El muerto de la Ciutat Morta

El 4 de febrero de 2006 un vecino de la calle Sant Pere Més Baix, en el mismo casco histórico de Barcelona, no muy lejos del Palau de la Música, llamó a la Guardia Urbana quejándose del ruido que armaban los okupas de la una casa cercana que estaban celebrando una fiesta. La casa en cuestión, el llamado Palau Alòs, una finca desvencijada que en el pasado conoció tiempos mejores, llevaba ocupada desde el año 2000 a pesar de las quejas de los vecinos, y del hecho en sí que el inmueble no era suyo y lo ocupaban de manera ilegal. En la España de nuestro tiempo a menudo toca recordar lo obvio.

Los guardias acudieron a la llamada y se encontraron una batalla campal. Los okupas se enfrentaron a ellos armados con palos y botellas. Uno de ellos arrojó desde un balcón una maceta que cayó sobre la cabeza de uno de los agentes, Juan José Salas, de 39 años y padre de familia numerosa. A consecuencia del golpe se quedó tetrapléjico. La policía procedió a varias detenciones, entre ellas la de Rodrigo Lanza, un chileno de 21 años que vivía en Barcelona sin oficio conocido gracias a su pasaporte italiano.

La de la maceta es una versión de los hechos, en otra el agente fue herido por una pedrada que el propio Lanza le arrojó y que impactó en la frente, lo que le hizo perder el conocimiento y caer al suelo golpeándose la cabeza. Una vez en el suelo inconsciente el grupo le pateó repetidas veces al grito de «perro cabrón, nos lo hemos cargado«.

Ya fuese una maceta o una piedra, que tanto da, el hecho es que Rodrigo Lanza y otros siete jóvenes fueron arrestados, juzgados y declarados culpables. Entre ellos se encontraba Patricia Heras, que se suicidó durante un permiso penitenciario en 2011 clamando por su inocencia.

Al asunto cayó más o menos en el olvido hasta que en 2013 dos habituales de la escena radical independentista de Barcelona, Xapo Ortega y Xavier Artigas, presentaron un documental titulado «Ciutat Morta» centrado en torno a Patricia Heras y con los sucesos del 4 de febrero como trasfondo.

El documental fue un éxito de crítica aunque no tanto de público. No dejaba de ser, a fin de cuentas, algo de temática política que ocurrió hace mucho tiempo. Le llovieron los premios, eso sí, incluido el del Festival de Málaga, que le galardonó como la mejor producción documental del 2014. A partir de ahí hizo un recorrido por las televisiones, generalmente marginales y minoritarias como el Canal 33 de Madrid, aunque también se exhibió en TV3 por mediación de los diputados de la CUP, de conocidas simpatías hacia el movimiento okupa.

En TV3 la cinta tuvo una espectacular acogida. Consiguió un 20% de cuota de pantalla y más de medio millón de espectadores. En ella participaban el propio Lanza, transmutado en padre-coraje de todo aquel enjuague, y significados miembros de la casta mediático-política del ‘procés’ como Núria de Gispert, a la sazón presidenta del Parlamento de Cataluña, y Mònica Terribas, factótum de la corporación radiotelevisiva de la Generalidad.

A raíz de la exhibición del documental y del éxito que cosechó en Cataluña, Rodrigo Lanza se convirtió en algo parecido a un héroe para la extrema izquierda de toda España y para buena parte del independentismo catalán. Se le pudo ver en los estudios de grandes emisoras como Catalunya Radio o la SER y varios diarios le entrevistaron.

No era de extrañar. Tenía buenos padrinos. El actual teniente de alcalde de Barcelona, Jaume Asens, fue su abogado defensor y destacados líderes de la izquierda barcelonesa como Ada Colau, entonces al frente de la PAH, se hicieron eco del documental exigiendo responsabilidades y una depuración policial. Estaban todos o casi.

Lanza se paseó por España impartiendo charlas, desde Madrid hasta la Universidad de Salamanca. Todo con una privilegiada cobertura de los medios afines, que se deshicieron en elogios con «Ciutat Morta» al tiempo que se dolían por el desafuero que había padecido el desdichado Lanza, un pobre inmigrante que llegó a afirmar en las páginas del diario Público que fue a parar con sus huesos en la cárcel por «ser un sudaca«.

Y en estas llegó lo que nadie había previsto. El pacífico Lanza, el joven combativo llegado de allende los mares para denunciar injusticias, la víctima del 4-F, el Saco y Vanzetti posmoderno que pagó por un crimen que no había cometido, fue detenido por un crimen que, a juicio de la policía, si que ha perpetrado con sus propias manos y delante de testigos. Lo ha hecho con alevosía, nocturnidad, odio ideológico y una indecible cobardía. Le acusan de haber asesinado por la espalda y a sangre fría a Víctor Láinez, un hombre de 59 años natural de Tarrasa tras intercambiar con él unos improperios en un bar de Zaragoza.

El finado al parecer llevaba unos tirantes estampados con la bandera de España lo que, según se desprende de la investigación, fue el desencadenante de la ira de Rodrigo Lanza, que acabó con la vida de Láinez golpeándole con una barra metálica en la cabeza. Un asesinato sin más móvil que el estrictamente ideológico y, justamente por eso, especialmente execrable. Un asesinato que desvela un fallo en el mátrix que la extrema izquierda ha construido sobre su presunto pacifismo. Insistir en que se es una víctima de un sistema corrupto y violento no significa que se sea una víctima ni que ese sistema sea corrupto y violento.

Pero el mensaje ha calado después de décadas de repetirlo una y otra vez. Los llamados antisistema tal vez sean algo agresivos, pero son rebeldes con causa, pelean a solas exponiendo su propio cuerpo contra un enemigo cruel e inhumano personificado en España, en los mercados o en cualquiera de los villanos al uso. Hay como mínimo que mostrarse comprensivos con ellos y no echarles demasiadas cuentas. De esta benevolencia, de esta mentira inmensa, impuesta a golpe de titular, edificada retorciendo sistemáticamente la realidad se han beneficiado individuos como Rodrigo Lanza.

Pero no, no hay ninguna diferencia entre un fascista violento y un antifascista violento. Ambos son hermanos de la misma camada. ¿Por qué a los segundos se les tolera cuando no se les protege mientras que a los primeros se les estigmatiza y persigue con saña? Esa es una pregunta que la izquierda bienpensante debería responder.

Los extremismos políticos traen consigo siempre un reguero catastrófico de enfrentamientos civiles, trifulcas callejeras y muertos, sí, muertos como Víctor Láinez. El muerto de la ciutat morta ha terminado cayendo muy lejos de la Barcelona menguante y decrépita que pintaba aquel documental. No es casual que Láinez sea catalán de nacimiento y Lanza lo fuese de adopción durante una parte de su vida. Todo está del revés, no se puede fabricar tanto odio sin que sus frutos se hagan ver. No se puede, como decía Vázquez de Mella, levantar tronos a las premisas y cadalsos a sus consecuencias.

diazvillanueva.com por correo electrónico

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