Nuevo mandato para el emperador

Se celebró ayer el XX Congreso del Partido Comunista chino. Es un congreso que se celebra cada cinco años y del que sale el secretario general y toda la ejecutiva del partido para el siguiente quinquenio. El actual secretario general y presidente del país, Xi Jinping, dio un discurso presentándose a sí mismo como el timonel que su país necesita para superar las adversidades del presente. Se comprometió a construir una China más segura y poderosa, y desgranó sus planes a cinco años para conseguirlo. Como lleva ya casi diez años en el poder dedicó mucho tiempo a defender su segundo mandato incidiendo en la lucha contra la corrupción y el triunfo sobre la pandemia.

En el discurso, de más de hora y media, cupo de todo. Recordó, por ejemplo, que su Gobierno no renunciará al uso de la fuerza para unificar Taiwán con el resto de China, lo que ocasionó una cerrada ovación de un auditorio ya completamente entregado al líder. La cuestión taiwanesa es importante en la política china y a nadie le extrañó que se refiriese a ella. Pero ese no fue el punto central del discurso, sino la economía, que atraviesa en estos momentos por algunos problemas. Xi Jinping es consciente que la China actual no es la del año 2013 cuando llegó al poder. El denominado “sueño chino” está empezando a resquebrajarse y son muchos los que dentro del país exigen medidas para que la economía mejore y regresen los buenos tiempos.

Prometió una nueva era de “prosperidad común”, en la que el partido ejerza un mayor control sobre las empresas privadas y distribuya la riqueza de China de manera más equitativa. Semejante afirmación ha desconcertado a los empresarios chinos y a los inversores extranjeros, que vienen ya avisados por medidas que el Gobierno ha tomado en los últimos años. Para Xi Jinping el futuro pasa por lo que bautizó como “modernización al estilo chino”, es decir, una economía próspera y moderna, pero planificada y supervisada de cerca por el partido. Reclamó la autosuficiencia económica del país poco después de insistir en que sigue creyendo en la globalización y los mercados abiertos de los que tanto dependen las empresas chinas para sus exportaciones. Para Xi Jinping la autosuficiencia es no tener que depender, como sucede ahora, de Occidente para ciertos componentes críticos como el software o los semiconductores. Para conseguirlo el secretario general ha prometido apoyar una revolución tecnológica que ponga a China a la cabeza del mundo en esta materia.

En cierta medida, desde que se hizo con el poder a fines de 2012, Xi Jinping se ha convertido en una reencarnación puesta al día de Mao Zedong. La propaganda oficial se refiere a él como “líder del pueblo”, un título muy parecido al de “Gran líder del pueblo” que utilizaba Mao. Tras la muerte de este último en 1976 el partido ha tratado de evitar los hiperliderazgos cambiando de secretario general cada un máximo de diez años. Con Xi Jinping esa cadencia se ha roto, de modo que si su poder ya era muy grande será a partir de ahora omnímodo. Los desafíos que tiene por delante son, no obstante, mucho mayores que los que tenía hace diez años. El motor del crecimiento chino está dañado y el entorno internacional es muy distinto al que se encontró entonces. Es precisamente eso lo que hace de este nuevo mandato de Xi Jinping el más peligroso de todos.

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