La guerra de los drones

Todos hemos visto en el último año imágenes de la guerra de Ucrania tomadas desde el aire, pero no por aviones o helicópteros, sino por diminutas aeronaves no tripuladas que se cuelan en el campo enemigo y observan lo que sucede. En ocasiones estas aeronaves pasan al ataque y arrojan una granada sobre un tanque, hecho eso ascienden con rapidez y se retiran grabando la explosión. Esa visión tan subjetiva y cercana de una operación aérea es una de las novedades de la guerra de Ucrania. Se ha convertido, de hecho, en algo tan común que ya ni despierta nuestra atención.

La mayor parte de las imágenes que vemos a través de la televisión y las redes sociales no han sido grabadas por sofisticados drones de combate como los que equipan los ejércitos occidentales, o el más asequible Bayraktar TB2 de fabricación turca que la fuerza aérea ucraniana emplea desde los primeros días, sino por pequeños drones de consumo cuyo costo unitario es de unos centenares de dólares y que se pueden pilotar desde un simple teléfono móvil. Estos drones son muy populares desde hace unos años entre los aficionados al aeromodelismo. Se trata de pequeños cuadricópteros muy livianos, por lo general de no más de 250 gramos de peso, que es lo máximo que permiten en la Unión Europea para pilotar sin necesidad de una licencia.

Hay varias empresas dedicadas al diseño y fabricación de drones para aficionados. La más conocida de todas es la compañía china DJI cuya sede central se encuentra en la ciudad de Shenzen, a corta distancia de Hong Kong en el conocido como Silicon Valley chino. DJI lanzó al mercado su primer dron de consumo hace diez años, en 2013. El modelo se llamaba Phantom y se convirtió rápido en un superventas en todo el mundo porque era barato y muy fácil de usar para gente sin conocimientos de vuelo. Desde entonces han ido mejorando el producto y hoy ofrecen una gama muy completa tanto para el mercado de gran consumo como el profesional.

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En España se puede adquirir un dron DJI Mini por unos 500 euros o incluso menos en el caso del DJI SE que se vende por algo más de 300 euros. Cuenta con cámara de ultra alta definición, una autonomía de 40 minutos de vuelo, transmite vídeo a una distancia de 10 kilómetros y alcanza los 60 km/h en horizontal. Si nos vamos a modelos superiores como el Mavic o el Avata las prestaciones son mayores. Los aficionados los usan para pasar un buen rato capturando vídeos y fotografías desde el aire, algunas realmente espectaculares porque las cámaras que equipan son de alta calidad. Algo tan útil no podía pasar desapercibido a los militares, especialmente en guerras tan móviles como está siendo la de Ucrania. Por un precio irrisorio la inteligencia puede disponer de muchas plataformas de observación difíciles de detectar porque estos drones aparte de ligeros son minúsculos. Un DJI Mini con los rotores desplegados tiene tan solo 25 centímetros de largo por 36 de ancho, un objetivo móvil difícil de acertar incluso para un tirador experto.

Al ser ligeros y pequeños en un solo envío se pueden transportar centenares de unidades que, al tratarse de simple electrónica de consumo, no están sujetos a sanción alguna.

Para la empresa fabricante que sus drones recreativos se hayan convertido en un arma les genera una sensación agridulce. Por un lado, venden más que nunca, pero por otro el hecho de que se asocie la marca a una guerra tan sangrienta les ha llevado a que se planteen sacarlos de las zonas de combate. DJI puede impedir que sus drones sobrevuelen ciertas áreas. Ya lo hicieron en Siria hace unos años, en Ucrania no se deciden a dar ese paso, pero pueden hacerlo cuando quieran. La empresa ha dejado de vender sus productos en Ucrania y en Rusia, pero llegan desde el extranjero vía donaciones o a través de comercios online que los envían allá donde esté el cliente. Sortean los problemas derivados del destino haciendo llegar los drones desde terceros países como los del golfo Pérsico. Al ser ligeros y pequeños en un solo envío se pueden transportar centenares de unidades que, al tratarse de simple electrónica de consumo, no están sujetos a sanción alguna. Eso ha tenido como consecuencia que el precio de estos drones haya subido en el mercado mundial porque las fábricas de DJI no dan abasto.

Tanto los rusos como los ucranianos son conscientes de que DJI puede dejarles sin drones cuando crea conveniente. Eso les ha empujado a buscar soluciones creativas como proveerse de drones de otras marcas y transformarlos, o incluso fabricarlos desde cero con piezas tomadas de aquí y allá. Sobran los voluntarios para este trabajo y para pilotarlos, también para conseguir drones DJI en el extranjero mediante donaciones. Ahí Ucrania cuenta con una ventaja decisiva ya que estos drones abundan en Europa occidental y Norteamérica, dos de los principales mercados para DJI. Drones como el Mini o el Mavic son de bajo coste, pero solo para los consumidores del primer mundo. Para un africano, un indio o un centroamericano 500 euros es una cantidad respetable de dinero. Los amigos de Ucrania son casi todos países ricos en los que la disponibilidad de drones es amplia.

