La falsa polarización

De un tiempo a esta parte se repite en todos los foros de opinión que Occidente está polarizado. Que EEUU se ha partido en dos mitades irreconciliables, una representada por Trump y la otra por el establishment, que Francia padece la misma sintomatología pero con Marine Le Pen de antagonista, que en Gran Bretaña los brexiteers han conseguido dar la vuelta al sistema. Así podríamos seguir país por país y no nos fallaría ninguno. Esa polarización se traduciría, siempre según el guión oficial, es la irrupción de poderosos movimientos populistas cuyo objetivo es arrasar con todo y empezar de cero.

Bien, no es cierto. Polarización existe, pero es más retórica que real. Si bajamos al campo de las ideas lo que nos encontramos es más consenso que nunca. Tal vez estemos ante eso mismo, ante los espasmos finales del consenso de posguerra. Un final previsible por la consunción física de la generación que mejor lo encarna, la de los nacidos en la década de los 40, y por la incapacidad de ese consenso para competir en un mundo globalizado y aplanado.

Trump no trae una revolución, simplemente ajustes puntuales y cambios en la prioridad del gasto. Pero lo que no cuestiona es el gasto en sí

Dejando a un lado la cháchara patriótica de Donald Trump, lo que subyace en su programa de “America First” es una nueva dosis de lo que los gringos llevan chutándose desde hace décadas. Trump no trae una revolución, simplemente ajustes puntuales y cambios en la prioridad del gasto. Pero lo que no cuestiona es el gasto en sí. Como muestra ahí tenemos su intención de aumentar el presupuesto del Pentágono a costa del que su antecesor dedicaba a las ONG de ayuda al desarrollo. Al contribuyente, en definitiva, se lo van a quitar igual. Con suerte quizá les quiten un poco menos, pero solo un poco menos, que no se ilusione demasiado. Trump no va a abolir el impuesto sobre la renta, ni a cerrar la Reserva Federal ni a devolver a las legislaturas estatales todo el poder que les ha ido arrebatando Washington a lo largo del último siglo.

A este lado del Atlántico la música es la misma. En España, por ejemplo, Podemos no ha actuado más que como catalizador de los fundamentalistas del consenso del 78 como bien afirmaba Javier Benegas, jefe de opinión del diario Voz Pópuli, en una reciente entrevista. El podemismo es setentayochismo llevado a sus consecuencias lógicas. Si metiésemos en una probeta a Suárez, Fraga y Carrillo, la agitásemos y la dejásemos reposar cuarenta años nos saldría Íñigo Errejón, cursilerías incluidas.

La Francia que anhela Le Pen no es la de la Vichy sino la de los felices años 50 y 60, cuando los inmigrantes aún no habían llegado y abundaba el empleo bien remunerado para todos los franceses

La Francia que anhela Le Pen no es la de la Vichy sino la de los felices años 50 y 60, cuando los inmigrantes aún no habían llegado y abundaba el empleo bien remunerado para todos los franceses. Al menos eso es lo que ellos creen porque lo cierto es que empleo había, pero no estaba tan bien remunerado como pensamos ahora. Y si había empleo se debe básicamente a que hace medio siglo no se penalizaba tanto el trabajo mediante regulaciones e impuestos. Nuestros abuelos (y los abuelos de los franceses) eran mucho más pobres que nosotros y sus expectativas vitales eran menores por más que nos empeñemos en creer lo contrario.

El consenso, en definitiva, ese consenso que Jorge Vilches y Almudena Negro han retratado en un libro imprescindible, se nutre de la glorificación de un pasado imaginario, de una edad de oro que los tiempos modernos han arruinado. De ahí lemas como el “Make America great again” de Trump, el “Nederland weer van ons” (Holanda es nuestra) de Wilders, el “Mut zu Deutschland” (Coraje de Alemania) de Frauke Petry o el “Pueblo, Patria, Podemos” de Iglesias y compañía. Por tiempos modernos ha de entenderse el liberalismo y la globalización. Del primero hemos tenido poco, respecto a la segunda la aceptamos a regañadientes para mantener nuestro nivel de vida.

No hay, por lo tanto, polarización ideológica alguna. Ya nos gustaría que así fuese porque implicaría que al menos una de las partes estaría apostando por el futuro y no por el pasado, por un futuro de mercados abiertos, fronteras sin garita, Gobiernos minúsculos, políticos en paro y primacía de lo privado sobre lo estatal. Algo así no lo veremos. Sería demasiado revolucionario.

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