La cumbre de ministros de finanzas del G20 en Buenos Aires ha tenido cierto contenido político. Un grupo de países ha acordado solicitar al FMI recursos para asistir a los cerca de tres millones de venezolanos que han huido del país a causa de la crisis provocada por el chavismo. El dinero no irá a Venezuela, sino a los países de acogida. En el FMI conocen bien la situación que atraviesa el país. Para este año estiman una inflación del 13.000%, lo que implicaría el colapso del bolívar.
La situación dentro de Venezuela es extremadamente grave. El país atraviesa una crisis alimentaria. No hay comida para todos, los alimentos subsidiados sólo llegan a un tercio de la población y quienes terminan pagándolo son los sectores más vulnerables como los niños y los ancianos. Podría decirse que dentro del país se ha perdido toda esperanza. Y quizá sea así, por lo que todo lo que se haga desde fuera es bienvenido.
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La inmensa mayoría de quienes jaleaban, apoyaban y aplaudían la revolución bolivariana y su socialismo del siglo XXI siguen entre nosotros. Fueron bienintencionados que dudaron de los agoreros que anunciaban el desastre y fueron obcecados inconmovibles que negaron el desastre cuando se hizo incuestionable. Hoy, cuando el desastre es simplemente náusea y vergüenza, se limitan a callar, pero es un silencio atronador para las conciencias de aquellos bienintencionados cerriles e hiriente para quienes recordamos el calamitoso recorrido venezolano. Entramos ahora en la etapa en la que las autoridades venezolanas ya no rebaten los gritos de socorro del pueblo, tan solo los ignoran. Aún queda mucho por lamentar y habrá muchas oportunidades para seguir callados o gritar basta ya.
Un cordial saludo.