados de los noventa tras la fuga y captura (previo pago) de Luis Roldán. Se decía que el antiguo director de la Benemérita iba a tirar de la manta y el Gobierno en pleno caería como un castillo de naipes: primero el secretario de Estado de Seguridad, luego el ministro de Interior, y finalmente el presidente del Gobierno. No pasó nada, claro. Roldán se comió un montón de años de cárcel y hoy vive como un humilde pensionista setentón en un pisito de Zaragoza. Algo similar sucedió con el subcomisario Amedo en el asunto aquel de los GAL. Nunca se llegó a saber quién era el señor X aunque, esta vez sí, el ministro dio con sus huesos en la trena, pero por poco tiempo y, además, cuando entró en el penal de Guadalajara ya a nadie le importaba, porque el Gobierno de Felipe González había pasado a mejor vida.

El caso Gürtel, que lleva siglos instruyéndose, no interesa demasiado al respetable y su juicio llega en un momento en el que nadie quiere hacerse más daño del estrictamente necesario

Ahora estamos en las mismas. Todos ponen el ojo en Rajoy, esperando algunos que su nombre ni se pronuncie en la sala de audiencias y otros que por fin se sepa toda la verdad y al presidente no le quede otra que presentar la dimisión. Pero no, como con Roldán, como con Amedo, no va a pasar nada. Nada grave quiero decir, o al menos grave para el inquilino de la Moncloa, porque al final por la cuenta que les trae ninguno tira de la manta. El caso Gürtel, que lleva siglos instruyéndose, no interesa demasiado al respetable y su juicio llega en un momento en el que nadie quiere hacerse más daño del estrictamente necesario.

Esa es la razón por la que la declaración de Correa de estos dos últimos días ha sido esencialmente un J’accuse contra el aznarismo de hace tres lustros. Correa supo mantener al margen a quien tiene que estar al margen, léase Mariano Rajoy y todo el entorno de Moncloa, que calienta motores ya para una segunda y definitiva sesión de investidura que inaugure su segundo mandato. Las ventajas de cargar contra quien ya no está en la pomada son muchas, es lo más parecido a echarle la culpa al muerto. El muerto se llama Luis Bárcenas, que, además de ser y parecer malo, tiene cara de malo.

El célebre “Luis, se fuerte” no lo envió Aznar, lo hizo Rajoy

Claro, que Bárcenas no llegó a tesorero del PP en tiempos de Aznar. Tan alta distinción la alcanzó con su sucesor, bajo cuya férula hizo y deshizo a su antojo en Génova. El célebre “Luis, se fuerte” no lo envió Aznar, lo hizo Rajoy. La ilustre condición del senador del Reino la alcanzó dos veces seguidas con Rajoy elaborando las listas y se encaramó en la ejecutiva del PP con la aprobación también de Rajoy, que para entonces disfrutaba de un poder omnímodo dentro del partido. Los años dorados de Bárcenas comienzan con el asalto de Rajoy a la torre del homenaje del castillo genovés, no antes.

Pero cargar sobre Bárcenas es sencillo, se ajusta al relato de que los enjuagues gurtelíes y todas sus estribaciones levantinas fueron desafortunados incidentes, turbios, sin duda, pero con pocos y reconocibles protagonistas que casi se diría que operaban por su cuenta. Nos falta la versión barcenita que, visto lo visto con lo de los ordenadores, es poco probable que constituya un bombazo. Rajoy ha tenido tiempo para dejarlo todo atado y bien atado para que tras esta cadena de juicios las aguas vuelvan a su cauce. A buena parte de su electorado no le importan y la otra hace tiempo que se fue. Como cuando se quiere derribar un edificio sin que los colindantes sufran daño alguno, todo es cuestión de dedicarle tiempo y de saber colocar las cargas explosivas en su punto exacto.

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