
Todo va conforme a lo previsto. A pesar de todo el guirigay que se armó tras las elecciones la institucionalidad manda. Los independentistas tenían mayoría suficiente en la cámara y la han hecho valer. Eso les permite controlar la mesa y, sobre todo, quedarse con la presidencia.
La mesa del Parlament ha quedado como sigue: tres de ERC-JxC, dos de Ciudadanos y uno del PSC. El PP está tan acabado en Cataluña que ni entra en la mesa. Mucho más no puede pedir con cuatro míseros escaños. Los de la CUP tampoco es que atraviesen su mejor momento, tienen otros cuatro escaños, pero ellos, a fin de cuentas, no están ahí para acumular dignidades, sino para hacer la revolución.
Si la política hace extraños compañeros de cama, las elecciones hacen extraños compañeros de grupo parlamentario. PP y CUP compartirán grupo mixto. En un lado Albiol y los tres mosqueteros que le quedan, en el otro han cambiado de caras. Ya podemos despedirnos de Anna Gabriel, el que ahora manda (es un decir, son asamblearios ejercientes) es Carles Riera, un tipo metido en años con pinta de profesor hueso de matemáticas. Me temo que no va a dar tanto juego como su predecesora porque suele haber una relación inversa entre la edad y las ideas descabelladas.
¿Qué va a pasar ahora? Nada especial. Tendrán que investir al presidente tal y como ordena la ley conforme a un plazo muy estricto. El bloque secesionista sigue empeñado en que sea Puigdemont, pero eso es imposible porque está en Bruselas y no es muy apropiado presidir Cataluña desde Bélgica. Pero es que, aunque regresase mañana, se enfrenta a un proceso en el Tribunal Supremo con el agravante de llevar huido de la Justicia desde hace tres meses. Y, si no se puede ser presidente desde Flandes, menos aún desde Soto del Real.
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Si Torrent decide tomar la vía, digamos, contenciosa, nos encontraríamos de nuevo en la noche triste del 7 de septiembre porque el Gobierno ya ha advertido que recurrirá al Constitucional y es previsible que éste falle con celeridad. Si perseveran volveremos a vivir lo mismo que hace tres meses, pero sin siquiera formar Gobierno autonómico y con la autonomía intervenida. Es decir, estaríamos ante algo parecido a un motín parlamentario de los independentistas con el apoyo entusiasta, entiendo, de los diputados de Podemos, que están ahí para lo que se les mande.
No sé si llegarán a tanto, entre otras cosas eso supondría un bloqueo parlamentario y la repetición de elecciones. Ahora no tienen la administración autonómica a su servicio, por lo que el pulso duraría apenas unos días. Pero, quién sabe, tampoco se creía que iban a llegar tan lejos entonces y hoy estamos donde estamos.
De Torrent poco sabemos más allá de que es un independentista convencido y que es alcalde de un pueblo de la provincia de Gerona llamado Sarriá de Ter. Su discurso de apertura fue suave, al menos para lo que estamos acostumbrados a escuchar en esa cámara. Los ánimos están tan crispados que cualquier cosa que baje un poco el tono ya nos parece moderada.
Pero Torrent no fue moderado en absoluto, simplemente evitó la soflama patriótica. Iba con un lazo amarillo tamaño XL prendido en la solapa y no se olvidó de recordar a los presos y de evocar el artículo 155 aunque sin mentarlo por su nombre.
Cabría preguntarse a qué se debió tanta mesura. Se sabrá dentro de unos días. Quizá es una cortina de humo para montar por sorpresa un zipizape en la investidura, o quizá es consciente de que las elecciones del 21-D fueron un parteaguas y quiere hacer carrera. Los Puigdemont y los Junqueras han quedado amortizados y, con ellos, toda su primera línea de consejeros. A rey muerto, rey puesto. La política es implacable y rara vez concede una segunda oportunidad. Esta es la suya, acaso la única que va a tener.
Tal vez por eso mismo al final no se obceca en investir a cualquier coste al presidente prófugo, entre otras cosas porque ese coste correría enteramente a su cargo. De él depende. En el caso de que escoja la senda constitucional, aunque sea sin creérsela como Fernando VII en 1820, hará falta un sustituto… o sustituta. Uno de los nombres que suenan desde hace semanas es Elsa Artadi, una economista que fue asesora áulica de Puigdemont y aún hoy sigue jurando lealtad eterna a su jefe.
Ya veremos en qué queda eso porque la devotio hispanica se da en otros ámbitos, pero rara vez en el de la política. Ya veremos también si los enragés de la CUP la aceptan. Artadi pertenece al sector liberal de la antigua Convergencia y la CUP no quiere una independencia cualquiera, quieren una muy concreta y muy ideológica. Ya no tienen el peso de hace dos años, pero se siguen necesitando sus votos. La pelota no está tanto en su tejado como en el de Roger Torrent. Él verá lo que hacer con ella. Estamos de nuevo en la casilla de salida y a él le toca hacer el primer movimiento.
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Como dijo ya en su día el camarada Lenin, y yo te escribí en tu contracrónica del 22 de diciembre pasado, la realidad es testaruda
A ver si de una vez analizas qué es lo que pasa para cada vez haya más independentistas, que no, que no es todo la educación sectaria, que todos los que no opinen como tú son memos y semi analfabetos que no se enteran o que son perro-flautas. Hoy, continuando con los datos que te expuse el 22 de diciembre, los independentistas tendrían seguramente más votos aún, a pesar del bochornoso espectáculo de sus líderes (que hoy acato, que hoy soy pacifista, que donde quería decir República catalana es que era de broma, etc etc)
¿Será porque, como ya te he comentado un par de veces, España es una oligarquía cleptocrática coronada y cualquier cosa es preferible para muchos?
Porque ver al Borbón diciendo en Davos «en España se cumple la Ley» y mirar a su hermana, cuñado, papá y al compi-yogui de paseo por allí también, como que no es muy edificante
Saludos