El FMI revisó este lunes a la baja sus previsiones de crecimiento global. No mucho, 0,2 puntos, pero lo suficiente como para que muchos arqueasen las cejas con desagrado. Os preguntaréis por qué el FMI prevé que el crecimiento va a ser peor de lo que ya había previsto antes sin demasiado éxito. A fin de cuentas una bola de cristal no tienen. Las razones sobre las que sustentan su previsión es que hay tensiones comerciales y los tipos han subido más de lo previsto. Lo primero es lo que más les preocupa ya que Donald Trump parece decidido a continuar la guerra comercial con China, con la Unión Europea y con quien se le ponga por delante.
Esto evidentemente tendrá un coste. Los aranceles nunca sentaron bien al crecimiento económico. Ni al país que los fija ni a ninguno de los demás. Eso, al menos, es la teoría que suele corresponderse con la práctica. Lo que cabría preguntarse es hasta que punto la economía global terminará pagando esta furia arancelaria de Trump. Porque los hechos hasta el momento nos dicen lo contrario.
¿Y si el FMI se equivoca?
El chanchullo para-gubernamental perfecto recoge ingentes cantidades de dinero tributado en distintos países con el que sustenta un entramado burocrático que elabora informes y decide gastos. Si esos informes y esos gastos son meras estupideces, corrupciones variadas o ideas y acciones útiles, es absolutamente irrelevante a la hora de pedir responsabilidades. Tiene un porrón de dinero confiscado, amenaza con informes, que rara vez aciertan, presta con criterios arbitrarios y resultados dispares y sobre todo, no responde ante nadie, lo más irrita a algunos socios que refunfuñan, y ya. Si el FMI se equivoca acerca del la previsión a la baja del crecimiento global: otro día en la oficina para Cristina, y si acierta: no puede hacer nada útil para evitarlo y sí bastantes cositas para liar la cosa un poco más. Gloria a los prestamistas que prestan dinero ajeno por criterios políticos y sin incumbencias personales.
Un cordial saludo.