Nicolás Maduro se reeligió como presidente de Venezuela este domingo con una abstención por las nubes y acusaciones de fraude electoral. Nada que no se hubiese previsto ya. Las elecciones del día 20 eran una farsa, por lo que no pocían terminar de otra manera. La participación, según datos del Gobierno, fue del 46%, aunque la oposición ha denunciado que fue incluso menor, del orden del 30%.
Pero eso a estas alturas poco importa ya. Maduro ha conseguido cerrar el ciclo y amarrarse al poder para una temporada muy larga, hasta el año 2025 concretamente. Que llegue a esa fecha es un misterio. por de pronto la comunidad internacional se ha negado a reconocer las elecciones y, por lo tanto, al propio Gobierno bolivariano. Venezuela se transforma de este modo en una dictadura completa no muy diferente a la de Cuba, lo cual no es precisamente motivo de optimismo. En Cuba llevan así 60 años y todavía no han conseguido salir del agujero.
Defecar en una urna y limpiarse con la papeleta no es estrictamente lo que ha hecho Nicolás pero lo que ha perpetrado este pasado domingo es prácticamente indistingible y las consecuencias son exactamente las mismas. Estas astracanadas de dictador de tercera son paladas de tierra al foso donde está enterrando vivos a los venezolanos que no gritan porque tienen las bocas, que abrieron por hambre, llenas de tierra. Quienes votaron en conciencia a Nicolás demostraron no tener escrúpulos, quienes no le votaron, en esta ocasión, demostraron tener discernimiento y quienes no le votaron nunca, clarividencia. Continúa el calvario venezolano y Nicolás tiene, desde el domingo, una fusta a estrenar. Es inútil pedir misericordia. Ojalá estos aciagos días fueran solo días.
Un cordial saludo.