La semana pasada se produjo una curiosa manifestación en Madrid. Un grupo no muy numeroso de animalistas se concentró delante del Museo del Jamón, un conocido restaurante cuya especialidad es la que le da nombre, y allí, blandiendo sus pancartas, increparon al establecimiento con consignas tales como «No es jamón, es cerdo muerto».
El animalismo en España tiene cada vez más adeptos. El Partido Animalista, por sus siglas PACMA, ha multiplicado por seis sus votos para el Congreso y por veinte sus votos para el Senado en la última década. En la cámara alta el ascenso ha sido meteórico. En las generales de 2004 obtuvo 64.947 votos, en las de 2016, 1.213.871.
Ninguna otra formación política ha crecido tanto como ellos. Todo indica, además, que lo seguirán haciendo porque en un país rico y eminentemente urbano como el nuestro el animalismo se ha puesto de moda. Lo de España no es una excepción, es la norma. Se trata por tanto de una tendencia a nivel global, al menos en el primer mundo. Y como tal merece la pena ser tenida en cuenta.
Los seres humanos somos perfectamente capaces de prescindir del recurso animal a título individual y en el futuro lo seremos a título global. Las preguntas son ¿Ahora?¿Pese a las consecuencias?¿Por exigencia de una ética no consensuada que nos redefine?¿Por imposición legal? Los animalistas defienden a unos seres que sienten dolor y lo rechazan, pero incapaces de concebir que tienen derecho a no sufrir dolor por parte de los seres humanos, los animalistas defienden su derecho como seres humanos a no sentirse mal por el trato que otros seres humanos les dispensan a los animales ¿Por encima de su derecho a sentirse bien no hay ninguna consideración posible? El animalismo es sentimentalismo barnizado de ética, ciencia y evolución, porque sin el sentimentalismo, la ética, la ciencia y la evolución van a un ritmo que no les es tolerable.
Un cordial saludo.