El ataque del martes pasado con armas químicas sobre población civil en el norte de Siria ha puesto contra las cuerdas de nuevo a todas las potencias occidentales y, especialmente, a EEUU. Donald Trump, que en el pasado se mostró contrario a intervenir en Siria deja ahora en el aire esa posibilidad. Pero intervenir o no en aquel avispero es algo que va más allá de simples promesas de campaña. Si la intervención es abierta y masiva supondría una decisión que marcaría un antes y un después en la guerra de Siria. Trump debe sopesar con mucho cuidado los pros y los contras y, sobre todo, debe de tener bien claro qué hará en el caso de que la cosa le salga mal.
El avispero sirio es una maraña de hilos de colores tan enrevesada que ni siquiera la solución de Alejandro al nudo gordiano valdría en este caso. La resolución de tamaño despropósito no está en manos de los Estados unidos. En manos de los Estados unidos está la capacidad de liarlo más y de ampliar el desaguisado, así como de empequeñecer su autoridad, como bien ha demostrado meridianamente Obama. A los Estados unidos no se les ha perdido nada en Siria excepto sus prerrogativas de líder mundial. Ir a por ellas no sale a cuenta y dejarlas allí, tampoco. Es lo que tienen las situaciones endemoniadas. Donaldo debe hablar como una superpotencia, debiera actuar como una potencia prominente y deberá negociar como una potencia más. Con eso, se dejaría pocos pelos en la gatera. Demasiados encajes de bolillos para tan poca experiencia, tan rudo talante y tantos ansiosos por verle errar.
Un cordial saludo.