
Este sábado se conmemoró el vigésimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Todos los años es una fecha muy señalada en el calendario para los estadounidenses, pero este año era especial por dos razones. La primera era que se trataba de un aniversario redondo, veinte años exactos. La segunda que la guerra que siguió a los atentados, la de Afganistán, tocó a su fin hace sólo unos días en una debacle militar, política y diplomática como no se recordaba desde la década de los setenta con la retirada de Vietnam.
El 11-S supuso el final de muchas cosas y el principio de otras tantas. Aquellos atentados son un vierteaguas en la historia del mundo actual. Nada volvió a ser lo mismo en la escena internacional. Estados Unidos quedó traumatizado por la masiva pérdida de vidas y humillado en su ser más íntimo por lo espectacular del atentado, a plena luz del día y realizado con aeronaves comerciales que habían despegado de aeropuertos estadounidenses. Nunca había sucedido nada ni remotamente parecido. El ataque no fue perpetrado por una potencia extranjera como había sucedido, por ejemplo, en Pearl Harbour en 1941, sino por una organización yihadista de límites un tanto difusos.
No había, en principio, nadie a quien responder, pero el Gobierno de George Bush, que llevaba sólo unos meses en la Casa Blanca, no se podía quedar de brazos cruzados. Identificó el origen de la amenaza en el lejano Afganistán, gobernado en aquel entonces por los talibanes, un grupo de fundamentalistas islámicos que se había impuesto años antes en la guerra civil de aquel país. Dieron un ultimátum para que le entregasen a Osama bin Laden, un saudí señalado por el Pentágono como autor intelectual de los atentados. Los talibanes se negaron y EEUU intervino invadiendo el país y desalojándoles del poder. Año y medio más tarde la ofensiva continuaría por Irak, una ratonera de la que tardarían muchos años en salir.
El desgaste militar, financiero y político que ocasionó la respuesta al 11-S está aún por cuantificar, pero ha sido inmenso. Los errores de apreciación y cálculo han sido numerosos. El país ha estado librando guerras interminables e infructuosas, pero eso no ha puesto fin ni al fundamentalismo islámico ni al resurgimiento de la yihad. Entretanto han emergido rivales como China que hoy suponen una amenaza real y directa para el poderío estadounidense.
En La ContraRéplica:
- Robert Malone
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Occidente no es inocente…