Reescribir la Historia

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La Historia la escribe quien prevalece. Siempre fue así desde la noche de los tiempos. Desde la aparición del marxismo, sin embargo, se ha producido un curioso fenómeno. Los historiadores no sólo se limitan a escribir lo que interesa al poderoso, reescriben el pasado hasta hacerlo encajar en una teoría de la Historia que no admite excepciones que la contradigan. Es la historiografía progresista, el más sofisticado método de adueñarse del pasado para controlar el presente.

Desde que Tucídides inventó, allá por el siglo V a de C, el oficio de historiador, la Historia siempre la han escrito los vencedores, nunca los vencidos. Los griegos nos contaron las Guerras Médicas a su manera, colocándose en el lado de los buenos. Los romanos, por su parte, siempre atentos a la posteridad, narraron con todo lujo de detalles la construcción de su imperio. De lo que dijeron poco fue de su decadencia y colapso final. De ello habrían de encargarse los bárbaros del norte, pero éstos eran unos iletrados y desconocían el viejo arte de poner la Historia de su lado.

El que manda siempre ha buscado la legitimación por la vía de los hechos pasados. Cuando en la España medieval la tortilla se dio la vuelta, los reinos cristianos elaboraron toda una mitología fundacional que cimentaba sus victorias en el campo de batalla apelando al providencialismo. La Historia sirve al poder y lo sustenta. Los cronistas antiguos contaban lo que interesaba a sus patrones y olvidaban el resto. Se ceñían, eso sí, a una narración lo más exacta posible de los hechos explicando de este modo el presente. La Historia carecía de teoría, era una simple acumulación de sucesos cuidadosamente seleccionados que hacían las veces de ladrillos del edificio que trataban de apuntalar.

Eso hasta que llegó el marxismo y su infame historicismo. Marx creía que la Historia no era casual, que venía gobernada por unas leyes inmutables y universales no muy diferentes a las de la Física. El pasado, el presente y el futuro se autoexplicaba con ellas. Evidentemente eso es mentira, la Historia carece de leyes y es cualquier cosa menos una ciencia natural. Cuando, a principios del siglo XX, se impusieron por la fuerza los primeros regímenes de corte marxista se produjo lo inevitable: la reescritura sistemática y concienzuda de la Historia hasta hacerla encajar en la teoría.

Los comunistas rusos fueron los primeros en ensayar esta variante. Reescribieron toda la Historia de Rusia y las naciones que el imperio de los zares había sometido en los siglos precedentes. Los escolares soviéticos padecieron esta falsificación durante 70 años. Lo que no cuadraba con la teoría era retirado inmediatamente de los libros, lo que podía recrearse dentro del mito de la guerra de clases se transformaba y ensalzaba. El problema es que casi nada encajaba con la narración comunista, así que los mandarines soviéticos concluyeron que lo mejor era partir su historia en dos: una era de tinieblas dominada por el feudalismo zarista a la que le siguió la luminosa revolución de Octubre y el ineludible surgimiento del socialismo.

El manual soviético de reescritura de la Historia fue adoptado por todos los comunistas del mundo que, para mediados del siglo pasado, ya dominaban las universidades y controlaban las cátedras de Historia. En España la operación quirúrgica empezó antes de la Guerra Civil y, tras un breve lapso, continuó en los años 60. El sanedrín marxista reinventó nuestra Historia a su antojo amoldándola a sus prejuicios. Todo había estado mal a excepción de la 2ª República y, con matices, las Cortes de Cádiz. Los socialistas de posguerra tenían, además, un comodín en la figura de Francisco Franco, demonizado hasta convertirlo en el arquetipo de los tiempos oscuros. La idea pronto pasó a los libros de textos, que es donde se dan los remates finales a la nueva narración de la Historia.

Como en la URSS, nuestros fabuladores han seguido un esquema maniqueo inspirado en la Historia reciente. Así Franco, identificado con el capitalismo y la cristiandad, representa el mal, mientras que la República –la del Frente Popular– es el bien absoluto. Para reducir 3.000 años de Historia a una dualidad tan simple y tramposa han tenido que hacer auténticos malabarismos. Al final la rica y variada Historia de España ha quedado confinada a un puñado de mantras con los que todos hemos de comulgar. El que se atreve a dudar de ellos es severamente reprimido, el que los contradice con argumentos sufre las consecuencias. Esta es la única ley inmutable de la historiografía progresista, el resto es superstición y un calculadísimo programa de transformación del presente inventándose el pasado.

1 Comment

  1. Desde el principio la Historia la escribe quien prevalece en los libros, no necesariamente en el campo de batalla. Los persas,que no escribían historias, perdieron las Guerras Médicas; Heródoto era griego vencedor. Los espartanos ganaron la Guerra del Peloponeso, pero tampoco escribían historias; Tucídides era un vencido ateniense. Vencido personalmente: había perdido Anfípolis.

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