
Estados Unidos y Alemania han alcanzado finalmente un acuerdo que permitirá la conclusión y puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2 que, bajo las aguas del Báltico une las costas rusas y alemanas. El Gobierno de EEUU, tanto el de Trump como el de Biden, se oponía con firmeza a este proyecto porque consideraban que se trataba de una iniciativa a través de la cual Rusia buscaba incrementar su influencia sobre Europa occidental. Para obstaculizar su finalización, que se encontraba ya en su última fase, Biden impuso sanciones a las empresas que lo estaban construyendo, un consorcio de compañías rusas y de varios países de Europa.
Pero Alemania no quería dar su brazo a torcer. El Nord Stream 2, que corre paralelo al Nord Stream 1 inaugurado en 2011, es fundamental para el aprovisionamiento energético del país y, por extensión, del resto de Europa occidental. Durante meses se ha producido un bloqueo diplomático que salió a relucir en la última cumbre entre EEUU y la UE. En la reunión el gasoducto del Báltico fue uno de los temas principales junto a los problemas con China. Pero ya era tarde. Las obras están prácticamente finalizadas y podría entrar en operación este mismo año. Recorre 1.200 kilómetros sumergido y ha costado casi 10.000 millones de euros. Se trataba de un hecho consumado y a EEUU no le ha quedado más remedio que reconocer su derrota. Siguen oponiéndose al gasoducto, al que han calificado de “proyecto de influencia maligna rusa”, pero nada pueden hacer para impedir su finalización sin complicar aún más sus relaciones con la Unión Europea. Se conforman con un compromiso verbal por parte de Berlín y que Rusia se porte bien y no vuelva a cortar el gas a Ucrania y Polonia como ya hizo en el pasado.
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