La economía tal y como debería ser

economia-hazlittEl mejor manual de economía tiene menos de 200 páginas y está al alcance de cualquiera que sepa leer y tenga sentido común. Se trata de “La economía en una lección”, toda una lección de economía que nos dio Henry Hazlitt, un periodista muy intuitivo que empezó vendiendo periódicos para salir de la pobreza y terminó convirtiéndose en el mejor divulgador económico del siglo XX.

La economía tiene una injusta fama de árida y poco interesante, una materia críptica al alcance de sólo unos pocos iniciados que conocen a fondo sus arcanos. Es probablemente la ciencia social menos popular. En ello tienen mucho que ver los economistas… o casi todos los economistas. Los ha habido que han hecho de la economía una auténtica delicia. El neoyorquino Henry Hazlitt es uno de ellos. Llegó a ser un gran economista por pura intuición y quizá porque, como venía de la pobreza, quiso desentrañar sus misterios para salir de ella.

Hazlitt era de Brooklyn que, a finales del XIX no era un barrio de bohemios adinerados como ahora, sino un suburbio de obrero que orbitaba la Gran Manzana. Huérfano de padre y al cargo de una madre enferma, se tuvo que poner a trabajar muy pronto, a los 13 años, vendiendo periódicos por las avenidas de Nueva York. Uno de esos periódicos, el Wall Street Journal, le contrató como botones, y ahí nació su interés por la economía. A esas alturas el joven Henry intuía ya varias verdades económicas, como que siendo muy trabajador, es decir, muy productivo, se sale de la pobreza. Esa fue la primera lección que aprendió. A partir de ahí dedujo el resto. Lo hizo en la ciudad de la Bolsa y las finanzas, donde el tiempo es dinero, el dinero se hace actuando y con el dinero se compra tiempo. Así descubrió que de eso mismo trata la economía: de tiempo y acción, o acción sostenida en el tiempo por parte del ser humano, única especie que, en lugar de depredar, economiza.

Hazlitt, que era de naturaleza inquieta, pronto aparcó los trebejos de botones y se puso a escribir. A los 21 años publicó su primer libro y luego se fue a la guerra a servir en la recién creada fuerza aérea. A su vuelta, regresó al periodismo y, en muy poco tiempo, le ofrecieron ser editor financiero del New York Evening Post. De ahí pasó al New York Sun, donde le cogió el crack del 29 y la Gran Depresión que le siguió. Hazlitt, maestro en sacar certidumbres de la experiencia, se echó a la yugular del New Deal rooseveltiano y lo desmontó de arriba abajo. Para entonces ya tenía muy claro como funcionaba el mecanismo de precios, qué efectos provocaba la inflación y por qué la combinación de ahorro y libre empresa es la madre del cordero en cualquier economía próspera.

Sin pretenderlo, Hazlitt había entroncado con la escuela del liberalismo clásico, heredero de Smith, Bastiat y los escolásticos españoles, cuya llama mantenían encendida en Europa un pequeño grupo de pensadores austriacos. En 1938 esa llama estaba a punto de apagarse. El viejo mundo, devastado intelectualmente por las dos variantes de socialismo, el marxista y el fascista, se dirigía raudo hacia la devastación material. Hazlitt, que se había pasado al New York Times como jefe de opinión, acogió en Nueva York a la mejor cabeza de esa moribunda escuela liberal, el austriaco Ludwig von Mises, exiliado de Austria por miedo a que los nazis descubriesen que era nieto de judíos.

La influencia del venerable Mises le enriqueció de tal manera que, a partir de ese momento, Hazlitt se convirtió en una máquina de escribir libros. Más de veinte llegó a publicar. El más famoso y celebrado fue “La economía en una lección”, pequeño breviario en el que el autor refutaba las 22 falacias económicas más habituales. Hoy está traducido a diez idiomas y ha vendido millones de ejemplares. Aunque convertido en autor de éxito, Hazlitt no abandonó el periodismo, pero si el New York Times por diferencias editoriales. Fundó una revista, The Freeman, y colaboró con Newsweek hasta que, mediada la década de los sesenta, su incorrección política se hizo intolerable para el editor. Para entonces Hazlitt era una leyenda del periodismo neoyorquino, tenía más de setenta años y una carrera llena de méritos.

Se retiró a su propia fundación, la Foundation for Economic Education, e hizo balance, durante 50 años de oficio había escrito “prácticamente todos los días: noticias, editoriales, columnas, artículos… más de 10.000 editoriales y columnas; unas 10 millones de palabras, el equivalente a 150 libros”. Le quedaban aún 30 años de vida, que dedicó a promocionar el estudio y, sobre todo, la divulgación de la economía. Ya mayor, le preguntaron en qué consistía para él la economía, y respondió: “La economía no consiste en mirar los efectos inmediatos de una ley, sino los efectos a largo plazo; consiste en averiguar las consecuencias de una ley, no sólo para un grupo, sino para todos los grupos”. En resumen, como ya había dicho Bastiat, en lo que se ve y lo que no se ve.

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