Pues deberíamos tener miedo

Han pasado cuatro días de los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils y, más o menos, ya podemos hacernos una idea general, una composición de lugar de cómo se organizaron y quién estuvo detrás de ellos. No se trataba, como se temía en un principio, de un lobo solitario que actuó por su cuenta, sino de una célula completa distribuida en dos comandos operativos que llevaba seis meses preparando el ataque, y no precisamente este ataque sino uno mucho más letal y mortífero que, de haberse llevado a cabo, hoy nos tendría lamentando cientos de víctimas.

La célula terrorista, formada por doce miembros y originada en Ripoll (Gerona) había trazado un macabro plan de atentar con explosivos en el mismo centro de Barcelona, justo al lado del templo de la Sagrada Familia. Todo esto, insisto, se había preparado durante meses sin que las autoridades detectasen nada. ¿Es o no es para tener miedo?

Se que sonará chocante, pero creo que no estábamos preparados para un atentado de estas características por más que creyésemos que si lo estábamos y por mucho que nos repitamos a nosotros mismos que nuestro comportamiento ha sido ejemplar. No, no estábamos preparados y nuestro comportamiento no ha sido ejemplar. De lo segundo ahí tenemos la politización que se ha hecho del atentado casi desde el primer momento. Cierto que algo menor de la que yo me esperaba pero igualmente vergonzosa.

Lo primero salta a la vista. A pesar de que sabíamos que España, y más concretamente Barcelona, eran objetivo preferente del terrorismo islamista no solo nos montan una célula yihadista a 140 kilómetros de Barcelona, sino que ni siquiera se habían tomado medidas elementales de contención como colocar bolardos en las calles peatonales con gran trasiego de gente como Las Ramblas. Tampoco había vigilancia policial, es decir, una simple patrulla en la entrada de la Rambla de Canaletas y otra más en el Portal del Ángel. En ese caso la furgoneta habría sido neutralizada tan pronto como hubiese irrumpido en el paseo y, por descontado, sus ocupantes no se hubieran escapado. Resumiendo, es simplemente inconcebible que una furgoneta pudiese acceder con tanta facilidad al bulevar más transitado de Barcelona y circular por él durante medio kilómetro arrollando a los viandantes.

Los bolardos

El equivalente madrileño de Las Ramblas es la plaza del Callao y sus calles aledañas, todas peatonales y todas siempre llenas de gente. Entrar con un vehículo en Callao es mucho más complicado, tanto por las barreras que siempre hubo como por la permanente presencia policial. Ídem con la Puerta del Sol, que cuenta con unos pilares de piedra en sus extremos y, como mínimo, un coche patrulla de la policía durante las 24 horas.

He tomado cuatro fotografías de Google Street View. De Callao y la Puerta del Sol en Madrid, y de Las Ramblas y el Portal del Ángel en Barcelona. Son todas del año pasado, de los meses de mayo-junio. No coinciden con ninguna celebración especial, son pura cotidianidad. Aquí las tenéis.

¿Dónde es más fácil entrar con un vehículo? ¿En cuáles no hay policía? Estas dos observaciones que acabo de hacer a posteriori los asesinos las hicieron a priori. Sabían que la probabilidad de culminar su plan con éxito era alta. Y así ocurrió.

Hace tres años hablar de esto era hacerlo de un asuntillo municipal de índole menor. Bolardos si, bolardos no. El alcalde escogía en función de sus gustos. Hoy, después de varios atentados por atropellamiento en el centro de Londres, Berlín, Niza y Estocolmo, es cuando menos temerario no ponerlos, y más en ciudades atestadas de turistas y de tráfico peatonal como las españolas. Porque en nuestras ciudades se monta poco en bici, eso es cierto, pero a cambio se camina mucho.

Pero por si el sentido común no bastaba, en diciembre de 2016, tras el atentado del mercadillo navideño de Berlín, el ministerio del Interior envió una circular a las Comunidades Autónomas para que sus ayuntamientos tomasen medidas de contención que impidiesen o dificultasen la invasión de áreas peatonales. En Cataluña se hizo caso omiso. El portavoz de los Mossos, Xavier Porcuna, dijo textualmente que no había «ninguna amenaza concreta contra Cataluña«. No lo sé, quizá Porcuna esperaba que los de Ripoll le comunicasen la hora y lugar del atentado. El yihadismo no efectúa amenazas concretas, es una amenaza en sí mismo.

