La inevitable partición de Siria

A día de hoy no se sabe la cifra exacta de muertos en la guerra civil que desgarra Siria desde hace más de cinco años, pero debe de andar por encima del medio millón. Las últimas estimaciones son de febrero de este año y elevaban el número de víctimas mortales a 470.000. Luego no es descabellado pensar que ya haya superado con creces el medio millón. A eso hay que sumarle casi cinco millones de refugiados repartidos por Oriente Medio y buena parte de Europa y un número indeterminado de desplazados internos. El drama humano es gigantesco, pero también lo es la devastación material que sobrepasa con mucho a la causada durante los casi diez años de guerra en Irak.

La realidad es que Siria tal y como lo conocíamos no existe, de hecho dejó de existir hace ya unos cuantos años. Actualmente aquel país son cuatro Estados que hacen fricción cada cierto tiempo en algunos puntos. El norte, una larga y estrecha franja pegada a la frontera con Turquía está en manos de una coalición acaudillada por los kurdos y que ha adoptado el nombre de Rojava. El desierto del interior y la ribera del Éufrates son los dominios del ISIS. La costa del Mediterráneo, el área fronteriza con el Líbano y la capital Damasco son del Gobierno de Bashar Al-Assad, que recibe el apoyo de Rusia e Irán. Y, por último, una bolsa noroccidental junto a la frontera turca en torno a la ciudad de Alepo está controlada por los rebeldes, una amplia y variada alianza de grupos opositores al Gobierno de Al-Assad que cuenta con apoyo occidental y de algunos países árabes.

Como puede verse lo que fue Siria es hoy un indescifrable puzle cuyas piezas, para más complicación, están en continuo movimiento. Una guerra perfectamente diseñada para que nadie la gane y dure eternamente. Algo similar a lo que sucedió en el vecino Líbano durante los años 70 y 80, cuando el país se desangró en una larga guerra civil que se extendió durante 15 años (1975-1990).

En estos momentos se pelea por Alepo o, mejor dicho, se da lo que los contendientes creen que será la última batalla por Alepo, porque tanto los unos como los otros llevan años luchando en esa ciudad, y para constatarlo no hay más que ver el lamentable estado en el que han quedado los edificios de la que, hasta no hace tanto, era la ciudad más poblada y próspera del país. Las partes beligerantes han concedido declarar una breve tregua con intención de evacuar a los civiles de algunos barrios, y ni eso se ha respetado porque algunos de los autobuses que habían entrado de vacío en la ciudad han sido atacados e incendiados.

Los civiles son muy útiles en conflictos de este tipo, especialmente en Oriente Medio. Son guerras sin cuartel en la que todo vale y que tienen la peculiaridad de ser televisadas (y tuiteadas) en tiempo real. En Siria todos los bandos se han valido de los civiles, sobre todo para usarlos como escudos humanos, una ventaja táctica que, en los tiempos de internet y la comunicación por satélite, es un punto a favor del que se defiende y en contra del que ataca. El resultado es que nadie en Siria se detiene antes ellos, los masacran sin piedad, por eso hay tantos muertos entre la población civil, y por eso tantos  millones de sirios han buscado refugio en el extranjero.

Los más enterados en el tema aseguran que la victoria de Al-Assad y los rusos es más o menos segura. De conseguirla, el presidente pasaría a controlar la que fue la primera ciudad de país y constituiría una victoria con alto contenido simbólico. Pero eso no le daría, ni mucho menos el control de toda Siria. Aún eliminando por completo a los rebeldes la coalición norteña sigue ahí. Y el ISIS también.

La estrategia de Al-Assad viene a ser la siguiente:

1º Arrinconar a la oposición contra la frontera turca y allí aniquilarlos con la ayuda de la aviación rusa.

2º Llegar a algún tipo de acuerdo con los kurdos de Rojava, los iraquíes y los EEUU para limpiar el valle de Éufrates de los guerrilleros del Estado Islámico.

Llegados a este punto, y si los dos anteriores los culmina con éxito, estaríamos ante un nuevo dilema: el norte seguiría en manos de los kurdos, que reclamarían parte del mérito por haber combatido al ISIS y no querrían perder su trabajosamente ganada independencia. Solicitarían, por ejemplo, que se reconociese a Rojava como Estado. De facto Rojava ya lo es al menos desde hace tres años y ha disfrutado de la protección oficiosa de Washington, al menos durante los años de Obama.

¿Estaríamos entonces ante la partición de Siria? Pues depende. Depende de que a Al-Assad le salga todo bien, de que Trump consienta, de que los iraníes acepten el arreglo y los turcos e iraquíes no lo consideren una amenaza. Porque, aunque Rojava no es propiamente un Estado kurdo (también hay árabes, asirios y turcos), es lo que más se le parece. Su existencia podría ser un incentivo para que los kurdos de Turquía, Irán e Irak anhelasen independizarse o federarse con la propia Rojava, que está configurada como una confederación de cantones autónomos.

Todo esto, claro, es pura especulación, pero si la guerra sigue el curso que ha tomado más tarde o más temprano nos encontraremos ante un escenario de este tipo. No olvidemos que, aunque los sirios tienen mucha historia, la república de Siria es muy reciente y hasta algo artificial. Nació en los años 30 como fruto indirecto del reparto del Imperio Otomano entre Francia y el Reino Unido tras el tratado de Sèvres. La actual Siria quedó, junto al Líbano, en la zona de mandato francés y de aquella partición nació la propia Siria. No sería sorprendente que 80 años más tarde se produzca otra.

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