
Un juzgado de Madrid dio anteayer el campanazo. En España últimamente dan más noticias políticas los juzgados que las Cortes, lo cual no es del todo malo porque significa que el que la hace la paga. En las dictaduras reina la más absoluta calma y los políticos jamás pasan por el juzgado por muchas fechorías que estén cometiendo.
Bien, volviendo sobre el tema, el campanazo lo dio el juzgado, pero no con una sentencia porque Pablo Casado, el protagonista de esta historia, es aforado y sólo puede procesarle el Tribunal Supremo. Lo que hizo la titular del juzgado número 51 de Madrid, Carmen Rodríguez-Medel se llama, fue elevar al Supremo una petición para que investigue a Casado. Al parecer la magistrada tiene la sospecha de que el master que Casado obtuvo en 2009 se lo regalaron en la Universidad Rey Juan Carlos por su «relevancia política e institucional».
Hoy Casado es muy famoso, pero en 2009 sólo le conocían en su casa a las horas de comer y en el PP de Madrid ya que era diputado regional desde las elecciones de 2007. La cuestión es que en aquel entonces Casado debió pensar que con la licenciatura de Derecho pelada en el Cardenal Cisneros no iba a ningún sitio y se apuntó a un master, escogió el de «Derecho Autonómico y Local» de la URJC. Ya hay que tener mal gusto, Derecho Autonómico y Local, qué cosa más horrorosa. Habiendo como hay en la Complutense unos posgrados estupendos sobre «Estudios Medievales» o «Música española e hispanoamericana». Pero, claro, veía que el partido estaba lleno de abogados del Estado y no quería ser menos.
Hizo el master, lo terminó y se puso con una segunda carrera: Administración y Dirección de Empresas, también en la URJC. Para rematar y a modo de postre se fue matriculando sucesivamente en el curso Government Affairs de la Universidad de Georgetown, hizo el programa ejecutivo de la Escuela de Gobierno John F Kennedy de Harvard, el programa superior de Gestión Pública del IESE, el de Gestión Parlamentaria del IE, el programa de Emprendimiento e Innovación de la Deusto Business School y el curso de Mercados Financieros de Instituto de Estudios Bursátiles. Resumiendo, que en casa de Pablo Casado no hay cuadros porque los títulos ocupan todo el espacio de pared disponible.
Algunos se preguntan cómo ha tenido tiempo de estudiar tanto y, a la vez, ejercer de diputado, pero es pregunta retórica porque algunos de esos títulos no parecen gran cosa, se asemejan a esos cursillos que consisten en pagar, asistir y recibir un papel para adjuntar al currículum. A veces ni siquiera hace falta asistir, con pagar basta.
Al final todo es eso, llenar el CV como sea. No se trata de demostrar méritos esenciales que diría Joseph Kett, sino méritos académicos, que es una de las grandes epidemias de nuestro tiempo. Hace 50 años un tipo terminaba Derecho y se ponía a ejercer. Quizá hacía algunos cursos, pero con una finalidad práctica. Necesitaba aprender esto o aquello por cuestiones laborales, se inscribía al curso, lo aprendía y asunto zanjado. Lo importante no era el título del curso, sino el conocimiento que se extraía de los cursos.
Hoy saber o no es lo de menos. Pablo Casado no sabe ni dirigir ni administrar una empresa, pero tiene el papel que dice que sí sabe hacerlo. Amancio Ortega, en cambio, no pasó de la educación primaria, carece de títulos, pero ha levantado un imperio valorado en 90.000 millones de euros. Ortega no ha necesitado hacer el programa de Emprendimiento e Innovación en la Deusto Business School o el curso de Mercados Financieros del IEB. Lo suyo son méritos esenciales no académicos: emprendió, lleva toda la vida innovando y su empresa es una de las más valiosas del mundo por capitalización bursátil.
Pero lo cierto es que hoy por hoy no se llega a ninguna parte sino es con una maleta repleta de títulos. Es por ello que las familias gastan fortunas en masters, cursos y programas de posgrado. ¿Acaso son tontos? No, todo lo contrario. Han entendido a la perfección cómo se prospera en nuestro mundo. Saben perfectamente que «quod natura non dat Salmantica non praestat» (lo que la naturaleza no da la Universidad de Salamanca no regala), pero saben también que hoy a Salmantica no se va a tanto a aprender como a conseguir un certificado.
El resultado final es que sólo cuentan los certificados acreditados por el Estado, lo propio de una sociedad burocratizada que todo lo espera de unos políticos que, por supuesto, son los que más títulos tienen. Ahí está Pablo Casado y su racimo de diplomas o Pedro Sánchez, que también se agenció un doctorado en la UCJC para dar lustre a su raquítico CV y al que, por cierto, ya ha jubilado. Pedro Sánchez, no obstante, demostró que al final lo que cuenta es el mérito esencial, es decir, echarle huevos y presentar una moción de censura. Después de eso ya no le hace falta lucir demasiados méritos académicos.
No sabemos si Casado tendrá la misma oportunidad. Lo suyo está ahora en manos del Supremo, que se demorará meses en decidir si le imputa o no. Entretanto Sánchez y Rivera podrán practicar tiro al pichón con él, que es lo que presumiblemente harán. Por de pronto es culpable, ya sabemos en lo que ha quedado la presunción de inocencia en España desde que inventaron las penas de telediario. Sólo el Supremo podrá levantarle la pena. En el PP rezan para que eso suceda antes de que empiecen a calentar motores para la campaña electoral. La cuestión radica en que el asunto no es especialmente grave, se trata de una simple triquiñuela de hace ya casi diez años con la que pretendía adornar el CV. Como a Cifuentes hace sólo unos meses, el mérito académico conseguido mediante trampas podría terminar saliéndole muy caro.
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Mientras se aclara cómo obtiene titulaciones Pablo, ya ha quedado claro cómo obtiene conocimientos: los desea fuerte y ya. Lo más inquietante de este político no es la limpieza de su currículo sino su desprecio por la capacitación. Saber que sus decisiones futuras las tomará desde la incompetencia, en función de sus intuiciones o su fe en quien pregunte si es que pregunta, resulta descorazonador. Sabe sonreír y sonreír inspira confianza, sabe sonreír y sonreír da ligereza a los temas, sabe sonreír y sonreír rechaza la culpa, saber sonreír y sonreír sugiere felicidad. Ahora bien, es todo de lo que no sabe lo que genera desconfianza, gravedad, culpa y desazón en todo lo que plantea. De momento los peperos van conociendo al impresentable que lleva el timón de su partido y el resto nos vamos haciendo una idea del pelaje de su líder. Pablo estará pensando que fue fácil conseguir aquel Máster pero aquella facilidad venía preñada de reprochabilidad política.
Un cordial saludo.
El Pizarro éste que comenta es tonto de capirote y con muy mala leche. Tonto y malo a sabiendas. Lo que se dilucida no es ningún Máster, sino un cursillito puente que no servía para nada. Porque luego ni hizo el master. Cursillitos de esos los hay a miles en las universidades y academias de España y te los dan con sólo pagar. La jueza que ha elevado al Supremo el asunto, se la va a pisar completa, por chula.