El año de la peste

Acabamos de dejar atrás el que probablemente sea el año más extraño de toda nuestra vida. Ni mi generación, ni la de mis padres, ni la que vino después de la mía había tenido que vivir algo igual a esto. Hablo, claro está, desde la perspectiva de un individuo de clase media de un país del primer mundo. Me consta que en otros lugares la gente de mi edad ha tenido que ver guerras e incluso combatir en ellas y, en ciertos rincones del planeta, también ha tenido que convivir con epidemias como la gripe aviar o la del ébola que azota el centro de África de manera periódica. Pero en Occidente nunca nos habíamos encontrado ante una como esta desde hace tantos años que no podemos recordarlo porque la última vez que sucedió algo así, en 1918, aún nos quedaba mucho tiempo para nacer.

Es curioso, pero hasta marzo de este año siempre que pensábamos en una catástrofe global lo hacíamos fantaseando con una invasión alienígena o con un asteroide impactando sobre la superficie del planeta. La mayor parte de nosotros no contemplamos una epidemia. El éxito de nuestra especie en su lucha contra los agentes patógenos a lo largo de los dos últimos siglos ha sido tal que nos creíamos invulnerables. Teníamos motivos para pecar de exceso de confianza. Si echamos la vista atrás observamos que nunca hemos sido tantos (la población se ha multiplicado por ocho desde el final de las guerras napoleónicas) viviendo tanto tiempo (la esperanza de vida media a escala global ha pasado de 35 años en 1800 a los 72 actuales) tan bien alimentados.

La combinación de avances científicos y explosión productiva ha hecho posible ese milagro. La hipótesis de la pandemia existía, pero era minoritaria. Por eso nos ha pillado por sorpresa. Cuando saltó la alarma en marzo nadie sabía muy bien qué hacer, los protocolos tuvieron que ir improvisándose sobre la marcha, los Gobiernos desconocían a lo que se enfrentaban y empezaron a dar palos de ciego. Primero lo negaron, luego lo relativizaron y, por último, gritaron al unísono “sálvese quien pueda” recurriendo a fórmulas tradicionales como las cuarentenas y los confinamientos, dos términos que solo aparecían en los libros de historia para referirse a las pestes y las leproserías de otras épocas. Hoy ambas son de uso común y lo seguirán siendo durante un tiempo.

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Esto nos lleva directos al debate de las libertades individuales y de como en casos extremos y excepcionales son las primeras en desaparecer. Nunca hubiéramos pensado que el Gobierno nos iba a encerrar en casa, pero lo ha hecho con la aquiescencia de la mayor parte de la población. Para ello se valió de una falsa disyuntiva, la de enfrentar salud y economía como si ambas no fuesen de la mano. Parece claro que frente a una epidemia era necesario tomar medidas coactivas e impuestas desde arriba, la cuestión es qué medidas y con qué alcance. Un debate sin duda interesante que, a mi juicio, no se ha librado con la profundidad que debería, probablemente por la anormalidad de la situación. Tendremos tiempo de cualquier modo para replantearnos esto. Con perspectiva las cosas se ven mucho más claras.

El virus desconoce el calendario gregoriano, seguirá transmitiéndose mientras pueda hacerlo o, mejor dicho, mientras le dejemos hacerlo

A lo largo de 2021, una vez se haya derrotado el virus, nos quitemos la mascarilla y queden levantadas todas las restricciones, tendremos que hacer balance. Todavía es pronto para acometer uno definitivo porque, aunque cambia el año, aún estamos en plena pandemia. El virus desconoce el calendario gregoriano, seguirá transmitiéndose mientras pueda hacerlo o, mejor dicho, mientras le dejemos hacerlo. Porque esta pandemia de covid-19 tiene otra peculiaridad. En el pasado se han erradicado enfermedades como la viruela y prácticamente erradicado otras como la poliomielitis, pero nunca se había conseguido erradicar una enfermedad en el curso de un brote pandémico.

Esto es algo que se conseguirá durante 2021 si todo marcha como hasta ahora. Hay cuatro vacunas ya disponibles y vendrán otras tantas en los próximos meses. A 30 de diciembre se habían administrado ya un total de cinco millones de dosis en poco más de quince días, este número se multiplicará por varios dígitos durante el primer semestre. Junto a esto, los tratamientos basados en anticuerpos están ya muy avanzados.

Un año después de su irrupción en un remoto de rincón de China, ya podemos inmunizarnos y, en un futuro cercano, podremos también curarnos una vez contraída la enfermedad. Algo así nunca había sucedido. La gripe del 18 tuvo un ciclo de 2 años y medio en cuatro olas, luego desapareció de manera natural dejando 50 millones de muertos a sus espaldas. De covid-19 han fallecido hasta la fecha 1.800.000 personas, aunque serán unas cuantas más ya que muchos muertos no han sido registrados, pero, aún así, la letalidad del SARS-CoV-2 está siendo muy inferior a la del H1N1 que provocó la pandemia de gripe de 1918. Es un virus distinto en un mundo distinto, un virus menos letal en un mundo mucho mejor preparado para los imprevistos.

El virus se valió de la globalización para expandirse por el mundo y ha sido la globalización la que le está derrotando

A pesar de los confinamientos y las numerosas restricciones que se han impuesto al transporte, en ningún momento se ha interrumpido el comercio mundial, no se han dejado de trabajar los campos y la cabaña mundial de ganado, que es nuestra fuente principal de proteínas, no se ha visto afectada. Es cierto que la economía global ha recibido un serio varapalo, pero la pandemia no ha ocasionado hambrunas ni guerras como sucedía en el pasado. El virus se valió de la globalización para expandirse por el mundo y ha sido la globalización la que le está derrotando. Sirva esto de enseñanza para los que ponen en duda los beneficios indudables de una economía globalizada en la que el libre comercio y las relaciones pacíficas se sobreponen al nacionalismo y la autarquía económica. La humanidad simplemente no se puede permitir ninguna de las dos cosas.

La pandemia ha traído consigo la mayoría de edad para internet después de tres décadas de rápido desarrollo. Gracias a la red se ha mantenido la producción en muchos sectores. Ese cambio ya es definitivo y no habrá vuelta atrás, como no la habrá en otros ámbitos como el de la educación a distancia o los medios de comunicación. Internet nos ha permitido este año no sólo estar más y mejor informados, sino mantener el contacto. En ningún momento de la historia la humanidad contó con un arma semejante. Podríamos, por lo tanto, quedarnos con el relato pesimista y bautizar a 2020 como el año de la peste o ser realistas y recordarlo como el año en el que derrotamos a la peste.

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