Este miércoles el presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski presentó su renuncia tras verse envuelto en un escándalo de sobornos. Nada nuevo. en Perú llueve sobre mojado. Hace sólo tres meses se salvó por la mínima de tener que irse tras el polémico indulto a Alberto Fujimori. El caso Odebrecht también le salpicó directamente, pero de este último escándalo no ha podido librarse. Su posición era ya insostenible y esta bala era imposible de esquivar. Tras demasiados meses de crisis en la Casa de Pizarro, sede del Ejecutivo peruano, la política de aquel país ha entrado en barrena y se percibe el vértigo. Todos creen llegado su momento. El frágil equilibrio que dejó las elecciones de hace dos años se ha roto definitivamente y nadie sabe qué vendrá después.
Pedro Pablo renuncia abochornado y lo hace porque aunque formalmente era el presidente de todos los peruanos en realidad medio país le negó el voto y el otro medio se lo dio como mal menor, así que no tenía la legitimidad de las masas con adhesión enfervorizada, y lo hace porque aunque no ha sido condenado por juez alguno, el hedor de los indicios condenatorios tenía con cara de asco no a medio país sino al país entero. Pedro Pablo llegó a la presidencia para que el fraccionado antifujimorismo evitara que el compacto fujimorismo presidiera el país y ha ganado todo el tiempo que ha podido que ha resultado ser poco porque no ha sabido ocultar su pasado ni frenar sus ansias por aferrarse a la poltrona. Pasa el testigo para que otro consiga algo más de tiempo. A ver cuanto.
Un cordial saludo.