¡Indignaos!: el vademecum del perfecto progre

indignaos-hesselSuperviviente de Buchenwald y antiguo alumno de Jean Paul Sartre en la Escuela Normal de París, Stéphane Hessel ha triunfado en Francia con un libro-panfleto que ha hecho derretirse de placer a la izquierda de toda Europa. Lleva por título “¡Indignaos!” y condensa, en sólo 32 páginas, la ideología completa de la nueva izquierda. Anticapitalismo básico y ecologismo de baratillo para un superventas hecho a la medida de los estudiantes de la LOGSE.

Las contradicciones, excesos y sentimientos del culpa del siglo XX siguen trayendo cola. Uno de los libros más vendidos en Francia en los últimos meses lo ha escrito Stéphane Hessel, un diplomático francés de casi 94 años. El libro en cuestión se titula “Indignez-vous!” (¡Indignaos!) y ha tenido tanto éxito que, desde su lanzamiento hace un año, se ha traducido a seis lenguas y va camino de convertirse en un superventas mundial.

El libro, que, desde la indignación propia, apela a la de la juventud, aboga por la vuelta a la Europa económicamente asfixiada de posguerra, por la defensa a ultranza del medio ambiente y por redistribuir la riqueza a la fuerza. A modo de guinda pide una insurrección popular –pacífica, eso sí– y la construcción inmediata del estado palestino a costa, se entiende, del de Israel, al que considera ilegítimo. En suma, un alegato casposo a fuer de buenista propio de un ex embajador de Naciones Unidas a quien el mundo contemporáneo no termina de convencerle.

Pero, ¿quién es Stéphane Hessel? Básicamente un funcionario internacional. Un miembro de esa casta consagrada por la ONU después de la guerra mundial que, cabalgando sobre un altísimo tren de vida, lleva toda su larga vida dando consejos a los demás. Nació en Alemania, pero sus padres emigraron a Francia en los años 30. Allí se nacionalizó y poco después se unió al ejército de Charles De Gaulle. Atrapado por los nazis, padeció cautiverio en el campo de Buchenwald-Dora. Cuando le transferían a Bergen-Belsen consiguió escapar y unirse a las tropas americanas antes de que éstas tomasen la ciudad de Hanóver.

Aquel fue su último acto heroico. A partir de ese momento se dispuso a vivir de las rentas… y lo consiguió. Participó junto a la prosoviética Eleanor Roosevelt en la redacción de la Declaración de Derechos Humanos, lo que le permitiría labrarse un buen nombre y un mejor futuro en Francia. Ejerció de funcionario colonial en África y, perdido el imperio, fue obteniendo canonjías varias como, por ejemplo, la presidencia de la agencia reguladora de los medios audiovisuales franceses, un organismo que sirvió de modelo al funesto CAC catalán.

Desde los años 70 ha trincado por aquí y por allá en comisiones y fundaciones dedicadas todas a buenas causas debidamente lubricadas con ingentes cantidades de dinero público. Ha recibido multitud de premios, incluida la Legión de Honor y la Gran Cruz Orden del Mérito, todos a lo largo de la última década. Cuando todos creían que ya estaba retirado y preparándose para pasar a mejor vida, Hessel renació erigiéndose como defensor del Gobierno de Hamás en Gaza, una causa quizá no demasiado buena pero sí muy popular.

La campaña a favor de los palestinos le granjeó cierta notoriedad local, que supo aprovechar para sublimar en un librito la corrección política acumulada durante seis décadas de magistratura vitalicia a cuenta del contribuyente. Calificó la ofensiva israelí como “crimen contra la humanidad”, frase realmente gruesa para un miembro perpetuo del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, organismo dependiente de la ONU con sede en Génova.

Dicho esto la izquierda gala, personificada en Ignacio Ramonet, lo adoptó como mascota y desde entonces, rejuvenecido en cuerpo y alma, sermonea sin cesar a los jóvenes para que se rebelen contra “los medios de comunicación dominantes en manos del capital o del poder, que sólo empujan a los ciudadanos hacia el consumo, el desprecio a la humildad y la cultura, el olvido generalizado y una competición despiadada de unos contra otros». Como puede comprobarse, una frase de esas que repite a menudo Le Monde Diplomatique y que pone en trance a los progresistas occidentales. De ahí su tardío pero rutilante éxito. De aquí a que Zapatero lo adopte como pensador de cabecera tan sólo media un rato –no muy largo– de lectura.

Y la fama le llegó… ¡con 93 años!

Stéphane Hessel es un caso realmente extraño de celebridad. Apenas conocido, siquiera por sus compatriotas, hasta el año pasado, hoy se ha convertido en una de las caras más famosas del país vecino. No había dicho esta boca es mía hasta los 80 años, cuando entregó a la imprenta su autobiografía “Danse avec le siècle” (Danza con el siglo), que pasó casi desapercibida en las librerías francesas. Aquel era el único libro que se le conocía hasta que, 13 años después, cuando ya había recibido todos los premios posibles, se lanzó de nuevo a escribir. Fruto de ese postrer esfuerzo nació “¡Indignaos!”, un librito de sólo 32 páginas escrito con pasión de jovenzuelo. Que sea corto le ha facilitado llegar a la juventud, generalmente iletrada, que pulula por la izquierda. Que sea apasionado y panfletario le ha abierto las puertas del olimpo progre, donde, para ser bien digeridas, las ideas no deben ser ni complicadas de exponer ni necesariamente coherentes.

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