
Después de cuatro meses sin Gobierno anda la prensa alemana entusiasmada con el principio de acuerdo entre la CDU y el SPD. Como en los viejos tiempos los partidos del turno se unen por Alemania, todo muy entrañable sino fuese porque es sólo eso mismo, un principio de acuerdo. Los socialdemócratas han accedido a sentarse a negociar. Lo cual no es poco después de tantos meses de vacío. Van a ser una negociaciones movidas porque el SPD ya ha advertido que pondrá el énfasis sobre asuntos como gasto público y redistribución de riqueza. El CDU, por su parte, lleva meses prometiendo rebajas fiscales (más ahora tras la bajada de impuestos de Trump que ha puesto los dientes largos a las empresas alemanas) y una política más restrictiva respecto a los refugiados. La cuestión, por lo tanto, es saber si será operativa una coalición con fuerzas que tienen planteamientos tan divergentes.
A la diferencia de pareceres, lógica por lo demás, se suma un hecho capital que tanto unos como otros conocen a la perfección. Alemania es el país más próspero de Europa porque es el más competitivo. Esa ventaja se puede perder en muy poco tiempo si no sabes adaptarte a los cambios que, en los tiempos que nos ha tocado vivir, se suceden rápidamente. Tiene el país otro desafío por delante: asegurar su venerado Estado del bienestar en un momento en el que la población está muy envejecida y envejecerá más en el futuro inmediato. El Estado del bienestar se financia con contribuyentes. Si el país no los produce hay que importarlos. La cuestión, por consiguiente, es saber cuántos y qué tipo de inmigrantes hay que importar. Pero, por encima de todo lo anterior, Alemania tiene una responsabilidad derivada de su importancia económica y, por ende, política: mantener unida a la Unión Europea y tirar de ella. Como vemos, son varios toros y ninguno fácil de lidiar.
Cuentan, eso sí, con algunas ventajas empezando por un sustancioso superávit presupuestario que para sí quisieran Rajoy o Macron, fruto de una economía que va como un tiro desde hace muchos años. Ese colchón les permitirá «hacer política», es decir, gastar algo más y, al tiempo, bajar un poco los impuestos. En Alemania han hecho incluso los números. Al parecer tienen un margen de 46.000 millones de euros en cuatro años para gastar por un lado y dejar de recaudar por otro. La idea sería dedicar a gasto público unos 36.000 millones y practicar un recorte fiscal equivalente a los 10.000 restantes. Aunque parezca mucho dinero, 10.000 millones no es nada en una economía tan gigantesca como la alemana, con tantos millones de contribuyentes pagando tal cantidad de impuestos. Toquen lo que toquen van a rebasar esa cifra así que probablemente se quede en nada, en una rebaja puramente cosmética que enfadará a los votantes de Merkel. Lo que es bastante más fácil es gastarse los 36.000 millones. El SPD tiene una «lista de la compra» muy completa con subsidios varios e infraestructuras. Pero con seguridad al votante socialdemócrata le parecerá poco.
El resultado es que nadie se muestra demasiado ilusionado. Los líderes del SPD temen, además, que firmar otro pacto de legislatura con Merkel les pasará una elevada factura en las próximas elecciones. El partido de Willy Brandt y Gerhard Schröder no es ni sombra de lo que fue. En las últimas elecciones se dejó 40 escaños y más de un 5% de los votos y ni siquiera venía de gobernar, de hecho no gobierna desde 2005, hace casi trece años.
Pero el problema principal no es tanto que disguste a los votantes de ambos partidos o que suponga un clavo más en la tapa del ataúd del SPD. El problema es que no deja de ser un apaño para salir del paso poniendo una de cal y otra de arena sin dirección alguna. Nada dice, por ejemplo, sobre los recortes fiscales. ¿Dónde se van a hacer? ¿En Sociedades, en el IVA o en el elevado impuesto sobre la renta que paga la clase media? En el lado del gasto tampoco especifica el destino concreto. Decir subsidios e infraestructuras es decir muy poco. No es lo mismo construir un aeropuerto que luego se infrautilice que financiar un centro de investigación puntero del que con los años se extraigan múltiples beneficios.
Resumiendo, ¿qué tipo de país quieren Merkel y Schultz? En Francia y EEUU ya han hecho la apuesta. Aspiran a atraer empresas y a evitar que las que están en el país lo abandonen. En el caso de Macron quiere también erigirse como salvador de una Europa en crisis y Trump pretende convertirse en el campeón de la nueva América. Merkel se conforma con gobernar otros cuatro años sin armar mucho ruido y haciendo algunas concesiones a su socio. No hay ni sombra de grandes proyectos o de reformas de envergadura. Tampoco la hay de liderazgo. Lo peor es que les va a ser difícil encontrar un momento mejor para acometer esas reformas. Ahora el viento sopla de cola y hay dinero. Pero, no lo olvidemos, antes que alemanes son políticos y como tal actúan.
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Los socialistas alemanes han de decidir entre unas nuevas elecciones poco halagüeñas o un trato son la responsable de esas malas expectativas. Tienen que elegir entre conservar los restos de la derrota aunque presagia mayores infortunios o jugárselos a una apuesta con augurios de debacle. Los socialistas alemanes tienen mucho en qué pensar pues están entre Málaga y Malagón. Como decidan lo que decidan la cosa pinta atroz, seguro que venden su decisión como lo mejor, no para ellos, sino para Alemania, pero ese discurso ya lo tiene monopolizado Ángela, así que a los socialistas alemanes solo les queda dilucidar qué cara pondrán a una mala decisión.
Un cordial saludo.