En octubre estalló la segunda fase de la revolución rusa de 1917. Tras ocho meses de huelgas, manifestaciones e inestabilidad general, el partido Bolchevique, una escisión radical y minoritaria del partido Socialdemócrata ruso, planificó y ejecutó un asalto sobre el Gobierno provisional presidido por el socialista moderado Alexander Kerenski. Un golpe de mano muy bien llevado a cabo que provocaría la caída del Gobierno y el comienzo de la guerra civil rusa. Nada, ni en Rusia ni en el mundo, volvería a ser lo mismo.
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Bueno bolchevique significa mayoritario. Quizás fuesen minoritarios dentro de la población general pero entre los militantes los bolcheviques eran mayoría respecto a los mencheviques (minoritarios en ruso)
En tiempos convulsos, los tibios se bloquean y los radicales actúan. La Rusia de 1917 no podía estar más convulsa, una guerra en derrota, una monarquía perdida, un gobierno nulo y un pueblo desesperado por los sufrimientos del esfuerzo de guerra. Los bolcheviques eran los más radicales, es decir, los más activos y decididos, por lo que aquel octubre se impusieron. Se perdió la guerra, se asesinó a la monarquía, se masacró a los tibios y el pueblo pasó de la desesperación al terror. La historia puso en manos de unos desalmados un país lleno de recursos. Lenin fue un fanático, cobarde y cruel, Trotsky, un oportunista lúcido, y ambos recogieron los despojos del ocaso del imperio zarista. La revolución se impuso a la calamidad, el caos y la indolencia, lógico, la revolución trajo la guerra civil, esperable, pero la revolución trajo además, inesperadamente, al mayor criminal conocido por intención, medios, perseverancia y eficacia. Pero eso es otra amarga historia.
Un cordial saludo.