Macron, voladura controlada

2017 ese está empeñando en no ser como 2016. Ni Geert Wilders en Holanda ni Marine Le Pen en Francia han conseguido hacerse con el poder. Y eso a pesar de lo felices que se las prometían en enero en aquella reunión de Coblenza de todos los líderes identitarios europeos por la que se dejó caer incluso Santiago Abascal. Pensaban que el «efecto Trump» iba a ser capaz de todo tipo de milagros, pero no, hasta la marea más viva tiene un límite.

Esto nos viene a demostrar que hacer predicciones no sirve absolutamente de nada y que la historia, además de avanzar a saltos, lo hace dando giros inesperados. La victoria por sorpresa de Donald Trump en EEUU y el referéndum del Brexit hicieron creer a muchos que había llegado el momento de los incorrectos, de los que atacan al establishment, de los que el sistema llama populistas sin ahorrarse el resto de calificativos. La cosa iba de que la gente está harta, ¿o no? Pues tal vez no tanto como creíamos.

Lo del Brexit quizá no fue tan anormal. Quizá la anormalidad histórica es que el Reino Unido entrase en la CEE allá por 1973 y aguantase más de 40 años dentro aunque de mala gana. Respecto a lo de Trump, el ahora presidente es cierto que no era político, pero si era millonario amén de una rutilante estrella televisiva. Es decir, tenía muchas papeletas para imponerse en un partido que trae un serio problema de cuadros y liderazgo desde Reagan y sobrepasar después a una candidata demócrata realmente mala.

Evidentemente es fácil hablar a toro pasado, pero es a toro pasado cuando las cosas se ven con mayor claridad. A toro pasado podemos hablar ya de las elecciones presidenciales francesas, que no han sido ni mucho menos las más reñidas de la historia como insistían algunos el pasado fin de semana, pero que han puesto a toda Europa de los nervios.

Porque Le Pen ha perdido, eso es indudable, pero nos ha dejado sobre la mesa un hecho un tanto preocupante. Un tercio de los franceses está dispuesto a todo, incluso a comprar recetas mágicas con tal de salir del marasmo actual. Una lección no muy diferente de la que recibimos en España el año pasado cuando comprobamos que casi un 25% de los españoles votaba a un partido como Podemos, cuyo objetivo declarado es desmontarlo todo y empezar de cero partiendo de unas ideas descabelladas que no han funcionado nunca y no funcionarán jamás se apliquen donde se apliquen.

En España nos libramos por la mínima después de dos elecciones. Los franceses también acaban de librarse por muy poco. Ahora es cuando viene lo difícil. En Francia, eso sí, han tenido más suerte, porque de Mariano y sus cuates no se puede esperar nada sustantivo. Todas las reformas han sido aplazadas sine die. Rajoy se conforma con sacar los presupuestos de aquella manera y que no vapuleen demasiado en el Congreso durante las sesiones de control. Macron, sin embargo, acaba de llegar, es nuevo en esto y tiene mucho que demostrar.

Tendrá que demostrar, por ejemplo, que sabe cohabitar con un primer ministro y un Gobierno que sea acorde a la Asamblea Nacional, que se renovará en poco más de un mes. Una asamblea que no necesariamente tiene que ser del mismo color que el presidente. A Hollande no le hizo falta cohabitar porque el PSF controlaba también la cámara. Pero eso es poco probable que le suceda a Macron, un candidato de emergencia, sin partido al que recurrir para imponerse en las legislativas.

Para sacar adelante sus prometidas reformas necesitará de la colaboración del Gobierno y de la Asamblea. Para bajar los impuestos, para flexibilizar el mercado laboral, para rebajar el gasto público, para reformar el sistema de pensiones y un largo etcétera de deberes que trae en la cartera tendrá que contar con otros que no pertenecen a En Marcha, el partido-movimiento fundado el pasado mes de agosto y articulado en torno a su persona. Le van a mirar con lupa como ya hicieron con Hollande, con la diferencia de que Macron no tendrá luna de miel, van a ir a por él desde el primer minuto. Tanto la izquierda melenchonista como la derecha lepenista van a hacerle la presidencia imposible. Y no olvidemos que ambos han salido muy reforzados en estas elecciones.

Tiene la ventaja de encontrar el viento a favor. La situación económica internacional es buena. Las materias primas han bajado de precio y lo peor de la crisis ya ha pasado. En el plano político habrá de lidiar con el Brexit, en el que Francia tiene mucho que decir, y las elecciones federales alemanas de septiembre, de las que podría salir un canciller socialdemócrata.

Si consigue arrancar la locomotora económica, que es para lo que le han votado, ya podría dedicarse a otros asuntos urgentes. Con los franceses en modo optimista, confiados y con dinero en el bolsillo tendría legitimidad para acometer la titánica tarea de terminar de asimilar a la numerosa comunidad de inmigrantes y para plantar cara con inteligencia al islam radical que anida en sus guetos urbanos.

Solo podemos desearle mucha suerte. La va a necesitar.

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1 Comment

  1. Cuando uno acaba de ser elegido Presidente de Francia está lógicamente eufórico y poco dado a arrebatos de sinceridad sino más bien a accesos de hipérbole, falta de modestia y confianza sin base. Nadie le pedía que dijese que la verdad es que la capacidad de los políticos para solucionar problemas es irrelevante comparada con sus capacidades para no arreglarlos, para complicarlos y agrandarlos, y para añadir nuevas e inesperadas contrariedades. Ahora bien, aspirar a «refundar Europa», «moralizar la vida pública», «garantizar la seguridad de todos los franceses»…son excesos de pardillo. Cuando Europa siga sin refundar, la moralidad pública esté en entredicho y los atentados se sucedan, sus palabras de ayer serán tan falsas como bobas.
    Un cordial saludo.

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