Ya sólo por el tema de los bolardos deberíamos estar señalando con el dedo a la alcaldesa de Barcelona y al consejero de Interior. Pero no, ninguno de los dos se ha dado por aludido.

Delante de sus narices

Los bolardos, a fin de cuentas, no son más que una medida de último recurso cuando todo lo demás ha fallado. En Barcelona todo lo demás falló. Que alguien nos explique cómo puede montarse una célula terrorista de doce miembros que se mueve entre dos pueblos (Ripoll y Alcanar, de 10.000 habitantes cada uno de ellos) sin que la policía lo advierta. No estamos hablando de un loco que agarra un cuchillo de la cocina, baja a la calle y la emprende a puñaladas con los transeúntes. No, hablamos de dos comandos, uno de ellos residente en Ripoll y el otro ocupa un chalé y almacena en su interior un centenar de bombonas de butano. Una célula perfectamente jerarquizada que elabora un plan muy detallado. Una célula con su cabecilla, un imán que sale y entra de España a placer y que, a pesar de haber pasado por la cárcel, no está bajo seguimiento.

Entiendo que los vecinos de Ripoll o Alcanar estén sorprendidos, pero a los Mossos d’Esquadra, a la Policía Nacional y a la Guardia Civil no les debería sorprender lo más mínimo porque saben bien que al terrorismo yihadista no se le combate con tanques ni con fragatas antiaéreas, sino con buena información. Aquí la información no es que fuese buena o mala, es que era nula. Lo hicieron todo delante de sus narices. En Ripoll hay una comisaría de los Mossos y un puesto de la Guardia Civil. La Policía Nacional no está muy lejos, en Camprodón. En Alcanar los Mossos están en la vecina Tortosa y la Guardia Civil en San Carlos de la Rápita. Asumo que los agentes destinados en estos destacamentos policiales no disponen de servicios propios de inteligencia, pero sí la central de los Mossos en Barcelona y la de la Policía Nacional y la Guardia Civil en Madrid.

Pero es que si bajamos a la realidad el asunto es todavía más duro. El miércoles de madrugada el chalé de Alcanar saltó por los aires a causa de una manipulación negligente de los explosivos que estaban fabricando. La Generalidad informó que se trataba de una simple explosión de gas, un accidente casero sin importancia. Pero la cosa va más allá. Cuando la Guardia Civil de San Carlos se acercó al lugar no le permitieron acceder a lo que quedaba de casa para investigar. Pues bien, no fueron capaces de relacionar la explosión de Alcanar y el atentado hasta después de la masacre en Las Ramblas.

La pregunta que deberíamos hacernos es en manos de quién estamos. Y no me refiero a los agentes de los Mossos, cuya esforzada labor, en algún caso incluso heroica, ha merecido el aplauso de la ciudadanía. Me refiero a la hiperpolitizada cúpula del cuerpo, la misma que primero se negó a colocar bolardos en las avenidas peatonales, luego fue incapaz de detectar lo que se estaba maquinando en Ripoll y Alcanar y, por último, rechazó la ayuda de un cuerpo experimentado en la lucha antiterrorista como es la Guardia Civil.

Creo que, pasados los tres días de luto oficial que decretó el Gobierno el jueves pasado, deberíamos empezar a hacer estas preguntas a nuestros gobernantes, a todos, no solo a los de Cataluña. Vivir en la mentira quizá a muchos les tranquilice pero según se han puesto las cosas es algo que no nos podemos permitir.

Más en La ContraCrónica

Ir a descargar

 

 

3 Comments

  1. La sociedad española, y los turistas estivales, hemos puesto los muertos y ahora ponemos las flores, las velas, las concentraciones, el temor, el llanto y la indignación. Deberíamos poner preguntas, pero nuestros políticos se encargan de poner banderas a media hasta, fotos de unión, condolencias de manual y respuestas cerraditas con fatalidad, unidad, respeto a las víctimas y no entorpecer la labor policial. Poco a poco, se irán abriendo camino las dudas sobre la fatalidad, la unidad, el respeto y la labor policial, pero para cuando ya no haya dudas tampoco habrá interés.
    Un cordial saludo.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.