Kim Jon-Un, el líder máximo (y único) de Corea del Norte ha solicitado formalmente a EEUU sentarse a negociar. No se sabe muy bien que es lo que quiere negociar, pero Pyongyang dice tener la mejor de las intenciones para destensar una situación que tensaron ellos mismos. En Washington han recibido la solicitud con agrado y le han dado curso. Ellos también quieren que todo vuelva a ser como antes y que el régimen norcoreano (con el que han aprendido a convivir) se dedique a sus asuntos. Las razones por las que Corea del Norte quiere negociar están a la vista: las sanciones les han hecho mucho daño y necesitan árnica. A Trump se le presenta una oportunidad de apuntarse un tanto. Todo un regalo inesperado que debería aprovechar.
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Podemos pensar que Kim se levantó una buena mañana con el espíritu belicoso y decidió desencadenar una ola de belicismo regional y ya puesto internacional, pero lo más probable es que esa política fuera la respuesta a un inconveniente y creciente descontento entre sus gerifaltes y entre su pueblo. Podemos pensar que Kim se ha levantado recientemente con el espíritu pacifista y loco por estrechar manos y firmar acuerdos, tratados, pactos y alianzas, pero lo más probable es que esta política sea la respuesta a la asfixia económica y al consiguiente padecimiento que ha traído la política precedente. Si toda paz precisa confianza y perseverancia, Kim no puede ofrecer ninguna de las dos, pero la paz es tan bonita, las fotos de las firmas y los abrazos son tan cálidas y la sensación de optimismo es tan agradable que a nadie le importará que el firmante siga siendo un tirano atroz si lo es calladito y sonriente.
Un cordial saludo.