Los resultados de las elecciones andaluzas del pasado día 2 de diciembre han provocado un tsunami que está barriendo toda la política española. La apreciable pérdida de votos por parte del PSOE y de sus socios de Gobierno no sólo ha supuesto un punto de inflexión en el ciclo político, sino que les ha colocado frente al espejo de su propia debilidad, tanto en las Cortes como en la calle.
Sánchez, que quiere seguir en la Moncloa a cualquier coste, ha dado un sonoro golpe de timón para centrar su discurso y cortar la sangría. Algo similar, aunque no tan acusado, está haciendo Podemos. Pero el pasado siempre viene a buscarte. El pasado de estos dos partidos se llama Cataluña. Un drama anunciado en el que jugaron las peores cartas y que les ha terminado de poner contra las cuerdas.
Como la inmensa mayoría de las propuestas del gobierno de Pedro han resultado ser palmarias estupideces y unas pocas han resultado evidentemente contraproducentes, pues su popularidad, y la de su gobierno, están despeñándose por las encuestas con la única duda sobre cuándo se va a oír la trompada final. Entre tanto, los dos asuntos capitales de la España actual, es decir, la marcha económica y la unidad territorial van acorde con la nefasta gestión que Pedro les está dispensando. Claro que las prioridades de Pedro son evitar una moción de censura en las siguientes horas y rascar algún voto que alimente su exiguo bagaje, por lo que pedirle visión de conjunto en los temas de interés general, es perder el tiempo. Pero como el deterioro económico y el desafío secesionista avanzan y precisan una corrección que no está ni en la intención ni el conocimiento de Pedro y su gobierno, parece que el tiempo de proponer pamplinas irritantes va a cesar en seco ante el bloqueo de un gobierno presidido por un doctor incapaz de articular un discurso coherente ante estos dos retos nacionales. No sabemos cuándo acabará el mandato de Pedro, pero sí cómo.
Un cordial saludo.