Zapateroy en Garoña

No me canso de repetir que el rajoyato es la continuación del zapaterismo con otras siglas. Hemos cambiado cejas por barba y fracasados escolares por abogados del Estado. En el resto estamos igual… o peor. Yo personalmente pienso que peor, porque el daño que puede hacer un “tiene estudios de…” tipo Elena Valenciano es mucho más pequeño que el que hace una marisabidilla tipo Soraya. Y para muestra un Garoña. La bobería antinuclear del de León no ha podido encontrar mejor heredera que la bobería a secas del de Pontevedra. Al final, entre el uno y el otro, van a terminar pagando el pato los de una remota comarca burgalesa que, despoblada y pobre, no les llega para cabildear en la Villa y Corte.

Lo de Garoña era una muerte anunciada desde que Zapatero llegó al poder hace nueve años. Los socialistas españoles, a diferencia de los franceses, siempre han sido muy antinucleares. Es un virus que agarraron en los setenta y del que todavía no han podido o no han querido curarse. Por su culpa, por su gran culpa, pagamos la luz más cara de Europa. Primero se sacaron de la manga una moratoria nuclear que las eléctricas nos cargan mensualmente en el recibo, y luego se hartaron a conceder primas a energías de poco aprovechamiento pero mucho trinque como la solar. Ambos, el trinque y la prima, también la cargaron en el recibo.

“¡Pero nosotros no tenemos la culpa!”, dirá conmovido, “de tener un Gobierno tan tonto”. Pues tal vez usted individualmente no, pero sí todos –muchos millones de votantes– los que han ido comprando el cuento de lo sostenible durante los últimos treinta años. Al final lo único sostenible es la pasta gansa que se ha llevado esa minoría tremendamente extractiva que se conoce como lobby eléctrico. Los políticos tampoco se han quedado mancos, que una cosa va con la otra. No es casual que los Entrecanales, ya sabe, Acciona, visitasen tanto la Moncloa cuando el Cejas; o que Montoro y Abengoa, los de las termosolares que tapizan ahora la sartén de Andalucía generando kilovatios a millón, estén a partir un piñón.

Los patitos feos de todo este cuento han sido, curiosamente, los que más electricidad producen a un precio más bajo. Todo gracias a la pausada labor de zapa ideológica que todos los Gobiernos desde González han hecho contra este modo de generación limpia y barata. Las ideas cuentan mucho más de lo que cree la gente. El problema es que, habituados como estamos a vivir al día, manejados desde la tele por tontos hiperinformados que saben lo que dijo Soraya ayer pero son incapaces de trazar una tendencia histórica, nos la cuelan continuamente. Pensamos que la política se hace en el día y no, no es así, en el día se perpetra el robo, la política se hace a largo plazo.

Y de largo plazo va la cosa eléctrica y casi todas las demás. En 2011, ayer por la tarde, las fotovoltaicas generaban el megavatio hora a más de 450 euros. Un dineral que iba directo al déficit de tarifa y que morirá en el recibo de la luz. En aquel año la central de Garoña generaba ese mismo megavatio a 46 euros. Hágase cargo. ¡Diez veces menos! Como puede comprobarse, todo muy sostenible. Los megavatios no son como los teléfonos móviles, los coches o el aceite de oliva, los megavatios son idénticos, son simple potencia eléctrica que hace funcionar su frigorífico, su lavadora y sí, también su teléfono móvil de última generación de esos que se quedan secos a medio día.

En un mundo normal, no digo ya perfecto sino normal, un mundo en el que triunfa lo bueno y se aparta lo malo, los que tendrían que echar el cierre serían los de los huertos solares que proliferaron por España hace unos años al calorcito de una ley muy zapaterina que concedía primas a la generación del 400%. Lo harían, además, sin necesidad de ley alguna, seríamos nosotros, el mercado, quienes les haríamos cerrar… por patanes. En un mundo normal, en ese mundo que impera en otros productos como el pan, la leche o la tinta para impresora, nadie puede durar mucho tiempo vendiendo diez veces más caro que la competencia. Pero el eléctrico no es un mundo normal, es un mundo político pensado por y para políticos, es su patio de juegos, su paraíso y, como tal, se ha convertido en el reino del sinsentido.

Y ahora viene la segunda parte, más dolorosa aún si cabe que la primera. A pesar de todo, a pesar de los Montoros y de las Abengoas, Garoña hacía dinero. Esos 46 euros megavatio le dejaban unos cuatro euritos de beneficio porque el precio del pool eléctrico rondaba los 50 euros. No mucho, la verdad, pero suficiente para mantener la central funcionando con todos sus empleados, al tiempo que inyectaba en la red electricidad a precio de ganga.

Pero ¡ay!, en estas apareció Cristóbal Calamidad Montoro y les sacudió un impuestazo, la especialidad de la casa. Ya sabe, para mantener “lo público”, perdón, “lo estatal” y así no tener que despedir a nadie en las empresas ídem. Con un impuesto del 6% Garoña ya entraba en pérdidas, se convertía en inviable económicamente y la obligaba a cerrar. Poco importa que los molinos y las plaquitas solares de Abengoa sean total y absolutamente inviables, esas tienen bula monclovicia y se ponen en beneficios con el dinero del consumidor de electricidad, es decir, con el dinero de todos porque, hasta donde yo sé, nadie en España vive en una cueva apartado del mundo como los esenios del mar Muerto.

Montoro sabía eso, por eso les metió un impuesto lineal del 7%, un puntito más a modo ejemplificador. Sólo le faltó plantarse en Las Merindades y decir aquello de “¡exprópiese!” con Julio Sánchez a su vera poniendo una sonrisita caballuna y el Sorayo Nadal junior aplaudiendo la barrabasada. En ese caso Garoña seguiría operando, en pérdidas, claro y bien enchufada a los presupuestos. Casi me que quedo con el cierre. Y ahora entonen conmigo: Gracias Zapateroy, Montoro marca el camino.

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