Ni sí ni no, sino todo lo contrario

Carles Puigdemont y su Gobierno no desaprovechan una sola oportunidad de hacer el ridículo y, ya que están, hacernos pasar vergüenza ajena a todos los demás. Llevan así todo el mes, desde que sacaron adelante aquellas leyes de referéndum y transitoriedad en sendos debates parlamentarios que merecen pasar al olvido. Lo que mal empieza mal acaba y va empeorando por el camino. La Declaración de los Representantes de Cataluña (sic) que presentaron ayer en sociedad es su más notoria muestra. En sólo cuatro folios condensaron el procés entero con todas sus mentiras, sus abusos políticos y sus desafueros legales. Pero como cuatro folios dan para lo que dan y entra lo que entra en ellos, Puigdemont se encargó de ampliar las razones de viva voz desde la tribuna de oradores del Parlament.

Así, aparte de los llantos habituales, nos obsequió con una brevísima historia del procés insistiendo en el hecho de que él era la encarnación de la voluntad de todos los catalanes. Su legitimidad, decía, se la daba haber ganado las elecciones autonómicas de 2015 y el referéndum del día 1. Las elecciones las ganó, cierto es, pero de aquella manera. La lista que él no encabezó obtuvo el 39% de los sufragios, a los que sumó luego el 8% de los cupaires. Es decir, un 48%, la mitad menos dos. En unas elecciones que se enfocaron de manera plebiscitaria eso significaba perder el plebiscito por dos puntos. Pero siguen sin darse por enterados.

Respecto al referéndum, en fin, no hace falta que diga nada que no se sepa. Fue ilegal y careció de garantías antes, durante y después de las votaciones. Votó quien quiso y las veces que quiso, algunos incluso en dos y en tres ocasiones desfilaron por delante de la urna. Hasta el recuento estuvo plagado de irregularidades. Por más que me esfuerzo no veo que de esa experiencia pueda extraerse legitimidad alguna. Por lo que, si ha hecho lo que ha hecho, es porque le ha dado la gana, no porque haya recibido mandato alguno por parte del electorado.

Y entre todo eso que ha hecho su obra magna es sin duda la declaración unilateral de independencia de ayer. Porque es eso mismo, una DUI en toda regla por mucho que quisiese limar aristas con vaporosas referencias al diálogo y la negociación. Ambos, el diálogo y la negociación, se han tomado como palabras fetiches que todo lo curan y que con solo pronunciarlas uno ya se convierte automáticamente en bueno. Pero no, Puigdemont no lo es, no lo ha sido en ningún momento desde que arrancó esta locura que, como descubrimos hace sólo dos días gracias a unos papeles incautados en septiembre a un alto cargo de la Generalidad, vino desde el principio marcada por la bajeza y la deslealtad más absoluta.

Todo lo habían planificado sin escatimar añagazas y engaños buscando provocar un conflicto con el Gobierno para que éste reaccionase violentamente. Y así, exponiendo al mismo pueblo que dice representar a la violencia del Estado, pretendía cargarse de razones y sacar partido de ellas con propaganda a granel dirigida al mercado exterior. ¿Ese es el tipo de diálogo que quiere Puigdemont? ¿El mismo que ha negado dentro de la sociedad catalana obligada a comulgar con las ruedas de molino de la independencia quisiese o no?

Su idea del diálogo, y lo he dicho ya en varias ocasiones, es un monólogo en el que sólo él habla y el otro escucha y asiente. Eso no es ni diálogo ni negociación. Negociar es estar dispuesto a ceder para que la otra parte también lo haga. En este punto podríamos decir que Rajoy está en las mismas, que no está dispuesto a negociar. Luego los dos, enrocados en sus posiciones, son iguales. Pero no, no es así. Rajoy está limitado por la ley, lo que le piden no puede darlo aunque quisiese hacerlo. Puigdemont, en cambio, ha creado la ley a su medida y se ha situado por encima de ella. Tiene claro cuál es el único final posible para toda esta historia: la independencia, y no está dispuesto a alejarse de ella ni un milímetro. Y ahí tenemos la DUI de carácter irreversible como demostración palpable.

Ante semejante panorama no hay nada que negociar y no es necesario mediador alguno. En la UE esto hace tiempo que lo han descontado y el vacío que se cierne sobre el Gobierno zombie de la Generalidad es total. Nadie le da el más mínimo crédito más allá de la propia España. Pero, ojo, tampoco se lo daban antes de empezar esto. Todo en el procés ha sido un despropósito, pero el funambulismo exterior ha alcanzado cotas difícilmente superables.

Pero si fuera lo tiene negro dentro tampoco que es que le alumbre demasiado el sol. En esta última pirueta ha conseguido lo que parecía imposible hace solamente una semana: romper el frente independentista. Los radicales de la CUP, que ayer firmaron de mala gana la declaración, abandonarán hoy mismo el Parlament y se desmarcan oficialmente de la línea marcada desde la Generalidad.

Como todos los iluminados que en el mundo han sido Puigdemont ha terminado destrozándolo todo a su alrededor. Ha partido Cataluña en dos mitades irreconciliables, una herida profunda que tardará años en cerrarse y cicatrizar. Ha provocado la mayor crisis política de nuestra historia reciente. Y ha puesto contra las cuerdas a la economía justo en el momento en que empezaba a salir del hoyo tras casi diez años de crisis.

¿Qué puede hacerse ante un personaje tan malintencionado como tóxico, alguien que nos está costando dinero y que ha generado un estado de discordia civil como no recordábamos? Pues no hay mucho donde elegir, la verdad. O la ley o la ley. Aunque Puigdemont y todo el procesismo lleven más de un mes empeñados en creer que esto es una república bananera no es así. España es una democracia consolidada, equiparable con las más importantes del mundo con las que juega en la misma liga. No tenemos la necesidad de seguir aguantando esta broma de mal gusto.

Cuando se haya restablecido el Imperio de la Ley en Cataluña habrá que ir pensando en celebrar elecciones. Después ya tendremos tiempo para sentarnos no a negociar, sino a reformar el Estado autonómico, una idea nacida en la Transición pero pésimamente desarrollada y llena de agujeros. En esa reforma podría incluirse el derecho a secesión si así les parece a los españoles que somos, en última instancia, los que validaríamos con nuestro voto la reforma de la Constitución que hicieron nuestros padres hace ya cuatro largas décadas.

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1 Comment

  1. El Presidente catalán dijo ayer que no habrá independencia con violencia y por ello apuesta por una independencia negociada con el gobierno de España. Acto seguido proclamó la independencia de Cataluña y su suspensión para poder negociarla con el gobierno de España. Como el gobierno de España no puede negociar la independencia de Cataluña ya sabemos que esta no se concretará. Queda ahora ver languidecer hasta la desaparición el «proces», y, por supuesto, ver al gobierno de España, todo dudas y todo dilación, organizar la vuelta a la legalidad, así como una respuesta política con la inestimable ayuda de todo el arco parlamentario constitucionalista, federalista, republicanista y nacionalista.
    Un cordial saludo.

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