Manejar un dron es sencillo, hacerlo de forma profesional requiere una formación previa, más aún cuando estos drones sirven en ocasiones para labores de ataque

El ejército ucraniano recibe desde hace meses continuas remesas de drones llegadas desde Occidente, pero no de los Gobiernos, sino de particulares que se apuntan a campañas de suscripción popular para adquirir aparatos DJI y enviarlos a Ucrania. Con el dinero recaudado se compran los aparatos, se transportan en camiones hasta Ucrania y se forma y remunera a los pilotos. Manejar un dron es sencillo, hacerlo de forma profesional requiere una formación previa, más aún cuando estos drones sirven en ocasiones para labores de ataque. Son operaciones rápidas y dirigidas a un objetivo concreto. Unas veces los arman con una granada que arrojan sobre un blindado, otras se emplean como drones kamikaze, detectan al objetivo y se lanzan sobre él.

Pero su ligereza y pequeño tamaño impide que sean muy efectivos en este campo. La cantidad de armamento que puede equipar un dron es muy pequeña, los más pequeños no pueden, de hecho, sumar ni un solo gramo de peso, de lo contrario no se levantarían del suelo. Su uso más habitual es el de servir como ojos en el cielo. Los drones DJI equipan cámaras móviles de alta resolución que permiten identificar objetivos ya que son pequeños y muy sigilosos. Son capaces además de recabar y remitir información muy útil como la de geolocalización para que después ataque la artillería. Algunos, los de tipo industrial, están equipados con cámaras térmicas. Estos se utilizan al abrigo de la noche para vigilar los movimientos del enemigo.

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Pero donde los drones se han convertido en una auténtica estrella es en las redes sociales. Son innumerables los vídeos que circulan por internet en los que se ve en primera persona a los drones realizar su trabajo, ya sea de observación como de ataque. Una perspectiva inédita de la guerra que el ejército ucraniano ha puesto a su servicio liberando horas y horas de vídeo que hace las delicias de los que siguen el conflicto a diario. Los periodistas también los utilizan para ilustrar sus noticias en la retaguardia. Hemos visto con detalle cómo quedaron las ciudades ucranianas tras los primeros ataques gracias a las imágenes aéreas de los drones de prensa. Desde el aire se han podido documentar el alcance de los bombardeos, la destrucción de las infraestructuras y masacres de civiles como la de Bucha el año pasado.

En noviembre un soldado ruso se rindió no ante un humano, sino ante un dron que le observaba desde lo alto

Una herramienta semejante no podía más que evolucionar y adaptarse a las circunstancias. Eso mismo es lo que está ocurriendo. Los técnicos ucranianos se las han apañado para aumentar su carga y encontrarles nuevos usos con los que los fabricantes no contaban. El año pasado el ejército ucraniano lanzó la campaña “salvar al soldado Mavic”. Consistía en recuperar un dron que había caído en territorio enemigo. Enviaron varios drones de rescate equipados con ganchos para rescatar al dron y llevarlo de vuelta al otro lado de la línea del frente. Fue una operación de propaganda que salió redonda porque se rescató con éxito al “soldado Mavic”. El mes pasado lo que capturaron sobre el terreno con estos ganchos fue un walkie-talkie ruso perdido por su dueño. Eso les permitió escuchar las conversaciones de aquella unidad durante días. En noviembre un soldado ruso se rindió no ante un humano, sino ante un dron que le observaba desde lo alto. La propaganda ucraniana sacó el máximo partido de aquello mediante un vídeo en el que se daban instrucciones sobre cómo rendirse ante un dron. El encabezado del vídeo era un lacónico pero efectivo «quiero vivir».

A pesar de toda la épica que les rodea, la vida media de un “soldado Mavic” no pasa de los tres vuelos. Son víctimas de contramedidas de guerra electrónica que interrumpen las comunicaciones y les hacen caer a tierra. Pero como son baratos y abundantes no cuesta demasiado reponerlos. Por cada dron barato caído entra otro en combate para realizar su promedio de tres vuelos. El ingenio de los ucranianos está haciendo el resto. No sólo transforman la parte física del dron, también han conseguido hackear la parte lógica para hacerlos más difíciles de detectar por el enemigo. DJI actualiza continuamente el firmware, pero de nada sirve porque al poco los ingenieros ucranianos ya han roto el código. De no encontrarse un modo efectivo de impedir que vuelen y se comuniquen con el piloto todo indica la flota de drones baratos crecerá y se especializará originando una nueva arma cuyo recorrido en las guerras del futuro parece ser muy prometedor.

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