Hace unos días el ex primer ministro británico Tony Blair insinuó que, dado el bloqueo existente en torno al Brexit, quizá no sería mala idea repetir el referéndum que se celebró en junio de 2016 con un resultado realmente ajustado. La pelota quedaba en el tejado de Theresa May, que ayer se aprestó a responder a su antecesor negándole la mayor: de segundo referéndum ni hablar.
May acusó a Blair de minar las negociaciones en curso y de insultar al cargo de primer ministro por proponer algo así. Claro, que esto no son más que alharacas declarativas, Según The Times en el gabinete May se baraja un segundo referéndum desde hace tiempo, una especie de botón del pánico del que tirar su todo se va por el desagüe. Tiene lógica porque hay mucho en juego. Vamos a ver hasta que punto los rumores son ciertos.
Repetir un referéndum, todas la veces que sea necesario hasta que salga el resultado que conviene al convocante, es un ejercicio de convicción en que la soberanía del pueblo ha de tergiversarse interesadamente, seguramente de gran sinceridad, pero poco presentable. En casos como el Brexit los demócratas toman conciencia de que los asuntos complejos, que precisan de la orientación de técnicos y de expertos, pero en los que decide emocionalmente la gente, no tienen ninguna posibilidad de acierto; además, en estos casos, la realidad matemática de que el 51 es distinto del 100 y que el redondeo del 51 al 100 no equipara cosas semejantes, deja de ser maquillada por la supuesta virtud de las mayorías. Cuando uno está embarrado en un jardín y sabe que salga por donde salga va a generar un estropicio mayúsculo, puede estar tentado de imaginar que si se sale por donde se entró la cosa será más leve, pero como al jardín se ha entrado por la bravas y en contra de la mitad de los embarrados, esa salida es seguramente una de las de mayor escarnio. En fin, dilatar el asunto es aumentar su hiel pero como ya es nauseabundo, se entiende que no encuentren el valor para afrontarlo.
Un cordial saludo