
Se llamaba Theodor Gilbert Morell y fue durante los últimos nueve años de su vida el médico personal de Adolf Hitler. Gracias a sus diarios conocemos la historia clínica del führer y, lo que es más importante aún, el tipo de medicamentos que Morell le suministraba diariamente. Más que médico resultó ser un ‘camello’. Hasta 23 substancias diferentes recetó a Hitler en sus nueve años de servicio. Entre ellas no faltaron la metanfetamina, la cocaína o potentes opiáceos que Morell fabricaba artesanalmente para consumo de su único paciente. Se inyectó una gran variedad de compuestos hasta destrozarse los brazos. Una imagen muy diferente de la que ofrecía la propaganda nazi. Hitler era vegetariano, no fumaba y no bebía alcohol pero, en secreto, era un politoxicómano. Pero jamás pudiese haber llevado tan lejos su drogodependencia sin ya ayuda del doctor Morell.
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El grado de estrés que conlleva establecer una dictadura nacional, definir un nuevo paradigma político internacional, provocar la segunda guerra mundial, orquestar un genocidio y gestionar una derrota aplastante, supone un nivel de malestar físico y psicológico muy elevado que puede apenas minimizarse con un estilo de vida saludable, unas convicciones férreas y un carácter templado. Adolfo tenía un malestar físico y psicológico perenne que paliaba con psicotropos y analgésicos en cantidades acordes con la intensidad de sus síntomas. Sabemos que su perturbada mente andaba narcotizada gracias a un ginecólogo sin escrúpulos que trataba de apagar un fuego con gasolina. Una pincelada de sordidez en el mayor cuadro de horrores y desaprensión jamás pintado. Teo trató de paliar el sufrimiento de Adolfo por dinero, no por cumplir con el juramento hipocrático incluso con quien no se merece auxilio alguno, pero su limitado arte fue el mejor aliado de la justicia poética.
Un cordial saludo.