
El sábado pasado por la noche, coincidiendo con la final de la Champions League que jugaban no muy lejos de allí, en Cardiff, el Real Madrid y la Juventus de Turín, una furgoneta conducida y ocupada por yihadistas irrumpió en el Puente de Londres y empezó a zigzaguear por la acera atropellando a todos los viandantes que se encontró a su paso. Tras empotrarse contra la puerta de un pub sus ocupantes se apearon y la emprendieron a cuchilladas con la gente que en ese momento pasaba por la calle, una zona de Londres muy concurrida, el mercado de Borough, llena de bares y locales nocturnos. El balance final fue de 7 muertos y 40 heridos. Los terroristas también murieron abatidos por la policía unos minutos después.
Este es el tercer atentado del año en el Reino Unido y el segundo en lo que llevamos de campaña electoral. A estos habría que sumarles los atentados de París, Bruselas, Berlín o Niza de los últimos dos años. Tal vez estemos ante la nueva normalidad.
Esta nueva normalidad es la mayor ofensiva yihadista en Europa desde el bienio 2004-2005, cuando se produjeron los atentados de Madrid y Londres. Pero ahora la amenaza es mayor y es mucho más desconcertante ya que el terror se está administrando de manera distribuida. Los atentados no se están efectuando con secuestros aéreos, ni mediante coches-bomba o con explosivos colocados en un aparcamiento público. Es algo mucho más simple pero también mucho más aterrador. Emplean cualquier cosa que sirva para matar contra cualquier objetivo.
En Niza y Berlín se valieron de sendos camiones. En Londres de vehículos comunes y corrientes y de vulgares cuchillos como los que cualquier pueda tener en un cajón de la cocina. En París emplearon armamento de asalto, más difícil de conseguir, cierto, pero que nunca se había utilizado para dar caza a gente desarmada por el centro de una capital europea.
La naturaleza distribuida de este terror hace muy difícil que la policía y los servicios de inteligencia le sigan la pista. Más aún cuando en la mayor parte de los casos los terroristas no son extranjeros ni recién llegados, sino gente nacida y criada en el país. Gente que conoce el idioma, las costumbres y las ciudades donde actúan. Podríamos decir que el problema lo tenemos dentro. Y en gran parte es así. Luego no serviría de nada cerrar las fronteras. Si ya tenemos a las serpientes en casa y cerramos la puerta todo lo que conseguiremos será quedarnos con ellas dentro. Pero no todo el problema lo tenemos aquí. Parte de él reside fuera, concretamente en un revueltísimo Oriente Medio donde todos los fanatismos se dan cita.
Oriente Medio exporta gente a Europa, pero ese no es el principal problema. La mayoría de inmigrantes musulmanes vienen a trabajar, a mejorar sus condiciones de vida y a dar un futuro a sus hijos. El problema principal es que nos exporta ideas criminales que compran ávidamente algunos inmigrantes y otros que ni siquiera lo son. Luego los dos trabajos que más urgen son, por este orden.
- Uno, detectar quienes están adoptando esas ideas y ponerlos bajo vigilancia.
- Dos, averiguar quiénes las están vendiendo (tanto en Europa como fuera de ella) e impedírselo.
En ambos casos es un trabajo lento y complejo. En Europa hay miles de musulmanes intoxicados con el veneno del yihadismo. Esta gente simplemente no tiene cabida en nuestra sociedad que, por lo demás, debe permanecer abierta y fiel a sus valores de diversidad y tolerancia, que son precisamente los que hacen que Occidente merezca la pena.
Los diferentes cuerpos de policía de Europa deben confeccionar un listado (y en ello están) de todos los individuos radicalizados o en proceso de radicalizarse. Esos y no otros son los que terminan atentando. Un listado compartido entre las diferentes agencias de seguridad y continuamente puesto al día para que no tengan donde esconderse. En el caso de los extranjeros la deportación inmediata es la solución más práctica y directa. Un inmigrante viene para trabajar y cumplir la ley, no para subvertir violentamente la sociedad de acogida. Si son nacionales el asunto es más espinoso porque no se les puede expulsar del país. Pero si se les puede poner bajo estricta vigilancia.
Respecto a los vendedores de veneno locales se puede actuar directamente cerrando sus mezquitas, sus centros de formación y reclutamiento y poniendo a disposición de la Justicia a los clérigos que promueven la yihad. Sobre los mayoristas de veneno, los que fabrican la mercancía y la distribuyen en el mercado internacional, se debe mostrar firmeza y llegar hasta donde haga falta. Todos sabemos de donde sale la ponzoña islamista, de qué lugares concretos y quienes financian su producción en los países del Golfo.
Los Estados europeos aún tienen un gran peso específico en el concierto mundial. Sus políticos pueden hacer mucho más, tanto en los organismos internacionales como a nivel bilateral. Se sabe de donde proviene el mal. Solo es necesario de que se convenzan de una vez que hay que actuar contra él.
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Los conflictos hipercomplejos no se solucionan con medidas concretas sino con actitudes firmes y perseverantes. El terrorismo en Europa jamás ha tenido una respuesta firme y perseverante, y así nos va. En Europa, las respuestas recurrentes ante el terror son la pena por víctimas, y entorno de los victimarios, y la combinatoria de la fuerza y el trato. En el caso del yihadismo repetimos el patrón y, claro, no cabe el optimismo.
Un cordial saludo.
Europa padece el vicio de sus virtudes. Tengo la impresión de que para acabar con estos enfermos de particularismo habrá que proceder según has dicho y sistemáticamente: ni una huella hacia atrás.