Lo mismo pero por otro camino

La semana pasada David Letterman, el popular presentador de televisión, firmó un acuerdo con Netflix para hacer un programa de entrevistas. Letterman, que tiene ya 70 años, se retiró hace dos, en 2015, después de una carrera plagada de éxitos. Todo el mundo le conoce en EEUU e incluso fuera porque es un tipo muy carismático con un gran sentido del humor. De hecho, cuando le preguntaron por su nuevo programa en Netflix respondió «me siento emocionado y afortunado de trabajar en este proyecto para Netflix. Esto es lo que he aprendido: si te jubilas para pasar más tiempo con tu familia, consulta a tu familia primero».

Netflix y otras cadenas de streaming como HBO o Amazon hace tiempo que compiten con la televisión convencional en las películas y, especialmente, en las series. La televisión también ha perdido a buena parte del público infantil, esta vez a manos de YouTube. Las televisiones, conscientes de ello, han ido centrándose en otros tipos de contenidos como los programas y los deportes. Los segundos tienen la peculiaridad de que no pueden servirse en diferido. Puede hacerse, claro, pero solo para los muy aficionados. A casi nadie le interesa un Madrid-Barça una vez el árbitro ha pitado el final del partido. El deporte -no todo, solo los más populares como el fútbol, el baloncesto, la Fórmula 1 o el tenis-, arroja buenas cifras de audiencia, pero es limitado. No todas las semanas se juega el clásico, Wimbledon o la final de la Champions League.

Les quedaban los programas. Si quieres ver el de Ana Rosa o sintonizas Telecinco o lo ves en Mitele. No hay muchas más opciones. Ídem con El Hormiguero en Antena 3 o Las mañanas en Cuatro. La televisión hoy por hoy son programas primorosamente realizados y con costes de producción generalmente altos. Ningún YouTuber por popular que sea puede permitirse producir un Supervivientes. Pero las grandes plataformas si pueden hacerlo. A fin de cuentas lo que vale en televisión es el contenido no la distribución, que con las conexiones de banda ancha y la proliferación de dispositivos conectados a ella se ha comoditizado, tanto que mi hermano se ha montado un «Netflix» casero con películas y series que tiene en un servidor y al que puedo acceder yo desde mi casa o desde cualquier parte del mundo con mi móvil.

Luego no sería de extrañar que más pronto que tarde una estrella de la televisión española termine firmando con Netflix un programa para ser distribuido a través de su plataforma. La televisión a la carta tiene muchas ventajas, la principal el horario. Nos hemos habituado a consumir los contenidos así. Nadie espera a que den la Quinta de Beethoven en Radio Clásica. La busca en el iPod y la escucha o, mejor aún, hace lo propio en Spotify o incluso en YouTube, que hoy por hoy es la radio musical más grande del mundo. Antes tener una licencia de FM, el famoso poste, lo era todo, hoy se puede empezar a prescindir de ella, al menos para atender a la audiencia más joven.

En Estados Unidos Netflix es un producto para menores de 45 años. A partir de ahí su penetración decrece. Solo el 19% de los mayores de 65 lo usan. En España supongo que la cosa irá por el estilo. Podríamos pensar que no importa, que no hay tanta gente por encima de los 65, pero no, países como el nuestro tiene más habitantes entre los 65 y los 69 años que entre los 10 y los 14. Concretamente 2.340.000 frente a 2.338.000. A los niños de 10 años alguien como David Letterman no les dirá nada, a sus abuelos de 70 se lo dice todo. Es un buen reclamo para que se apunten. Eso sí, previo pago. Por lo que la decisión de fichar a la estrella del Late Night Show va encaminada a matar dos pájaros de un tiro: por un lado introducirse en la producción de programas, por otro ampliar el abanico de edades.

Poco a poco se va desbrozando el camino de por el que irá la televisión del mañana que, a pesar de lo que dicen por ahí, no será tan distinta a la de ayer. Cambia la distribución y con ella esa sensación de comunidad que daba ver los mismos programas a la misma hora. Eso hace tiempo que desapareció. No es ni bueno ni malo. Es lo que es.

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