Han transcurrido ya cuatro meses y medio desde las elecciones generales del pasado 28 de abril y no se atisba la formación de nuevo Gobierno. Pedro Sánchez se siente confiado y seguro así que ha echado un nuevo órdago sobre la mesa a Podemos para que le apoyen en la investidura… y en todo lo que venga después. De no hacerlo tendría que convocar elecciones, algo que Podemos no desea pero en las que Sánchez espera ganar muchos escaños y acabar de una vez por todas con esta espera, que para él no es en absoluto angustiosa porque está en Moncloa mientras sus adversarios malviven divididos en la oposición.
Cuesta no comparar la situación actual con la de hace tres años, cuando Mariano Rajoy esperó pacientemente durante un semestre a que la situación se tornase insostenible y no quedase otra opción que llamar de nuevo a elecciones. A Rajoy le salió medio bien. Digo medio porque mejoró sus resultados, pero no tanto como para gobernar cómodamente. Eso por no hablar de que esa debilidad se tradujo en que, en poco más de año y medio, fue descabalgado del poder. Sánchez no hace esos cálculos, cree que a él le saldrán bien las cosas, pero nada lleva a pensar que esta operación vaya a ser fácil.
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