Por qué Putin volverá a ganar las elecciones

Las elecciones en Rusia parece que no interesan a nadie salvo a los rusos. Si Rusia fuese un país pequeño tipo Bielorrusia o Moldavia tendría lógica que no despertasen el mayor interés fuera, pero no es este el caso. Vladimir Putin es uno de los estadistas más conocidos del mundo, las noticias de Rusia suelen ir en portada de todos los periódicos y no hay medio de comunicación de cierto tamaño que no tenga corresponsal en Moscú. Sus elecciones, sin embargo, no interesan lo más mínimo a pesar de que se celebran puntualmente. Antes cada cuatro años y desde 2012 cada seis y así desde 1991.

El motivo de este desinterés probablemente sea que siempre gana Putin. Y cuando no lo hace él lo hace Dimitri Medvedev, que es algo así como su alter ego, su mini yo, al que colocó de presidente durante cuatro años (2008-2012) y que ahora le tiene de primer ministro. Es lo que llaman tandemocracia rusa, que funciona a la perfección desde hace casi veinte años. Putin estrenó su primer mandato en 1999, justo un año después de que Boris Yeltsin le nombrase director de la FSB, el Servicio Federal de Seguridad, que es como desde los años 90 se llama la KGB. Desde entonces no se ha apartado del poder. Por delante de él han pasado cuatro presidentes de Estados Unidos.

Que todos, incluidos los rusos, sepamos por anticipado que Putin seguirá mandando choca con el hecho de que en Rusia las elecciones se las tomen tan serio, tanto como si realmente hubiese posibilidad de alternancia. Esto, ¿por qué sucede?

Para entenderlo hay que conocer la naturaleza del poder en Rusia. Allí las elecciones no determinan quien ocupará la presidencia. Eso lo deciden con antelación los pesos pesados del sistema. El sistema no son sólo los oligarcas como suele creerse, sino también los altos cargos de la administración. Rusia es un país inmenso y muy burocratizado. Lo era con los comunistas y también con los zares. En pocas palabras: vivir en el Kremlin no significa mandar o, al menos, hacerlo de manera efectiva. Boris Yeltsin lo experimentó en sus ocho años al frente del Gobierno, y antes de él Mijail Gorbachov en la fase final de la URSS.

Los burócratas rusos son maestros de la resistencia pasiva y la dilación si el que manda en Moscú no les complace. Las elecciones sirven a este gigantesco engranaje administrativo como indicador del apoyo popular que el presidente es capaz de suscitar. En las de 2012 Putin obtuvo el 63,6% de los votos. El siguiente, el comunista Gennadi Ziuganov, se tuvo que conformar con el 17%. En 2008 Medvedev obtuvo el 71,2% y Ziuganov el 18%. En 2004 Putin ganó con el 72% en la práctica totalidad de las circunscripciones. Él y su socio son, como puede comprobarse, muy populares entre el electorado. Estas victorias tan contundentes son un mensaje a esa administración deseosa de perpetuarse para mantener sus privilegios y corruptelas.

Junto a la élite burocrática convive una élite económica, los famosos oligarcas. Los millonarios en Rusia no son como los de Occidente, por lo general empresarios que empezaron desde abajo y que, en base a méritos, trabajo y visión, han llegado hasta donde están. La mayor parte de los oligarcas rusos se hicieron millonarios muy rápidamente gracias a pelotazos durante los años 90 y han hecho crecer esas fortunas al calor de la corrupción que anega todo el sistema y a que el Kremlin se lo ha permitido. Esta gente necesita en el poder a alguien que les proteja de la competencia y que arbitre en sus disputas. Un hombre fuerte pero que no ponga en peligro su patrimonio y sus negocios.

Y los rusos, ¿qué piensan de esto? Lo saben o lo imaginan. Por eso es tan importante para los oligarcas es que el presidente sea un tipo que transmita seguridad y sepa tocarles la fibra sensible. Los rusos, un pueblo que nunca ha conocido una democracia propiamente dicha, son fáciles de contentar. Con seguridad en el empleo y orgullo de ser rusos les basta. Putin y Medvedev han sabido suministrarles ambas cosas. Es por ello que gobiernan desde hace dos décadas.

Estas elecciones, por lo tanto, despiertan tanto interés dentro de Rusia porque servirán para tomar la temperatura a la popularidad de Putin. Si gana sólo con un 50% de los votos su imagen para los barones de la administración y los oligarcas se resentirá gravemente. Si repite los resultados de 2004 (un 72%) transmitirá autoridad, pero si se pasa y saca un 90% todos entenderán que ha hecho trampas y eso le restará credibilidad.

Para mantener a todos contentos Putin necesita hacer un delicado encaje de bolillos entre nacionalismo, comunismo, populismo y apertura económica. Y ahí es donde entran los otros candidatos. En función de las encuestas sabe que es lo que más preocupa a los rusos en este momento. Los sondeos le dan la victoria con un 70%, los dos siguientes son el comunista Pavel Grudinin y el nacionalista Vladimir Zhirinovsky. Ambos son ferozmente antioccidentales y eso ayudaría a entender la retórica nacionalista que ha adoptado Putin durante la campaña. Si en lugar de Zhirinovsky y Grudinin el favorito (después de él, claro) fuese la Iniciativa Cívica de de Ksenia Sobchak el mensaje sería muy distinto.

Putin aspira al Gobierno total y la ideología es lo de menos. Lo que más o menos tiene claro es que si no consigue ganar por mucho terminarán poniendo a otro.

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1 Comment

  1. La democracia rusa parece consistir en que los votantes pueden ratificar en las urnas al candidato omnipresente o apostar por alguna de las restantes opciones apenas publicitadas y profusamente vilipendiadas. Una vez ratificado, el ya presidente obtiene el poder necesario para redoblar el ninguneo del resto de opciones y dedicarse a asegurarse su ubicuidad gracias al fomento de la corrupción con empresarios amigotes todos y burócratas unos amigotes y otros no pero todos dúctiles. El mismo secreto a voces que en el resto de democracias pero con bastante menos secreto y muchísimas más voces, pues en el resto de democracias los omnipresentes son varios y los corruptos son menos obvios.
    Un cordial saludo.

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