“Un estado totalitario realmente eficiente es aquel en el que las élites controlan a una población de esclavos que no necesita ser coaccionada, porque en realidad ama esa servidumbre”, así definía Aldous Huxley la dictadura perfecta, dirigida por una minoría de ungidos cuyo poder nace de la autolegitimación que otorga el control de todos los resortes culturales de la sociedad: medios de comunicación, universidades, editoriales, actividad artística…etc.
De leerlo, Gramsci lo hubiese suscrito sin dudarlo como fase última de su programa. En los últimos treinta años ninguna de las “conquistas” de la izquierda ha venido como consecuencia de movimientos de masas, sino como imposición de una élite progresista aupada sobre la estructura cultural se la sociedad, que es la que da forma a su conciencia y fija las escalas de valores, lo bueno y lo malo, lo que se puede y lo que no se puede pensar.
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