
El viernes pasado se produjo un encuentro histórico entre los líderes de las dos Coreas. Tras un celebradísimo apretón de manos sobre la misma línea fronteriza, Moon Jae-in y Kim Jong-Un se comprometieron a trabajar por la desnuclearización de la península y por una paz permanente. Fue un acto muy emotivo, y no sólo para los coreanos, sino para todo el mundo porque Kim Jong-Un (bastante menos su homólogo surcoreano) es una celebridad mundial.
Es sin duda un buen comienzo, digno de un reality show televisivo. Se diría que el mismo Donald Trump estaba detrás de la escenografía. De esto último no sé, pero si fue uno de los muñidores de la reunión junto al Gobierno chino, que parece que ha leído la cartilla a su protegido y le ha pedido que se comporte. Pero en la práctica poco más se puede decir. Mucho ruido y, al menos por ahora, ninguna nuez.
Corea: simbolismo y poco más
El tirano quería la guerra para hacer tolerable la miseria de su pueblo, vistiéndola de épica. El tirano quiere paz porque las sanciones, apoyadas por China, hacen que la miseria galope hacia lo intolerable y calcula que en breve le van a torcer el gesto hasta los incondicionales. Ahora que la guerra es inasumible apuesta por una paz que augura una miseria sin épica. Parece que el norcoreano se sube a un flotador de azúcar llamado paz, que le mantendrá a flote una temporada más, ahora que se le ha disuelto el flotador de azúcar llamado guerra. Su éxito diplomático es la prolongación de la agonía de los norcoreanos, pero como esa prolongación relaja el susto de los vecinos, pues todo es alborozo y son albricias entre quienes no quieren que se rinda, tan solo que se esté quieto. Por lo visto hasta ahora, será una sorpresa que pueda y sepa estarse quieto.
Un cordial saludo.