Mariano, esto se acaba

Lo de Andalucía del pasado domingo podría ser solo un ligero aperitivo del tormento chino que espera a los populares en lo que resta de año. De las dos citas electorales pendientes, la más importante es la de noviembre –si es que al final decide Rajoy convocarlas en ese mes–, pero en la que se juegan el tipo es en la de mayo. Si todo sigue como hasta ahora el costalazo sorayo-rajoyino puede ser de aupa. A estas alturas, y conociendo el paño como lo conozco, todo indica que seguirá como hasta ahora… o peor.

El Gobierno central y los autonómicos controlados por Génova disponen de generosas clientelas políticas, pero no tan grandes ni tan bien consolidadas como la del PSOE en Andalucía, un prodigio del “dame pan y llámame tonto” que, por solidez y duración en el tiempo, merece pasar a los manuales de politología. Aunque lo esperen, es difícil que se obre aquel milagro electoral que mantuvo a los socialistas al frente de la Junta en los comicios de 2012, la única vez en la que a los Griñanes se le pusieron de corbata pensando que iban a perder el corral, las gallinas y los huevos de oro de las transferencias. Al efecto le invito a escuchar la grabación que el otro día publicaba este diario de una jefa local del movimiento recordando a sus mandados que, o hacían campaña por la Pesoe, o se quedaban sin curro. Así, crudamente, sin medias tintas. El retrato certero de un tiempo, un país y un sistema podrido en el que la política lo es todo y la sociedad civil, nada.

A pesar de las púnicas, los fabras, los terramíticas y las gurtelías varias, ni la comunidad de Madrid ni la de Valencia tienen a tanta gente viviendo del presupuesto. Eso, que para los contribuyentes y para la democracia en sí es una bendición, para los políticos es una motivo de perpetua congoja. Sin grandes caladeros de voto cautivo y con los votantes afines desencantados, abochornados, sangrando por la espalda con el puñal clavado hasta bien al fondo, nadie da un céntimo por los antaño boyantes clanes peperos de Levante y de la capital. Y, no lo olvide, sin Madrid y sin Valencia, no hay PP que valga. El aparato rajoyí quedaría para gestionar Pontevedra y comarca, la vieja Castilla, la antigua provincia de Logroño, alguna capital provincial de añadidura y los municipios ricos del oeste de Madrid, que votan al PP en modo automático y por pura inercia de siglos.

Cabría pensar que aún están a tiempo de evitar el desastre pero no, ya es tarde para cambiar el rumbo de un navío que, si por algo se ha caracterizado desde que Rajoy accedió al puente de mando hace ya una docena larga de años, es por su inamovilidad, su exasperante lentitud, su falta de ideas, de reflejos y de principios. A veces olvidamos que las elecciones de 2011 no las ganaron, o al menos no lo hicieron del modo en que deben hacerse estas cosas. Esperaron a que el anterior inquilino de la Moncloa desalojase el palacio por la puerta de atrás sumido en el desprestigio y la vergüenza pública por los despropósitos de una legislatura que, no por pasada y amortizada, es menos dolorosa de rememorar.

Lo he dicho en infinidad de ocasiones y lo repito: Rajoy fracasó en la campaña –fue incapaz de arañar poco más de medio millón de votos con respecto a 2008–, pero ganó las elecciones. El derrumbe del PSOE hizo el resto para que la más silenciosa oposición que jamás tuvo un mal Gobierno se hiciese con una mayoría maxi absoluta de 186 escaños en el Congreso y 136 en el Senado. Resumiendo, la ley electoral vigente hizo posible que, ganando tan solo un 5% de los votos respecto a 2008, obtuviese un 20% más escaños en la cámara baja. Arrasó sí, pero no gracias a Rajoy y su vaguería congénita de opositor veinteañero, sino a Victor D’Hondt, padre de la susodicha ley a quien en Génova siguen encomendándose para que les sea propicio en este año de dolores que les aguarda.

Lo cierto es que hace un año estábamos en las mismas pero el panorama no había dado un vuelco tan decisivo. Hasta las europeas el PP era el dueño y señor absoluto del centro-derecha. Quien quisiese dar utilidad a su voto en términos de escaños materializados en el Congreso no tenía más elección que echar su papeleta a los populares. Entonces apareció Ciudadanos, primero tímidamente y ahora en las andaluzas con fuerza arrolladora. Porque, que un partido nuevo, sin implantación alguna en Andalucía y proveniente de Cataluña, con un candidato que no conocían ni en su casa a la hora de comer levante 9 escaños y casi el 10% del voto en un par de semanas es una gesta cuasi heroica. Si han hecho eso en el sur profundo, un lugar apartado, de arcanos políticos indescifrables en el que, a decir de Frank Underwood, hasta el aire se hace más espeso, imagínese de lo que serán capaces en Madrid o Valencia, regiones dinámicas y productivas pobladas por gente sensata que vive, básicamente, de su trabajo.

Es harto probable que sobre Albert Rivera caiga ahora el silencio mediático, que acusen a Girauta y a Nart de haber matado a Manolete varias veces y con saña indecible, que se cisquen mañana, tarde y noche en los advenedizos apelando a la estabilidad y al orden, a la presunta recuperación económica y a una futura bajada de impuestos que dejará la fiscalidad singapuresa como modelo de expolio. Aunque también es posible que sean aún más tontos, que sigan, por ejemplo, haciendo gracietas florianescas mientras Arriola ejerce de aprendiz de brujo en la planta noble de Génova 13. En los meses que quedan de trinque y BOE, de zapatillazo encima de la mesa y portazo al bajar del coche oficial, de ordenanza sirviendo café a la carta en la mesa del despacho, de usufructo del poder, en suma, puede pasar cualquier cosa. Y nada de lo que pase será bueno me temo.

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