Venezuela, la crisis que no cesa

Son ya muchos los analistas que predicen que este será el año de la quiebra final del chavismo. Dicen que se avecina una tormenta perfecta que se llevará al régimen por delante. Al parecer Maduro y los suyos no podrán resistir la conjunción de una endiablada hiperinflación y del acusado descenso en la producción petrolífera. Las predicciones no suelen servir de nada y en este caso menos porque esa tormenta lleva varios años arreciando y como si nada.

Venezuela extrae menos petróleo que hace unos años, concretamente casi un millón de barriles al día menos que en 2014. La novedad ahora es que ese declino es más pronunciado. Sólo en diciembre la producción cayó un 11% con respecto al mes anterior y, en el conjunto del año, se extrajeron 600.000 barriles al día menos que en 2016. A modo de comparación, el desplome petrolero del año pasado es superior incluso que el que padeció Irak tras la guerra de 2003.

En un país que sólo ingresa divisas por esta vía estamos ante una auténtica tragedia de la que indudablemente se derivarán males mayores. Con esto pocas prestidigitaciones pueden hacerse. Los datos están ahí para quien quiera verlos, son los oficiales de PDVSA, una empresa exportadora y con bonos colocados en el mercado que no puede permitirse el lujo de mentir. En 1998, año en el que Hugo Chávez llegó al poder, Venezuela extraía 3,2 millones de barriles al día. Actualmente extrae 1,6 millones, es decir, un 50% menos, la mitad.

Aquí no hay guerra económica que valga por mucho que los propagandistas del régimen se empeñen en culpar a otros cada vez que alguna de sus medidas no funciona, o peor aún, lo hace en sentido inverso al esperado. Si PDVSA extrae menos crudo del subsuelo es responsabilidad de PDVSA y de nadie más. El sector petrolero está totalmente nacionalizado en Venezuela. La participación privada a día de hoy es nula. Todo lo bueno o malo que haga la empresa es atribuible a sus gestores, que en este caso son políticos afines a la revolución designados a dedo en Miraflores.

Las razones de este descalabro son todas de orden político. PDVSA es una empresa política y, como tal, está muy mal administrada, las negligencias son comunes y la corrupción ubicua. El chavismo, a diferencia de otras narcodictaduras como Arabia Saudí, ha sido simplemente incapaz de mantener funcionando la máquina que les ha permitido atornillarse al poder durante dos décadas.

El hecho es que cada barril que deja de extraer PDVSA es un clavo en la cruz de Maduro, que no sabe muy bien como atenderá los vencimientos de deuda más inmediatos. Actualmente debe 50.000 millones de dólares a acreedores varios y otros 70.000 millones en bonos. En el momento en el que interrumpa el servicio de deuda sabe lo que le espera. Le cerrarán el grifo y empezarán los litigios en el extranjero. El ahora honorable prestamista pasará a ser por obra y gracia de la propaganda bolivariana en vil usurero al que se pronto se asimilará con un buitre. Quizá dentro de casa convenzan a algunos pero fuera no servirá de mucho, una suspensión de pagos es convertirse en un paria internacional.

Antes de llegar a eso la única opción que le queda es practicar una devaluación salvaje desatando a la fiera de la hiperinflación. Una hiperinflación es cuando los precios se incrementan un 500% anual o un 100% durante tres años. Venezuela cumple ambas definiciones. Oficialmente no se sabe cuál es la inflación venezolana porque el Gobierno no facilita datos de la misma desde hace años.

Sabemos que los venezolanos son plenamente conscientes de la pérdida acelerada del valor de sus bolívares porque tan pronto como los reciben tratan de convertirlos en otra divisa o en bienes. Esta es quizá la mejor medida de la inflación, no es cuantificable pero es un indicador infalible. Pero que el Gobierno no mida la inflación no significa que no se pueda medir desde fuera empleando idéntica metodología.

Los datos oficiosos son de puro pavor. Al terminar 2015 la inflación era del 800%, en 2016 del 1.800%, en 2017 del 4.500%… hace dos días sobrepasaba ya el 5.000%. Una taza de café con leche en Caracas costaba a mediados de 2016 unos 450 bolívares, hoy por lo mismo piden 45.000. Con lo que se adquiere un café hoy se podían adquirir cien cafés hace sólo año y medio.

¿Cuánto son 45.000 bolívares en Madrid o Barcelona? En el mercado libre ayer se cambiaban por unos 17 céntimos. ¿Cuánto gana un venezolano? Desde noviembre el salario mínimo fijado por el Gobierno es de 456.507 bolívares o, lo que es lo mismo, 1,76 euros al mes. Esta es la realidad. Un venezolano con el salario mínimo gana lo mismo en un año que un español mileurista en media jornada de trabajo.

El resultado es que el venezolano medio a lo único que puede acceder es a los alimentos que suministra el Estado a precios fijos y con cuentagotas. Para complementar la llamada dieta Maduro muchos cultivan huertas o, si quieren incorporar algo de carne, mezclan comida para perros con arroz de la cartilla. En el mercado negro hay más disponibilidad pero no son muchos los que pueden acceder a él. Los estraperlistas trabajan con moneda fuerte, que es exactamente de lo que los venezolanos carecen. Si Venezuela no se ha muerto aún de hambre se debe a que su privilegiado clima permite cultivar casi cualquier cosa en cualquier momento del año. De estar enclavada en el centro de Europa la hambruna hubiese sido antológica.

Estos subsidios se pagan con la decreciente renta petrolera. Sin esos dólares no hay importaciones de alimentos y sin alimentos es cuestión de tiempo que el motín estalle. Quizá sea cierto aquello de la tormenta perfecta. Sólo nos queda saber cuál será la chispa que la desencadene.

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