
El 31 de octubre de 1517 un monje agustino alemán llamado Martín Lutero envió una carta a Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Maguncia, protestando enérgicamente contra las indulgencias papales que se estaban vendiendo por entonces en el Sacro Imperio. La carta contenía una pormenorizada crítica a las indulgencias que el agustino condensó en 95 puntos. Sin saberlo y, probablemente, sin pretenderlo aquel monje estaba encendiendo la chispa de una reforma religiosa que cambiaría el mundo para siempre.
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No me lo puedo creer, un capítulo nuevo
Los cismas que han prosperado han sido siempre los que implicaban una secesión política: Constantinopla de Roma, la nobleza germana de Roma y de su emperador, Londres de Roma…Criticar el uso perverso de las prerrogativas de la curia para intereses particulares ha sido una constante, como constante fue, es y será el abuso. En 1517 un agustino rompió su voto de obediencia para clamar ante un abuso eclesial y encontró las circunstancias tecnológicas, sociales y políticas propicias para que prendiera su llama. Las consecuencias de los cismas, como siempre, no son más paz, bondad y justicia entre los cismados. Si un protestante es mejor persona que un católico, no es gracias al cisma, pues eso implica batallas personales independientes del credo. Sí podemos adjudicar al cisma guerras, penurias y justificaciones para abusos a cascoporro. Es inevitable protestar ante una injusticia y es inevitable la perversión política de una buena intención, es optativo conmemorar un hecho trascendente y una idiotez celebrar un triunfo de las miserias humanas.
Las intenciones de Martín fueron nítidas. Las consecuencias de las mismas, también.
Un cordial saludo.