El desfonde de Podemos

Podemos lo ha hecho todo rápido. Nació en el mes de enero y en el de mayo ya había colado a cinco eurodiputados en Estrasburgo. A partir de ahí su nombre fue de boca en boca, de plató en plató y en sólo unos meses había pasado de partido revelación a serio candidato a formar Gobierno cuando Rajoy saliese en las siguientes generales. Era el llamado «fenómeno Podemos». Gente joven en su mayor parte desconocida para el gran público que triunfaba en los debates televisivos y se hacían los amos de las redes sociales. 2015 fue su año. En las municipales se hicieron con un puñado de alcaldías importantes incluidas las de Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza y entraron en todos los parlamentos regionales. Iglesias era imparable. De la calle a la Moncloa de una tacada. Ni Felipe González cuarenta años antes había conseguido una proeza semejante.

Llegaron por fin las elecciones del 20 de diciembre de aquel año. Pero Podemos no ganó. Quedó tercero con un resultado francamente bueno para un debutante. Tras varios meses de parálisis política el Gobierno convocó nuevas elecciones y se deshizo de manera un tanto precaria el bloqueo. Podemos no gobernaría, al menos en esta legislatura. Allí mismo, en aquella triste noche electoral del 26-J, empezó el pastel a desinflarse. Se formaron dos bandos: los pablistas y los errejonistas que terminarían llegando a las manos en el segundo congreso de Vistalegre ya en febrero de 2017. Desde entonces, y ha pasado más de un año, la purga no se ha detenido. En este tiempo Podemos ha hecho más reestructuraciones internas que el resto de partidos juntos.

Todo porque Pablo Iglesias quiere mantener un control absoluto del partido y no tolera la más mínima disidencia. No admite baronías ni, por descontado, que nadie destaque demasiado. Para ello se ha rodeado de un consejo de incondicionales que velan por el líder y aplauden hasta romperse las manos todo lo que diga o haga. Este planteamiento tan leninista tiene un problema de raíz. Cuando no se detenta el poder y, por lo tanto, no se está en posición de repartir cargos y prebendas con cargo al presupuesto el hiperliderazgo todo lo que trae es desafección masiva. Las peleas en las sedes de Podemos son la comidilla en todas las capitales de provincia y si en el cuartel general de la calle Princesa no se pelean es porque allí ya no queda nadie a quien purgar.

El pablismo, única doctrina oficial del partido, arguye en su descargo que los barómetros del CIS les bendicen con expectativas de voto que, si bien no son para tirar cohetes, al menos no auguran un desplome. En las generales de 2016 Podemos obtuvo el 21,1% de los votos. En los sucesivos barómetros que se han ido publicando desde entonces la intención de voto ronda el 20%, un 19% en enero de este año. Esto muchos dentro de casa no se lo creen. Carolina Bescansa, por ejemplo. Socióloga de profesión y purgada hace ya meses, ha hecho su propio sondeo y los resultados que arroja son aterradores. Podemos es el partido que más rechazo provoca entre sus propios votantes. El 59% de los que les votaron en 2016 no volvería a hacerlo.

Entonces, ¿por qué el CIS sigue dándoles hilo en forma de unos resultados como mínimo aceptables? Se trata de un simple embeleco que les ha tendido el Gobierno sabedor de que el narcisismo es una de las señas de identidad de Podemos y, especialmente, de sus líderes. Pablo Iglesias no es muy diferente a otros políticos. Le gusta que le regalen los oídos, que le digan que siempre tiene razón. Él, además, puede imponerlo. De ahí la cadena de errores que han ido cometiendo desde el verano de 2016.

Y como a perro flaco todo son pulgas cuando se encontraban en pleno declive y ya no hablaban de ellos así montasen el enésimo circo en el Congreso, sucedió lo de Cataluña que, a mi juicio, ha sido el tropiezo definitivo. No entendieron bien la naturaleza del desafío que planteaban los independentistas. Se quedaron primero en tierra de nadie y luego pasaron a engrosar con disimulo el bloque nacionalista. En un momento en el que había que tomar partido no lo hicieron. Cuando quisieron reaccionar escogieron el bando equivocado o, al menos, el más costoso en apoyo popular.

Y como con esto, con todo. Su desconexión con el votante de izquierdas medio es absoluta. Les queda poco más de un año para las siguientes elecciones. Sólo entonces sabremos si su tiempo ha pasado.

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4 Comments

  1. Podemos es un caso evidente de ascenso populista despues o durante una profunda depresión económica. Tenemos en la historia muchos tristes ejemplos de ello. En mi opinión, dos factores importantes, además de sus propias cuitas internas, tienen que ver en su desplome: por un lado, el colapso total del referente chavista e iraní (perfectamente detallado y destapado en su momento) y por otro lado, como bien indicas, el fatal posicionamiento en favor de los golpistas catalanes. Tal vez lo único positivo del caso catalán sea que, como efecto colateral, haya servido de acelerador en el desplome de los chavistas españoles. El problema es que a su izquierda no hay nada, y a su derecha hay una izquierda que ayer fue moderada y hoy juega a parecerse al propio Podemos (PSOE) en un intento descarado de arrebatarles base electoral. A su vez, eso genera una profunda desafección entre el votante tradicional de clase media del PSOE, temeroso de que lo frían a impuestos, más aún, y de la posible deriva marxistoide de su partido, con lo que el voto se va trasladando más a la derecha (estamos ya en el centro puro)… y suma y sigue… No sé, se me ocurre la idea de que si esto no se ha estropeado más aun es porque la clase media española, aunque mermada, sigue siendo sólida y, como lleva haciendo cuarenta y pico años, no solo lo paga todo sino que además garantiza la estabilidad.

  2. En una España en crisis económica y desencantada de sus políticos, surgió un partido con financiadores turbios y turbio apoyo mediático. Clamaba contra la casta y por una nueva política y por la verdadera justicia social. La crisis amainó, el desencanto les incluyó, los financiadores bastante tenían con lo suyo y los medios agotaron la novedad. En su imaginario de buenos y malos los procesistas son buenos equivocados a los que no quieren ni regañar. En su periplo parlamentario se han convertido en su odiada casta. En su acción política se han mostrado ineptos y contraproducentes. Pablo supo cabalgar el desencanto por los políticos, pero parece que le va a costar más cabalgar el desencanto por su política.
    Un cordial saludo.

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